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El análisis

Evita y Carlitos

Hay sospechas de que la máxima aspiración de Puigdemont podría ser que algún día se haga un musical con su nombre

El expresidente de la Generalitat y candidato de Junts para las elecciones catalanas, Carles Puigdemont, el pasado día 26 en Perpignan (Francia) Glòria SánchezEUROPAPRESS

Una de las principales desventajas políticas de la Transición fue que las diversas ideologías en liza gustaban de agruparse en formaciones de siglas impronunciables. ¿Alguien era capaz de articular fonéticamente sin dificultad el acrónimo PSOE? Solo había una manera: prescindiendo de la pe. Por eso, durante años, el partido socialista obrero español ha sido sencillamente para la ciudadanía «el soe». Lo de menos es que dejará primero de ser obrero, luego de ser socialista y últimamente incluso hasta de ser español convirtiéndose tan solo en «el partido». Lo verdaderamente importante es que, mirando al futuro, nuestros políticos actuales por fin se han decidido a terminar con ese tipo de obstáculos.

Contemplemos si no el ejemplo de Carles Puigdemont –ese visionario– que ha decidido poner de nombre a su próxima propuesta política «Juntos y Puigdemont por Cataluña». A ver, el populismo personalista no es nada nuevo en otras partes del mundo. En Argentina, sin ir más lejos, hace ya décadas que es popular el peronismo, ideología política que toma su nombre de Juan Domingo Perón. No me veo con las capacidades necesarias para justipreciar si eso ha sido positivo o negativo de cara a los argentinos. Si a las evidencias empíricas nos hemos de remitir, la situación de su balanza de pagos y los problemas sociales del país albiceleste no hacen concebir muchas esperanzas en lo que el populismo personalista pueda ofrecer de cara al futuro.

Aquí también hemos tenido carlismos, sanchismos, y otras políticas de marcado cariz personalista. Pero el modelo que publicita Puigdemont parece que se orienta más hacia el ejemplo del cono sur; no hacia el peronismo, sino más bien de un modo particular hacia el mesianismo de Evita Perón. Siempre he sospechado que la máxima aspiración de Puigdemont es que algún día se haga un musical con su nombre, a poder ser protagonizado por Antonio Banderas. Le atrae el mundo el espectáculo, no debería intentar negarlo. ¿A qué si no insiste con ese flequillo pasado de moda que le da el aspecto de querer optar a un puesto de batería en un grupo tributo fondón de The Beatles? Adoro las canciones de The Beatles pero datan de 1963, por dios. Carles aún no se ha enterado que diez años después, en 1973, llegó el glam-rock. Y me temo que, persiguiendo la estela de sus fabulosos cuatro favoritos, se está convirtiendo simplemente en el Milli Vanilli de la política regional catalana. Porque examinemos detenidamente cuales han sido las conquistas gestoras y los hitos principales de su carrera. ¿Qué ha hecho con algún resultado político? Nada. Proclamó una independencia que era solo papel mojado, puro play-back. Le dio una duración de medio minuto y, acto seguido, él mismo la suspendió. Su exilio fue también una ficción, una farsa, porque nadie le expulsó ni le desterró. Solo salió corriendo y se fugó para no tener que explicar o defender sus decisiones administrativas y rendir cuentas ante la sociedad de sus actos. Una vez instalado en Waterloo, su labor política ha sido también nula. ¿Qué iniciativa, medida o propuesta política construyó desde su cómoda estancia mantenida doradamente por gente de mucho bolsillo? Ninguna. Hasta que la suerte de la aritmética votante le colocó en una posición de poder chantajear a la debilidad y ambición del socialismo español, Puigdemont solo se dedicó a buscar soluciones para su propio futuro, recurriendo a todas las dilaciones y trucos de picapleitos posibles que le posibilitara la legislación europea de Bruselas.

Lógicamente, una persona preocupada casi exclusivamente por su propia persona es comprensible que también pueda ofrecer únicamente una propuesta personalista. Y, si Puigdemont es el Milli Vanilli de la política regional catalana, no perdamos nunca de vista que, hoy en día, es perfectamente plausible que se pudiera resucitar al dúo de bailarines afásicos y se les hiciera un homenaje si en algún momento la industria musical lo considerara imprescindible para su supervivencia. No subestimemos a Puigdemont. A la población catalán se le ha mentido tanto en los últimos años (asegurándoles que estaban infrafinanciados) que gran parte de ella está lista para creerse ilusamente lo increíble. Incluso convencerse de que lo que sale por la garganta de los bailarines es algo más que gorgoritos pregrabados.