Estilo
Alberto y Estefanía de Mónaco: del “glamour” al ridículo
Nada, o muy poco, queda ya del glamour que Grace Kelly llevó a Mónaco. Las imágenes de Alberto vestido de «hooligan» navideño son el ejemplo vivo del declive del Principado
Ni en la peor pesadilla de Grace Kelly aparecería su adorado Alberto Alejandro Luis Pedro IV vestido de «hooligan» navideño. Seguro que la que fue la princesa más elegante de Europa no sería capaz de unir camiseta con mensaje «mantén la calma, ho, ho, ho», zapatillas crocs y reno-gafas. Habría mantenido de todo menos la calma al ver una escena navideña similar a la que ha mostrado Alberto de Mónaco para felicitar las fiestas. Hay que alimentar las redes sociales, pero no a cualquier precio. Igual no era necesario ganar el premio al posado regio más hortera del año.
En la Casa de Campo de Madrid caben ocho principados monegascos. Solo son dos kilómetros cuadrados de territorio. Después del Vaticano, es el país más pequeño del mundo. El propio duque de Alba tiene fincas que lo superan, pero pocas veces un espacio tan reducido ha dado más titulares y ha concentrado a más millonarios; eso sí, todos son residentes y no pagan impuestos por sus rentas. De ahí que haya casi 40.000 personas en ese reducto. Dicen que dejó de ser paraíso fiscal, pero también ha ido abandonando uno de sus alicientes más rentables, la elegancia y el glamour.
La publicación en redes sociales de varias fotos navideñas de Alberto de Mónaco y su familia ha sido como una bofetada sin gel hidroalcohólico en la elegancia construida por la princesa Grace. Lo que podría pasar como un golpe de humor principesco para dar por cerrado el pandémico 2020 con una sonrisa se ha convertido en un chiste viral. El golpe de salida de esas estampas navideñas fue el rapado «punk» de la princesa Charlène. Después, la familia principesca posó para la portada de una revista francesa y, finalmente, soltaron la gran mascletá, con la publicación de tres fotos que sin duda Grace Kelly no habría podido imaginar. Los zuecos de plástico y la oronda satisfacción de Alberto de Mónaco sacando tripa hacen imposible el «mantén la calma, ho, ho, ho» que se puede leer en su camiseta. Parece razonable que la princesa Carolina y sus hijos no hayan querido participar. Son el último reducto de elegancia que le queda a Mónaco. Los Casiraghi no aparecen ni en los retratos del salón del palacio, y eso les salva de la epidemia hortera que destila últimamente el principado.
Desde 1956, como hormiguitas, Grace Kelly y Alberto Grimaldi fueron convirtiendo esa pequeña Casa de Campo con rocas a orillas de la Costa Azul en el centro de la elegancia mundial. El reclamo financiero era importante. También el Casino. Pero la imagen que construyó la actriz con su cuento de bodas fue definitivo. Una actriz de Hollywood de buena familia y premiada con un Oscar se enamoraba de un príncipe, Alberto III, y convertían un guión de cine en su historia vital. Las escenas navideñas con una familia de cuento envolviendo regalos con cintas de seda, faldas lápiz, las rebequitas sobre los hombros y los tacones de estar en casa, con diademas de terciopelo, las joyas justas, la sonrisa comedida, los arboles de navidad enormes y recargados, las butacas doradas, los regios posados y los niños más ideales del mundo con su ropa de Alta Costura hecha a medida.
El final del cuento
De esas imágenes que Kelly se encargó de construir para su reino de cuento de princesas a la mutación actual solo han obrado 38 años. La forma de morir de Grace Kelly, al volcar y precipitarse por una ladera el coche que conducía su hija Estefanía, es la mejor metáfora de lo que ha sucedido en su reino. El día que velamos el cuerpo de la princesa más elegante de Europa, jarreaba en un Mónaco desierto. Ella reposaba rodeada de coronas de flores. Nadie la velaba. Esa frialdad puso punto y final al cuento de princesas y comenzó a borrar la elegancia que Grace se había encargado de espolvorear.
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