Editorial
La democracia encumbra a Trump
Trump ha ganado con solvencia y se ha cargado de legitimidad democrática, pero gobernará un país dividido
Donald Trump volverá a ocupar el Despacho Oval de la Casa Blanca después de un arrollador triunfo sobre Kamala Harris. La democracia en estado puro. La victoria en voto popular y electoral de los republicanos, amén de la casi segura hegemonía en la Cámara de Representantes y la confirmada en el Senado, ha depositado en sus manos un poder extraordinario. Es una gesta personal. La ha obrado contra todo y contra todos, con el poderosísimo establishment estadounidense activado como no se recuerda, medios de comunicación, analistas, encuestas alineadas y hasta su borrascoso historial en los juzgados. Las razones de su éxito son múltiples, pero se reducen a una simple, la conexión con los ciudadanos. Lo ha hecho a partir de una lectura correcta e inteligente de la realidad de América y de unos mensajes inequívocos que han atendido a las preocupaciones y las urgencias de la gente y no a los arrogantes planteamientos de una elite progre preocupada y ocupada en una agenda ideologizada y sectaria alejada de los valores y principios de la sociedad norteamericana. La letanía woke ha sido una criatura gestada en los despachos de una casta privilegiada que no ha prendido en el ciudadano medio. Que Trump haya mejorado en todos los colectivos de votantes, minorías incluidas, zonas rurales o urbanas, suburbios o centros urbanos, territorios con rentas dispares han convertido estas elecciones en un baño de realidad y desengaño para todos esos ingenieros sociales que han medrado entre mentiras y ruindad. Trump ha hablado a los estadounidenses de economía, impuestos, trabajo, seguridad, inmigración descontrolada, de la forma de vida americana, de la familia tradicional y ha blindado desde el pragmatismo, regado de su reconocible y aciago populismo, ese vínculo popular definitivo de todo buen candidato a conquistar la Casa Blanca. El desenlace ha sido el fruto de las capacidades de Trump, pero también de los deméritos demócratas concentrados en un gobierno mediocre, discutido y afectado por una Presidencia incapacitada como la de Biden y una fallida aspirante como Kamala Harris, embeleco gestado al calor de intereses particulares y consumado tras el golpe palaciego que la colocó en la carrera. El éxito del magnate afectará al orden mundial como siempre que cambia la administración en la primera potencia. China, Ucrania y Oriente Medio son frentes críticos e inciertos que aguardan que Washington mueva ficha con incertidumbre. Para Europa y España, la colaboración con el liderazgo norteamericano es una obligación y una necesidad. Tanto como relativizar la dependencia y la tutela para que la Unión madure si es que puede. También hay que prepararse para los embates del proteccionismo que viene y que pasará factura. Trump ha ganado con solvencia y se ha cargado de legitimidad democrática, pero gobernará un país dividido. Puede que la estabilidad que reporta su mayoría contribuya a restañar heridas. A este lado del Atlántico, la izquierda hará bien en dejar de mirar por encima del hombro al pueblo norteamericano y de arrogarse una autoridad moral de la que carece.
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