Perfil
La Audiencia Nacional despide a Ángela Murillo, la jueza que llevaba coca-colas a las prostitutas
Tras 33 años en el tribunal, donde en 1993 se convirtió en la primera mujer en formar parte de la Sala de lo Penal, la magistrada se jubila a los 72 años
Fue uno de los juicios más tortuosos que se recuerdan en la Audiencia Nacional y seguramente el más largo, pues se prolongó entre noviembre de 2005 y marzo de 2007. En el banquillo, más de medio centenar de acusados de nutrir los tentáculos de ETA. Al frente del tribunal, una magistrada que, además de hacer frente a los recurrentes intentos de las defensas de suspender la vista, tuvo que sobreponerse a un duro trance personal por la grave enfermedad de su pareja, que terminó falleciendo. Y en esa complicada tesitura, Ángela Murillo -que pasaba los días a caballo entre el juicio y el hospital- se preocupaba en los recesos por acercar a las prostitutas que trabajaban en los alrededores del pabellón de la madrileña Casa de Campo unas coca-colas para aliviar el calor.
Murillo (Almendralejo, 1952), que en 1993 se convirtió en la primera mujer en la Sala Penal de la Audiencia Nacional, casi al alimón con su compañera Manuela Fernández de Prado, se jubila ahora al cumplir los 72 años, tras 44 en la carrera judicial, 33 de ellos en su actual destino. Se va, sin duda, una de las magistradas más queridas entre sus compañeros en el tribunal, donde su gracejo, sentido del humor y, también, sus lapsus en pleno juicio, han dibujado sonrisas durante tres décadas no solo entre los periodistas de tribunales, sino también entre togados acostumbrados a torcer el gesto ante terroristas, narcotraficantes y corruptos de todo pelaje y condición.
Murillo los ha conocido a todos a través de innumerables juicios en los que siempre ha dejado su espontánea impronta, aunque a veces le haya salido caro. Como cuando un comentario suyo a Arnaldo Otegi -a quien en un juicio le preguntó si condenaba el terrorismo de ETA y, ante su silencio, apostilló: "Ya sabía yo que no me iba a contestar"- acarreó la nulidad de la condena al ahora líder de EH Bildu por intentar reconstruir Batasuna. Durante ese juicio, Otegi le regaló un libro dedicado, "El factor humano" de John Carlin, que ha conservado sobre la mesa de su despacho, donde, desde luego, no había hueco para el rencor.
Poca amiga de los avances tecnológicos, Murillo ha conservado hasta el último día una costumbre inveterada: la de cargar con los tomos de los sumarios hasta su domicilio para escudriñarlos en busca de un armazón sólido para sus sentencias, que pergeñaba a mano con bolígrafo y papel. Antes de que las series policiacas se llenaran de paredes repletas de fotografías de sospechosos y flechas de ida y vuelta con sus vínculos para diseccionar el estado de la investigación, la magistrada ya se esmeraba en elaborar un preciso "quién es quién" de los acusados, como hizo en el juicio a la primera célula de Al Qaeda en España o en el citado "caso Ekin".
Del "clan de los Charlines" a Gürtel
Pero su lista de procedimientos de relumbrón es prolija: de los "Grupos Y de ETA" al juicio al "clan de los Charlines", de la "operación Temple" a innumerables juicios relacionados con la banda terrorista o a algunos de los principales procesos por delitos económicos y corrupción política, que progresivamente han eclipsado a las causas por terrorismo de ETA, como los casos Gescartera, Ausbank o Bankia, Villarejo y, también, Gürtel al asumir su Sección Cuarta los recursos de apelación del interminable procedimiento.
Murillo, por ejemplo, absolvió a Laureano Oubiña en su primer juicio por narcotráfico. El narco no se cansaba de repetirle: "Doña Ángela, yo hachís sí, pero cocaína nunca". Hasta que llegó el día en que también se sentó en el banquillo por tráfico de cocaína. "¿Ahora qué me dice usted, señor Oubiña?", no se resistió a preguntarle en un alarde de espontaneidad. En una ocasión, el narco gallego se negó a abandonar el calabozo para subir al juicio -recuerdan en la Audiencia Nacional- y Murillo no dudó en bajar personalmente a convencerle para que la vista pudiera retomarse.
Su peculiar gracejo, a veces políticamente incorrecto, le llevó a bisbisear "Y encima se ríen estos cabrones", al observar perpleja la reacción de "Txapote" y otros tres terroristas al escuchar en un juicio el testimonio de la viuda de un concejal asesinado por ETA. O a contestar a la abogada de Otegi, cuando le pidió permiso para acercar al líder abertzale, en huelga de hambre, un botellín de agua: "Como si quiere beber vino...".
Lejos quedan esos primeros años con la toga en los juzgados de instrucción de Lora del Río (Sevilla), donde con apenas 25 años entraban en su despacho y le preguntaban por su abuelo confundiéndola con la nieta del juez. Como también su paso por los juzgados de Vélez Málaga y Onteniente y, fugazmente, por los de San Sebastián, desde donde en 1986, en plenos "años de plomo", se incorporó a la Audiencia Provincial de Madrid antes de ejercer como inspectora delegada del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) entre 1990 y 1993 y llegar a la que ha sido su casa en las tres últimas décadas.
Acostumbrada a vivir con suma intensidad su trabajo -cuando se enfrentaba a un juicio prácticamente se encapsulaba y se aislaba de cualquier presión mediática-, la pregunta que ahora encara no difiere, sin embargo, de la que se hace cualquier jubilado. ¿Y ahora qué? Pues nada de viajes del Imserso, señalan quienes la conocen, que tendrán que sucumbir ante su empeño en terminar la carrera de piano y mejorar -ahora sí- su destreza con la informática. En la Audiencia Nacional, dejará un vacío difícil de llenar, el recuerdo de su intensa dedicación profesional y, también, unos pasillos añorantes de sus ocurrencias y buen humor.
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