Opinión
Arrincona a Iceta para blindar a Illa
Miquel Iceta ha digerido mal su cambio de cartera. «Eso pasa cuando uno tiene más pasado por detrás que futuro por delante», me avisa con buena dosis de maldad un distinguido socialista. Ahí descansa el nudo gordiano del descoloque del nuevo ministro de Cultura tras su breve estancia en Política Territorial. Ya se sabe: en política subes y bajas de repente sin saber bien a qué se debe. Más todavía cuando rige una fórmula tan personalista como el sanchismo. Así es.
Seguramente llegó a creerse las señales que salían desde La Moncloa sobre su condición de posible «impulso» para la nueva etapa. Ciertamente, el entorno presidencial lo vio formando parte de la panoplia de vicepresidentes o, en su defecto, como portavoz del mastodóntico Gabinete para marcar diferencias por su indiscutible capacidad para comunicar y, naturalmente, por la gran experiencia política atesorada en Cataluña.
Con tales perspectivas, Iceta se vio sorprendido cuando Pedro Sánchez le comunicó por teléfono la mañana del sábado 10 de julio sus planes para él. Todo un golpe. Más todavía tras haber hecho las delicias de algunos costaleros parlamentarios, particularmente del PNV, por su banda sonora sobre una consulta nacional sobre el modelo de Estado. La bendición de los nacionalistas vascos resultó insuficiente, a pesar de jugar un papel central en el tablero dispuesto por Sánchez.
El mismo Iceta dejó plasmado su desconcierto en el acto de relevo ministerial. «Siento mucho dejar este Ministerio. Lo quiero dejar así de claro», confesó a los cuatro vientos. El cambio de cartera, a decir de voces cercanas a Sánchez, buscaba dejarlo fuera de la mesa de diálogo sobre el futuro de Cataluña, entendiendo que, de sentarse Iceta en la silla que corresponderá a la nueva responsable de Política Territorial, Isabel Rodríguez, hubiera habido una lectura compleja de liderazgos en el PSC. Y la apuesta de futuro del presidente del Gobierno se llama Salvador Illa y está claramente decidido a blindarlo por todos los medios a su alcance. La pretensión es marcar la diferencia con el exministro y, además, que ésta de ninguna manera pase inadvertida ante el bloque independentista.
De hecho, Sánchez aspira a que Illa, más pronto que tarde, coja el relevo de Iceta y asuma la condición de primer secretario de los socialistas catalanes. «Iceta lo peta» llegó a ser un eslogan en la campaña catalana de septiembre de 2015, cuando causaba furor entre sus conmilitones al soltarse bailando a lo Freddie Mercury. Aquella energía desbordante del candidato, su superficialidad, hacían mucha gracia a Pedro Sánchez. Pero ya no. Quien, al frente del PSC, contribuyó al menos a consolidar su rotunda victoria en las primarias de 2017 por el liderazgo del PSOE, encaja mal en una patada al tablero que, por cierto, incluyó el nombramiento como ministra de Transportes de Raquel Sánchez, hasta hace poco más de dos semanas alcaldesa de Gavá, una figura de la máxima confianza de Illa.
Los planes del presidente del Gobierno están pensados a dos o incluso tres años vista, con una nueva cita electoral en Cataluña como meta. Sigue apostando por un cambio de socios de Pere Aragonés al frente de la Generalitat catalana. Esto es, que ERC llegue a permutar JxCAT y la CUP por el PSC y En Comú, constituyendo así un tripartito de izquierdas. La opción permitiría a Pedro Sánchez desarrollar una de sus líneas estratégicas de mayor calado, con repercusiones para su propia permanencia en el poder.
Ésa es, a la postre, la esencia de lo que sucede entre las bambalinas de la política gubernamental, en las relaciones de Sánchez con sus socios. Y ello aunque el presidente asuma que el comportamiento final de los de Junqueras es siempre una incógnita. Por de pronto, Aragonés ha plantado la Conferencia de Presidentes convocada para el próximo viernes en Salamanca. La Generalitat de Cataluña ha decidido reservarse para su bilateral con el Gobierno, apenas 3 días después, en Madrid.
Aun así, Pedro Sánchez va a tener que seguir teniendo gestos con los independentistas, incluso al precio de quedar (en nombre de la «reconciliación», pregonada a marcha martillo desde La Moncloa) como claudicante ante ellos. En la mente presidencial rondan en realidad los mismos planes que ya pergeñaba el PSOE de los años 80.
Sánchez, al menos como un posible, imagina repetir con Illa la fórmula del PSE de Txiki Benegas en el País Vasco, cuando pactó a finales de 1985 con el PNV y cedió la Presidencia a José Antonio Ardanza, en un Gobierno en el que Ramón Jáuregui ocupó el puesto de vicelendakari y se convirtió allí en el hombre fuerte del socialismo. Aquella entente, fruto de una concesión, funcionó más de una década y garantizó la estabilidad de las instituciones vascas y, de paso, de las nacionales. ¿Qué papel podría tener Iceta en un aventurado escenario así en Cataluña? Siendo realistas, ninguno.
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