Juicio
Villarejo ensalza su papel de víctima en la «película» de su causa
El comisario investigado busca zafarse de la condena que marcará el futuro del macrocaso «Tándem»
Por si el«caso Tándem» no fuera ya digno de una película, el comisario investigado José Manuel Villarejo sacó ayer su lado cinéfilo para comparar su macrocausa con Algunos hombres buenos (1992) donde «se ordenó eliminar» a uno de ellos. «La causa Villarejo es un código rojo», dijo de sí mismo en una de las últimas sesiones de este juicio que dura ya casi un año y que hoy quedará visto para sentencia. Sentencia que, por cierto, marcará el futuro de todos los asuntos que quedan en investigación (y no son pocos) si el tribunal compra la tesis del cohecho a la Fiscalía.
«Quién ha sido el pirómano, quién ha sido el loco agitador del avispero», se preguntó el comisario que durante hora y media trató de desmontar toda la causa. Los fiscales actuaron bajos sus propios intereses, el juez Manuel García-Castellón fue traído de Roma expresamente para liderar este asunto, la Policía manipuló las pruebas y detrás de todo, como siempre, su archienemigo el exjefe del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) Félix Sanz Roldán. Toda una «confabulación» contra el comisario que se presentó como la principal víctima de todo y de todos y denunció el «origen chusco» de las diligencias que lo llevaron a la cárcel de forma provisional.
Lugar al que podrá volver con sentencia firme en función de lo que la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional falle a partir de este momento. Anticorrupción, que modificó la pena a la baja a mitad de junio (pedían inicialmente 109), solicita para él 83 años entre rejas porque el policía utilizó su condición de funcionario público para hacerse con datos e información que luego utilizó en sus negocios privados. Para Villarejo, en cambio, los fiscales tiene «obsesión» por pintarlo como un «sujeto abominable y ávido de dinero» cuando él, en (su) realidad solo trabajó por y para la patria.
Una retahíla de viajes a Siria, Jordania, Irak o Líbano, según su relato, para ayudar a resolver asuntos como el 11-M, los GAL, los atentados de Cataluña o las amenazas a la Corona. Y esto último, sus audios de Corinna Larsen con confesiones de Juan Carlos I, son el «botín» por el que Sanz Roldán se empeñó en «montar» la causa, defendió. «Lo que le importaba, lo que le obsesionaba, lo que le preocupaba eran los audios», enfatizó en un discurso que ha repetido hasta la saciedad estos años.
Con todo, el comisario jubilado y su defensa trataron de pasar de puntillas por su condición de policía cuando realizaba encargos personales para sortear el delito de cohecho. «Nadie sabía la condición de activo de Villarejo en la Policía salvo sus jefes directos», señaló su abogado Antonio Cabrera. Algo que choca con el «todos conocían» cómo actuaba, desde ministros de Interior de todos colores hasta presidentes del Gobierno. Había y hay «más Villarejos», han defendido siempre porque son «necesarios para el Estado». «¿Si no hubiera tenido la convicción de estar actuando como servidor del Estado, me habría atrevido a denunciar?, ¿de no haber contado con la autorización de los gobiernos habría arriesgado la singular situación que tenía?».
Después de una larguísima sesión de más de dos días para su abogado y más de una hora para él, Villarejo «renunció» a su derecho a la última palabra. «Porque ya la ha ejercitado, vamos», le espetó la presidenta de la Sala Ángela Murillo. «Todavía tenía más cosas, pero bueno», sonrió el comisario.
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