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Cayetano y Genoveva, más amigos que cuando estaban casados
Ayer era intuición, pero hoy puedo confirmar la increíble buena relación que hay entre Genoveva Casanova y Cayetano Martínez de Irujo. Al parecer, no llegarán a más. «Ahora nos llevamos mejor que cuando estábamos casados. Es que apenas tuvimos tiempo de conocernos», me dijo el conde de Salvatierra. «¡Pero si los niños ya tenían cinco años cuando os disteis el "sí, quiero"–tan bien vendido– en el Palacio de las Dueñas!», le contesté. «Éramos demasiado jóvenes», apuntó en un guiño al pasado. Los más veteranos aún recordamos su rendida abnegación a una relación de casi siete años con Katia Cañedo.
Paseábamos por la exposición sobre el legado familiar que atesora las obras de los más grandes: Rubens, Tiziano, un Greco, varios Murillo, dos Goya, autógrafos de Cristóbal Colón, tres enormes retratos de Benlliure y tapices gobelinos con las imágenes imperiales de Napoleón III y Eugenia de Montijo, la del «qué pena, pena». Ella murió en el palacio de Liria cuando visitaba a sus sobrinos y todavía mantienen sus habitaciones, que posteriormente fueron ocupadas por Victoria Eugenia –la que nunca ganó nuestros corazones– al volver a España como madrina de Felipe de Borbón. Debería contarse su historia con la marquesa de Lécera, una de sus damas que, parece ser, fue más que «de compañía». Componían, o así lo aseguran, un trío de rompe y rasga. La visita continuó entremezclando comentarios sobre la exhibición con otros más personales: «Mamá me lo ha regalado», me comentó Cayetano mientras señalaba el coret que la entonces duquesa de Montoro, compró en 1953. «¿Y qué piensa ella sobre tanto hueco dejado en Liria por los 150 objetos aquí expuestos?», pregunté, y me respondió que la Duquesa lo evita, que ella ni sabía que se iba a exponer su tresseur de Cartier. «Con Genoveva Dios dirá, nunca se sabe. Ahora somos muy amigos y mi madre está encantada. Mi ex ha hecho un trabajo espléndido montando esta exposición», elogió Cayetano.
En cuanto a si llevarán la exhibición a otras ciudades, me comentó que «se está estudiando. Habrá que ver los seguros y el patrocinio, porque hasta la víspera de abrirla en Madrid no conseguimos el último patrocinador. Nadie sabe lo que puede llegar a costar y, tal y como están las cosas... De todas formas, sería interesante poder enseñar la riqueza de nuestras colecciones, aunque sea parcial. Aquí sólo se ve una ínfima parte, aunque hay piezas tan sobresalientes como el Fra Angélico, inédito hasta ahora, o el retrato a Carlos V con Isabel de Portugal –la del «no serviré jamás a señor que pueda morir»– de Rubens, en el que copia a Tiziano. Hasta el Gran Duque de Alba». Ese que hizo temblar a los holandeses, entonces españoles, cuando formaba parte de un Imperio donde no se ponía el sol.
Igual que ahora, había intentos de desmembrar España. Y hay que ver qué ejemplo de desaliño indumentario ofrecieron parte de sus gobernantes al tomar posesión del cargo en el Parlament: su robusta presidenta enseñando el muslamen –casi digno de algún lienzo de los Alba–, políticos de camiseta con cuello desbocado y sólo Alicia Sánchez-Camacho vestida «comme el faut» (como se debe). Desde luego, no pareció esa Cataluña, antigua capital de la alta costura española, en donde mandaban Pertegaz, Pedro Rodríguez, Carmen Mir, Rovira y, posteriormente, Andrés Andreu, que tuvo en la madre de Pedro Marí, Pilita, a su mejor musa. Lo que pudo verse lastimosamente en ese Parlament pareció la «premiére» de «Los Miserables».
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