Suiza
Blanca Fernández Ochoa: «Creo que me voy a morir sin llegar a vieja»
La llamé en vísperas de Reyes para concertar la entrevista, de paso le pregunté por su carta a los Magos, y me respondió riendo: «He pedido un novio feo para que no me lo quite nadie». Y sucedió que le han traído un novio guapo por dentro y por fuera, y por primera vez desde hace mucho tiempo, Blanca parece radiante, vive el mejor momento personal de su vida, tal como una bruja le pronosticó hace tiempo: «Conocerás la felicidad a partir de los 50 años, me dijo, y mira por donde los Reyes me han regalado un compañero estupendo».
–Me imagino que convivir con seis hermanos varones no fue fácil...
–Fue una maravilla. Los chicos nos cuidaban mucho a las chicas, y además éramos dos niñas de armas tomar, medio salvajes. Nos criamos en el Puerto de Navacerrada, en un ambiente hostil. Muchas veces nos quedábamos incomunicados en invierno. Un ambiente que me hizo dura.
–Más duro debió ser entrar en aquel internado de los Pirineos a los 11 años...
–Fue durísimo. A raíz de la medalla de oro de Paco (Fernández Ochoa), buscaban más genes ganadores en la familia, y me llevaron a aquel centro de entrenamiento alpino. El primer año lo pasé sola, lloraba mucho, me acordaba de la familia, de mis amigos, de mi tierra...
Se llama Blancanieves porque así lo votaron sus hermanos. «Y soy muy blanca en todos los sentidos, como la del cuento: romántica, soñadora, inocente; incluso soy del Real Madrid». A su primer marido, Daniele, lo conoció esquiando en Suiza. «Fue un amor de conveniencia: pasó a ser mi entrenador, mi confesor, mi amante. Me mimaba. Cuando dejé de esquiar, lo dejamos de común acuerdo, con buen rollo».
–Al principio no le gustaba esquiar...
–Cierto. Pasaba mucho frío, me entraban ganas de hacer pipí y no tenía dónde hacerlo. A ver dónde haces pipí en el puerto. Y además me perdía la serie «Pipi Calzaslargas», que era mi favorita. A la primera carrera me llevaron engañada, me pusieron un dorsal, me empujaron y, hala, para abajo.
–Medalla de Bronce en los Juegos Olímpicos de Albertville, la primera española que conseguía algo así...
–Tenía que haberla ganado cuatro años antes, en Calgary: me caí cuando estaba rozando el oro. Fue un bronce muy currado: había detrás muchos años de sacrificio, de lesiones. Las caídas pasan factura después, llevo nueve operaciones. Pero tengo el cuerpo de una chica de 30 años.
–¿Y esa medalla le solucionó la vida?
–No, para nada, tengo que seguir trabajando. Me dio, eso sí, el cariño y el respeto de la gente. Y popularidad. Algo que dura y dura.
Cree que la vida es un largo y duro eslalon con sus curvas, baches, cambios de rasante, metas, caídas, y que si se hubiera dedicado a otra cosa también habría sido alguien. Es fuerte. Le digo que tiene cara de buena gente. «Soy demasiado buena, por eso la vida me ha dado tantos golpes bajos; rozo la tontería; por eso se aprovecharon mucho de mí mis dos ex maridos; elegí mal y tuve mala suerte; vamos, que buscaba un patrón de hombre dominante, especial, y me fue como el culo».
–¿Cómo se ve en el espejo?
–Tengo la cara muy arrugada por la nieve, el viento helado te machaca el rostro. Me veo mayor, pero con la mirada joven. Lo peor de cumplir años es que ya no puedes hacer las cosas con la habilidad de antes, tienes una marcha menos. Pero mi espíritu es joven. Oiga, que sólo tengo 50 años.
–Cerraron la tienda de deportes que tenían...
–Sí, y tuve que buscarme la vida, como mis hermanos. Trabajo en una empresa de eventos deportivos, «Golf & Win», organizo circuitos de golf.
–¿Qué borraría de su pasado?
–Preferiría no haber conocido al padre de mis hijos. Así, como suena.
–¿Y qué me dice de su futuro?
–No me veo vieja. Tengo la impresión de que me voy a morir sin llegar a vieja. Eso creo. Y no me asusta: tengo aprendida la lección que me dio mi hermano Paco, que dijo que quería morir como un toro bravo, en el centro de la plaza. Y así murió. No olvido su consejo: «Ríete a carcajadas al menos una vez al día de mi parte». Lo cumplo.
Tiene dos hijos adolescentes, dos perros (Chocolate y Trufa), la medalla olímpica de Albertville, cinco copas del mundo, una calle en Cercedilla y un amor recién estrenado. Blancanieves ha aprendido a detectar las manzanas hermosas por fuera y emponzoñadas por dentro, dice. Y sabe que los besos apasionados de los príncipes no siempre sirven para despertar de un largo letargo, pese a los hermanos Grimm.
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