El personaje

Puigdemont: el burlador de ida y vuelta

El expresidente de la Generalitat ha logrado reírse de todos. Deja a España en una situación de vergüenza internacional

Puigdemont
PuigdemontIlustraciónPlatón

Complicidad, pacto, colaboración pasiva, desobediencia a la Justicia y, si el magistrado Pablo Llarena así lo estima, hasta indicios de un delito con responsabilidades penales.

Todo este escándalo rodea la figura del fugitivo Carles Puigdemont en un sainete impredecible en cualquier país democrático serio.

Hace siete años logró salir de España en la clandestinidad y ahora de nuevo se mofa del Estado de derecho, le propina una bofetada al Tribunal Supremo y deja a España en una situación de rechifla nacional y vergüenza internacional.

Este avezado burlador de ida y vuelta ha logrado reírse de todos en medio de una ineficaz actuación de los Mossos d’Esquadra y una dejación de funciones del Gobierno central altamente impresentable.

Mientras tanto, el prófugo perseguido por una orden de detención paseaba su palmito por las calles del centro de Barcelona y llegaba al recinto del Arco del Triunfo –por cierto, gestionado y autorizado por el Ayuntamiento de Barcelona que dirige el socialista Jaume Collboni– tan campante.

El operativo dispuesto por los Mossos alrededor del Parque de La Ciudadela para intentar interceptarle y detenerle fracasa de plano. Y mientras, la Policía Nacional y la Guardia Civil parece que no recibieron ninguna orden para actuar o reforzar la vigilancia.

Resulta difícil, por no decir imposible, contemplar un espectáculo semejante en cualquier país de nuestro entorno, en cuyos medios de comunicación la burla está en sus portadas como una humillación y ridículo sin precedentes.

Tal vez la mejor frase del escarnio a la Nación la ha puesto el líder del PP catalán, Alberto Fernández: «Amaño». En la dirección popular sospechan, y así también lo dice su secretaria general, Cuca Gamarra, que los enviados del PSOE a Suiza para participar en su último encuentro con Puigdemont escucharon clara su advertencia: «Si me dejáis entrar, hablo y desaparezco».

Todo ello a cambio de no entorpecer la investidura de Salvador Illa «cueste lo que cueste». Una frase que acuñó el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero durante su negociación con la banda terrorista ETA y que es la esencia básica de conducta del «sanchismo».

En efecto, la investidura del socialista Salvador Illa era lo único importante para Pedro Sánchez, un golpe de efecto frente al poder territorial del PP y un cínico relato sobre la finalización del «procés», con él como gran pacificador.

A cambio, claro está lo caro que saldrá este episodio: de momento, voladura del prestigio de las instituciones, enfrentamiento sin precedentes con el Poder Judicial, desprestigio total de las Fuerzas de Seguridad del Estado y el CNI, con sus dos ministros responsables (Fernando Garande-Marlaska y Margarita Robles) desaparecidos, y un prófugo de la Justicia envalentonado ahora de nuevo en las portadas de los periódicos europeos.

Fantástico balance para un ultraje al Estado de derecho y unos españoles que tiemblan en sus bolsillos ante el sablazo fiscal que se avecina por el regalito singular a Cataluña.

Entre tanto, el fugitivo se vanagloria de su teatro. El pasado martes, supuestamente, llegó a Barcelona pasando la frontera sin que nadie se lo impidiera. Esa misma noche cenó en un restaurante de la Ciudad Condal con el secretario general de Junts, Jordi Turull, y otros dirigentes de Junts tan tranquilo.

Después, se refugió en un piso de la calle Trafalgar cercano al Arco del Triunfo y mantuvo reuniones con sus más leales hasta acceder caminando al recinto el mismo jueves por la mañana.

Es surrealista creer que no pudo ser detenido en todo este tiempo y negar que tuvo ayuda cómplice. El resto culmina el sainete: su arenga desde el atril, la imagen del antebrazo con su abogado Gonzalo Boye, el cambio de gorra, zapatillas y de coche hasta pasar La Junquera y, tras alcanzar el sur de Francia, llegar a Waterloo (Bélgica), donde anoche se le vio por primera vez después de muchas incógnitas sobre su paradero, pues pese a asegurar que estaba allí desde el primer momento, no daba muestras de ello. Él ya ha lanzado su órdago sin titubeos.

Con un profundo odio hacia Esquerra Republicana de Cataluña, a quienes acusa de traidores por su pacto con el PSC para investir a Salvador Illa, curiosamente en su mensaje no tira dardos directamente contra Pedro Sánchez, lo que pone en duda cuáles serán sus próximos pasos, sobre todo en el Congreso de los Diputados, donde sus siete votos son decisivos para sacar adelante cualquier iniciativa legislativa del Gobierno.

En el entorno de Puigdemont se traslada el ultimátum de que está «fuerte, salvo y libre», meditando sus estrategias. Fiel a su estilo victimista, opina que «como represaliado, combatiré el estigma de la persecución judicial».

Con un mensaje amenazante hacia los jueces que deberán aplicar la Ley de Amnistía, Carles Puigdemont habla de «un hecho histórico», que ha salido adelante gracias a la tozuda voluntad del pueblo de Cataluña. Recordó que lleva siete años en el exilio y no piensa rendirse ni dejarse detener.

En medio de una gran crispación política y advertencias a los jueces y fiscales del Tribunal Supremo que intervinieron en el «procés», el fugitivo no está dispuesto a tirar la toalla.

El Mesías independentista ha regresado a su tierra prometida, esa Cataluña de la que huyó hace siete años a Bélgica y se ha burlado de todos.

La gran pregunta que rodea todo este conflicto es a costa de qué, cómo y cuándo. De momento, el prófugo de Waterloo presume de «haber doblegado al Estado por el espinazo».

Nieto, hijo y hermano de pasteleros, en su pueblo natal de Amer, Gerona, dicen que «El Puchi» no se rinde y que piensa amargar la crema a más de uno. El bochorno y la crisis institucional están servidos.