Editorial
Tormenta perfecta sobre el sanchismo
Caen chuzos de punta de corrupción sobre el gobierno del bulo y de pulsión autocrática ya indisimulable. La caída será muy dura y el final, nada honorable
Pedro Sánchez ha acudido al Congreso con el guion con que afrontar la comparecencia sobre la actuación del Gobierno en la dana. Era un capítulo de esta semana que debe redimirlo y reforzarlo como líder supremo en el Congreso Federal de Sevilla. No parece una meta asequible a estas alturas con un escándalo diario desde sus propias filas y desde los juzgados que instruyen los casos que protagonizan sus familiares y sus más estrechos colaboradores. El sanchista arrepentido Víctor de Aldama, su hermano David Sánchez y el ya ex secretario general de los socialistas madrileños Juan Lobato recordaron la sombría realidad al presidente y desbarataron una sesión parlamentaria que se pretendía plácida con el fin de endosar la tragedia de Valencia al gobierno regional y erosionar la figura de Feijóo y del PP como alternativa. La jornada, como tantas otras en este tiempo que agoniza, se enturbió definitivamente con la primera escena. Todos los ministros atentos a los móviles por temor a las palabras de Aldama mientras Sánchez subía a la tribuna de oradores transmitía la imagen de una administración angustiada y temerosa, ocupada en su porvenir y ajena al presente de los españoles. Las revelaciones radiofónicas del conseguidor en las tramas corruptas que señalaron a Sánchez como conocedor directo de los negocios de Ábalos, además de todas las peripecias de Begoña Gómez, la citación a declarar como imputado de David Sánchez tras hallarse «indicios delictivos» en su contratación con la Diputación de Badajoz y la dimisión de Juan Lobato por el caso de las filtraciones contra el novio de Díaz Ayuso que lo «libera» ante su testimonio en el Tribunal Supremo sobre los mensajes de Moncloa en la guerra sucia contra la presidenta madrileña desnudaron la dramática excepcionalidad democrática de un panorama nacional insoportable en manos de un gobierno enfangado de espaldas a la gente y a sus urgencias. En este sentido, no ha sido casualidad, sino un patrón de conducta y ayuno de empatía, que Sánchez tardara un mes en comparecer en la sede de la soberanía nacional por la peor catástrofe natural del siglo, con más de 200 muertos y un colapso colectivo. Lo hizo sin sorpresas, atrincherado en cero autocríticas y una catarata de mentiras y desinformación con un tono impropio de la primera autoridad de una nación sumida en el duelo. Se dedicó a presumir del trabajo de prevención del Gobierno, de su compromiso en medios materiales y humanos y del papel de entidades como la Aemet y la Confederación Hidrográfica del Júcar, ya en los tribunales. Juzgó y condenó a Carlos Mazón para absolverse él mismo con la credibilidad de un inquisidor ventajista. Fue un relato de parte y sin una verdad. La Ley le obligaba a tomar el mando y a declarar emergencia nacional, lo que burló por tacticismo político. Pero la tormenta perfecta que azota el sanchismo no escampará. Caen chuzos de punta de corrupción sobre el gobierno del bulo y de pulsión autocrática ya indisimulable. La caída será muy dura y el final, nada honorable.