Aniversario
El íntimo deseo de Rocío Dúrcal que tardó años en cumplirse
Hoy se cumplen quince años de su muerte
Hace dieciséis años tuve mi último encuentro con Rocío Dúrcal. Mariela, como la conocíamos sus amigos, estaba convencida de que iba a superar el cáncer que, desgraciadamente, doce meses más tarde, acabó con su vida. Nos vimos a la salida del hospital de las afueras de Madrid donde seguía un tratamiento. Nunca perdió la sonrisa, animaba a los que sentían dolor al verla enferma, era puro optimismo.
Días después la llame por teléfono, en medio de la conversación me hizo una confidencia que me dejó estupefacto: “sabes lo madraza que soy y lo enamorada que estoy de mi marido Antonio, si algún día falto le pido a Dios que tras mi muerte permanezcan unidos”.
La entendí perfectamente. En el fondo, ella sabía que la herencia iba a llevar a la desunión, que sus hijos y su marido podrían entrar en conflicto. Marieta era generosa hasta el límite, cariñosa y sincera.
Su premonición se cumplió y el cisma familiar llegó a un enfrentamiento supino. Menos mal que las dos partes entraron en razones, y aquel último deseo de la cantante se cumplió con creces. Antonio, al que casi todos conocían como Junior, se reconcilió con sus hijos y la familia volvió a estar unida. Buena “culpa” del reencuentro la tuvo Shayla, su hija pequeña, que aunó esfuerzos para que su padre llegara a una entente cordial con sus dos hermanos, Carmen y Antonio.
Hoy, veinticinco de marzo, en el quince aniversario del fallecimiento de Rocío Dúrcal, no solamente me acuerdo de los buenos momentos que pasamos juntos, como aquellas veladas interminables en su chalet de Torrelodones, tertulias aderezadas por buenos gin tonics, sino también de lo generosa que era en sus respuesta cuando le hacía entrevistas, siempre daba titulares, no rehuía las preguntas y convertía las charlas entre el periodista y la artista en conversaciones entre íntimos amigos.
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