Historia
2024, año Carmina: retrato íntimo de la gran leyenda del cuché
Con motivo del 20º aniversario de su desaparición, reconstruimos con algunos de sus amigos quién fue, verdaderamente, «La Divina»
«A mí no me duele recordar a mi madre. Es un orgullo ser su hijo», contesta, por primera y única vez, su primogénito, Francisco Rivera, cuando le invito a participar en este reportaje que pretende ser un homenaje a la apabullante existencia de Carmen Ordóñez González. Este próximo 2024 se conmemoran dos décadas de su desaparición, sucedida cuando tenía 49 años durante la calurosa mañana del 23 de julio de 2004. Un final trágico que no debería definir una vida con grandes momentos de felicidad.
Kiko Matamoros, quien fuera su representante televisivo y amigo durante los últimos años, la retrata como una gran desconocida para el público, aunque no para su gente. «A pesar de que, a veces, se proyectara de forma un tanto insolente, tenía un fondo tremendo. Era generosa, bondadosa… Entrabas en su mundo y te atrapaba. ¡No te dejaba salir! Ese ramalazo cuando decía ‘‘A mí plín, soy Ordóñez Dominguín’’ se esfumaba enseguida. Recuerdo quedar con ella para comer con dos personas más y al final éramos veinte. Era la menos clasista. Juntaba a esos amigos de los que presumía, como El Pai o El Cabra, que eran humildes, y a su tío Pepe Dominguín, quien siempre tenía alguna anécdota que contar».
Unas memorias que comparte Cari Lapique, a la que conoció desde pequeña ya que sus respectivos padres eran íntimos. «Éramos comadres. Una amiga única. Soy la madrina de su hijo Julián. Pienso mucho en ella. Una pena, una pena… Vivió muy deprisa y era tan buena... Daba lo que tenía y lo que no. Fue la mujer más guapa que he conocido. Esa cara no se va a volver a repetir. Cómo bailaba… Todo lo hacía divinamente, como decía ella», confiesa la socialité, que estuvo en la primera comunión, en las bodas y vio nacer a los hijos de «La Divina». «Estaba orgullosa de los tres. Creo que a Cayetano nunca lo vio de matador de toros. Pero sí a Francisco. El día que toreaba, se encerraba, montaba un altar donde estuviera y hasta que no la llamaban que había terminado, no respiraba», desliza Cari. «Llamaba todas las tardes al ayuda, para que le dijera cómo había ido la tarde, cómo había estado y celebraba sus triunfos», apunta Kiko.
Amalia Enríquez, una de sus mejores amigas, no ha olvidado que la noche anterior había hablado con ella y su hermana Belén para organizar un viaje a Disneyland, de cuya área de coordinación de «vips» se encargaba entonces la conocida periodista de cine. Carmuca, como la llamaba la gente que la quería, soñaba con volver a París y emular el viaje a este parque de atracciones, pero al de Los Ángeles, que realizó cuando su padre se retiró de las plazas por primera vez al final de la temporada de 1968. Quedaron en hablar al día siguiente para perfilar los detalles. No pudo ser. A Carmina, más que modelo, le gustaba definirse como hija de Antonio Ordóñez, el verdadero hombre de su vida. «Su padre fue muy importante para ella, pero lo pasó muy mal con la muerte en 1982, a causa del cáncer, de su madre, Carmina Dominguín, hermana de Luis Miguel Dominguín, padre de Miguel Bosé, su primo. Sucede cuando ella y su hermana Belén son jóvenes. De algún modo, ahí es donde empezó a desestabilizarse», cuenta Matamoros. En efecto, la breve vida de Carmuca estuvo marcada por el duelo y la enfermedad. Primero fue su madre; dos años más tarde, en 1984, Paquirri, padre de sus dos primeros hijos, Francisco y Cayetano, fallecido dramáticamente en la plaza en 1984; más tarde su padre, en 1998, a causa del cáncer… A todo ello hay que sumar la enfermedad de su hermana Belén, quien, un año más tarde, en 1989, luchó desde Houston contra un cáncer linfático del que se recuperó, aunque su salud siempre fue débil y murió, debido a un enfisema pulmonar, en 2012, a los 56 años. Todo esto le hizo desarrollar un sentido trágico de la existencia que compensaba con un sentido del humor inconmensurable. «Ponía muchos motes. Le encantaba... Y, cuando había una mujer guapa cerca, le empezaba a sacar los fallos y defectos. El caso es que no hubiera nadie que la pudiera eclipsar…», cuenta Kiko. «Era muy divertida y rápida. Y cuando quería, quería muchísimo», añade Cari.
Resulta curioso que no cuente con un libro sobre su vida. «Le ofrecieron escribir sus memorias. Se llegó a hablar y a pergeñar, por ejemplo, con Jesús Mariñas. Pero ella era algo que no tenía excesivamente claro y no lo llevó a término. Era muy joven. Tenía muchas cosas que contar, porque cuando te has sentado en las rodillas de Orson Welles y le llamabas «tío Orson», has conocido a Hemingway de pequeña o cuando has contado con el reconocimiento internacional como una de las mujeres más guapas de Europa…», desliza Matamoros. «Sin embargo, a ella no le interesaba la fama. Solo como medio de vida. Le traía sin cuidado. Ella jugaba con eso y lo utilizaba. Me acuerdo que muchas veces le decía: ‘‘Me han llamado de tal programa para que vayas y me ofrecen este dinero’’. Ella contestaba: ‘‘Vamos, ni loca por ese precio. ¡Arráncales la cabeza!’’», cuenta, de nuevo entre risas, el colaborador. «Tenía claro que era un negocio y que se sometía a una exposición y un coste, por eso lo tenía que compensar económicamente».
Carmen Ordóñez estuvo casada con Francisco Rivera, Julián Contreras, padre de su hijo pequeño, y Ernesto Neyra. «Tuvo mala suerte en el amor. Se entregaba mucho a sus parejas. Algunos le hicieron bastante daño. Una mujer maltratada a la que le dicen que no lo es porque no encaja en el perfil. Sufrió mucho por eso», cuenta Cari sobre su último matrimonio con el polémico bailaor.
Profecía autocumplida
La relaciones públicas añade: «¿Te puedes creer que decía que nunca cumpliría los 50? No quería ser mayor. Le aterraba el paso del tiempo». Uno de sus mejores momentos fue cuando vivió con su segundo marido en Marruecos, bajo el abrigo del hoy Rey Mohammed VI, quien según Kiko «ha dormido en el sofá de Carmen». Allí, se convirtió no solo en una invitada más en palacio sino que reinó en la sociedad alauí. Era una sultana más. Gracias a su amistad con el anticuario y diseñador español Adolfo de Velasco, «un patricio romano» de la que fue su mejor embajadora con sus increíbles caftanes y un personaje único al que incluso fotografió Slim Aarons, conoció a lo más granado de la sociedad internacional que recaló en Marrakech, ya que su casa, el antiguo harén del sultán Moulay Ismael, un fogoso soberano al que la leyenda le atribuye más de 1.000 hijos, colindaba con la de Yves Saint Laurent. Allí, alternaba con el pintor chileno Claudio Bravo, con el diseñador Kenzo; el multimillonario Patrick Guerrand-Hermès, director de la firma francesa Hermès y, por supuesto, la familia real de Marruecos. De hecho, gracias a ella se consiguió la conexión aérea Madrid-Marrakech.
La bonanza terminó y comenzaron los malos tiempos. Todos conocemos el final. Sus amigos coinciden en que les gustaría haber escrito otro más bello y que será recordada por «su bondad, su alegría... y su legendaria belleza».
La más guapa de España, musa para los diseñadores y un icono femenino
Hoy, todo el mundo está de acuerdo en destacar que Carmina fue «la mujer más guapa» de España. Antes, sentaron cátedra al respecto el escritor Arturo Pérez-Reverte y la revista «Time». En efecto, gracias a esta indómita cualidad, se convirtió desde muy joven en un icono de estilo para las españolas que todavía despertaban de la dictadura. Su traje de novia el día que se casó con Paquirri en 1973 supuso para muchas el pasaporte a la libertad. Era de Herrera y Ollero. Desde entonces supo confiar en grandes diseñadores. Jorge Gonsálvez la vistió en sus segundas nupcias con Contreras. Todo le sentaba bien: desde el vestido de rociera, ya que era una gran devota de la Hermandad de Triana, hasta los turbantes y caftanes que lucía en su etapa en Marruecos, donde encontró en Adolfo de Velasco a todo un mentor. Su gusto jamás decayó. Carmina, una musa.
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