El análisis
Carreras por las medallas
Llevados de la inercia de su discurso simplón, los partidos regionalistas catalanes quieren aparecer como los héroes
Con nuestro actual sistema electoral, tarde o temprano tenía que suceder, aunque quizá nadie se lo esperaba tan clara e inocultablemente. El resultado de empate de las últimas elecciones coloca a los partidos regionales que han reunido apenas el 1,6 por cien de los votos en posición de decidir quien gobernará todo el país. No se podrá decir que no lo habían avisado repetidamente innumerables voces desde diferentes ámbitos. Si encima muchos de esos partidos se han distinguido políticamente en los últimos años por conductas erráticas y poco fiables, es perfectamente comprensible la desconfianza de la gente. La incertidumbre es total. Incluso para aquellos que esa geometría de cifras ha colocado en una posición decisoria. Lo único que han sabido hacer es sacar pecho (porque estaban además en claro descenso de votos) y afirmar, para hacerse los importantes, que pondrán un precio muy caro. Pasemos por encima de la desalentadora idea de que la política sea un mero poner precio a las ideas para que el cliente de la subasta conserve el poder. Eso, ya de entrada, es un lamentable planteamiento coercitivo que reduce la cosa pública a una simple partida de chantajistas faroleando con escaños sobre la mesa. Pero lo más llamativo es que la incertidumbre alcanza a los que han de poner precio que, deslumbrados, ni siquiera saben cual quieren poner.
Llevados de la inercia de su propio discurso simplón, todos los partidos regionalistas de Cataluña quieren aparecer como los héroes de la situación y colgarse la medalla de que ellos desbloquean la gobernabilidad, pero además necesitan convencer a sus fieles de que lo hacen sin renunciar a nada.
Las carreras por colgarse esas medallas van a ser espectaculares aquí en Cataluña. Porque los dos partidos nacionalistas enfrentados a muerte por el control del independentismo catalán precisamente han empatado también en escaños. Siete tristes asientos. ERC, que quiere mostrarse como partido de gobierno pragmático, aspira a colgarse la medalla que nunca encontró Artur Mas de conseguir réditos con paciencia y charlas en la zona oscura. Junts, perdida definitivamente la omnipotente y rentable influencia del pujolismo, lo tiene menos complicado porque no se espera gran cosa de ellos. Desde que Puigdemont dejó ver que el endeble fondo de todo su corpus político es meter en todos los líos posibles al gobierno central para ver si entonces suena alguna flauta psicodélica por casualidad, el nacionalismo conservador catalán navega por una zona donde todo es posible, hasta lo menos eficiente. Pero hay un elefante en esta habitación que nadie está queriendo mencionar y que sigue ahí, condicionando, aunque lo quieran negar, el imaginario político e ideológico de partidos como Junts: es Alianza por Cataluña, ese Vox catalanista que emergió por sorpresa en Vic.
La pugna entre ellos por convencer a sus fieles va a ser espectacular en Cataluña
Las medallas que pretenderá colgarse cada cual, para intentar salir de esta, son tan variadas y contradictorias que vamos a presenciar en Cataluña formidables piruetas dialécticas sin ningún viso de credibilidad. Porque existe también la medalla de la unidad del independentismo(fragmentado hasta lo indecible) a la que todos aspiran; medalla inexcusable en estos movimientos sectarios, pero que desmienten tanto hechos como números. Difícil compatibilizar eso con la medalla de la unidad de la izquierda a la que aspira Pedro Sánchez para defender al mundo del supuesto fascismo. Sobre todo, cuando se cuenta para ello con unirse a partidos supremacistas que -de aplicar la plantilla «facha-detection» que usa nuestro presi en funciones- entrarían plenamente dentro de ese supuesto.
Habida cuenta de que vivimos en un mundo donde señores con bigote aspiran a llamarse Loretta y gestar un bebé en su interior, cualquier negación de la más palmaria realidad es posible. Pero el pestilente aroma de la insinceridad va a extenderse las próximas semanas de una manera tan conspicua -desde los líderes de cada partido para colgarse medallas- que los columnistas nos veremos obligados por primera vez en nuestra vida a teclear nuestros artículos vistiendo máscaras de gas. Porque, en un escenario aritmético como el que ha quedado después de las últimas elecciones, la única manera de colgarse una medalla va a ser disimular y asegurar a todo el mundo que se perseguían unos objetivos diferentes a los que en verdad se buscaban en cada caso.