Elecciones en Reino Unido
May, un cadáver político en manos unionistas
En Reino Unido, un país donde apostar es un deporte nacional, sus políticos no parecen disfrutar de demasiada suerte en los últimos tiempos. Si David Cameron tuvo que abandonar el número 10 de Downing Street el año pasado tras la victoria del Brexit en un referérndum, ahora le ha tocado a su sucesora, Theresa May, sufrir en sus propias carnes el dolor de la derrota. El amplio mandato que pedía a los votantes para blindarse de cara a las negociaciones con Bruselas para abandonar la UE ha quedado reducido a una mayoría insuficiente incluso para gobernar su “little Britain”. En palabras de un antiguo compañero de Gabinete, George Osborne, May es un “cadáver político” que vaga por Whitehall hasta que los diputados “tories” decidan ejecutar su pena de muerte.
Desautorizada por los votantes y sus propios correligionarios, May trata de mantenerse en el poder a toda costa a través de un pacto “in extremis” con los unionistas del Partido Democrático del Ulster (DUP), cuyos diez diputados son imprescindibles para que los conservadores alcancen la mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes. Nunca antes esta formación ultraconservadora que defiende la pena de muerta y rechaza el matrimonio gay y el aborto estuvo tan cerca del poder. Y, como es natural, no sus líderes no están dispuestos a desaprovechar sus momento de gloria. A cambio de su apoyo parlamentario, exigirán al Ejecutivo conservador inversiones en Irlanda del Norte, así como compensaciones por la salida de la UE y la consecuente pérdida de ayudas agrícolas europeas.
Pero más allá de estos acuerdos y contrapartidas habituales en todas las latitudes, el pacto entre conservadores y unionistas puede tener una consecuencia adversa sobre el viejo conflicto en el Ulster. ¿Qué neutralidad puede ejercer Londres en la provincia cuando su Gobierno sobrevive gracias al oxígeno de uno de los actores políticos del mismo? Evidentemente, este hecho no ha pasado desapercibido al Sinn Fein y al resto de formaciones católicas, que temen que la comunidad protestante imponga sus posiciones tras más de tres meses de negociaciones para formar Gobierno en el Ulster, que, según los Acuerdos de Viernes Santos, debe ser compartido entre ambas comunidades.
En relación a la negociación para salir de la UE, May ya puede ir olvidándose de sus ínfulas de un “Brexit duro” o “mejor un no acuerdo a un mal acuerdo”. Los electores han hablado y han apostado por un Parlamento sin mayorías en el que los partidos deberán pactar una posición común para llevar a la mesa de negociaciones a Bruselas. Laboristas, liberal demócratas y nacionalistas escoceses también tienen derecho a participar en una decisión que influirá en las futuras generaciones de británicos.
Si las incógnitas rodean al Brexit, más aún sobrevuelan sobre el futuro político de May, una líder conservadora en funciones a la que se le permitirá pasar el trago de iniciar las conversaciones con los aún socios europeos, pero que muy probablemente no será quien las concluya en 2019. Para entonces, los “tories” y el número 10 estarán en manos de otro hombre o mujer con miras suficientes para volver a preguntar a los británicos cuál es la relación con Europa que desean.
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