Realeza
Carolina, de chica rebelde a abuela de Mónaco
Su vida estuvo casi siempre salpicada de escándalos y rumores. Ahora, más serena y a los 64 años, da muestra de cómo debe llevarse el paso del tiempo
La elegancia no es la juventud, sino saber peinar las canas. Mientras los caretos del famoseo y otras gentes de la «frivolité» se llenan de bótox y rejuvenecimientos faciales, Carolina de Mónaco, hija de Grace Kelly, aquella Mona Lisa del Hollywood/glamur y musa de Alfred Hitchcock, ha impartido una lección de elegancia monegasca con su peinado entreverado de mechones blancos. Mientras otras habituales del papel cuché y el cotilleo de barrio encubren sus años detrás de maquillajes y peluquerías, ella ha decidido imitar a Vanessa Redgrave, aquel bellezón de «Blow-Up», Michelangelo Antonioni por medio, que jamás tuvo arrobamientos por mostrar cómo el calendario le decoloraba la melenaza, brindando así un espectáculo de dignidad.
La revista «Time» tildada a Carolina de Mónaco como la «novia de Europa» cuando apenas había cumplido dieciséis años y a la gente bien se la llamaba la «people» o se la glosaba como «jet set». Aquel título podría suponer un honor, pero anunciaba, para cualquiera atento a estas cosas, la vida aventurada de escándalos, dramas y sobresaltos que iría alfombrando sus días y sus noches. Pero de eso hace bastante. Atrás han quedado los matrimonios «bluff», los ligues sin rumbo y los amores perdidos en trágicos accidentes que le arrebataron la pareja, le colgaron el sambenito de viuda y la dejaron con una suma de recuerdos que han ido apergaminando su mirada de nostalgia y que, probablemente, dieron aire a algunas de las canas que ahora luce sin complejos.
En un mundo de publicidades y existencias públicas, Carolina se rehizo en el retiro y de él fue saliendo más pulida y con mayor clase de la que heredaba, aunque queda la sospecha, como sucede con los británicos, de si el estilo es educación o solo un ocultamiento de emociones. Sea lo que sea, Carolina de Mónaco se presentaba ayer en el Baile de la Cruz Roja, un concierto benéfico, con un vestido de los que despiertan admiraciones y eclipsó a la platea concurrida, a su hija y a sus nueras. Ya no es chica. Es abuela. Y debe haber dicho, si los ingleses no necesitan paraguas para la lluvia, yo no necesito tinte para mis pelos. Así que ahí está, con la vida al trasluz en forma de canas.
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