Afganistán
Afganistán es una bomba contra la paz
Los atentados de Kabul son un prólogo cruel de la amenaza que se cierne
En la cuenta atrás para la operación de rescate tras la victoria talibán, los terroristas quisieron manifestar al mundo lo que le aguarda. Las explosiones de Kabul en el perímetro del aeropuerto, que han costado decenas de muertos y heridos, varios niños entre ellos que esperaban una oportunidad para escapar del país, ha demostrado que puede haber acabado la guerra, pero que está muy lejos de haber llegado la paz. Es el comienzo de la pesadilla, de esa que se intuía en cuanto a las potencias decidieron poner tierra de por medio y admitir su rotundo fracaso en una misión de dos décadas que persiguió un Afganistán mejor, próspero, cívico y democrático, con un bienestar tolerable para sus ciudadanos, y que solo ha supuesto un retorno al pasado más miserable y tétrico, el de la violencia, el desgobierno, el yihadismo y la venganza. La administración norteamericana de Joe Biden ha adoptado decisiones en clave interna como si los decenas de miles de militares que cumplieron misiones en el país, y que ayer sumaron un nuevo sacrificio de caídos en acto de servicio, se hubieran limitado a imponer paz y libertad duraderas en el territorio afgano y no fuera de allí. Pero no es así. El terrorismo yihadista no entiende ni limita su odio a un ámbito geográfico, ni reduce sus enemigos a destruir por la cercanía de sus objetivos. Ni siquiera el credo es una barrera inflexible. Puede que Washington y otras capitales del mundo entiendan que la seguridad será una meta alcanzada después de que se haya cedido el poder a los talibán. La experiencia evidencia que no será así y que la amenaza criminal es global, que se ha reforzado por una gestión calamitosa de la ocupación y una retirada aún más penosa y terrible. El futuro se asoma sombrío, porque los errores son tales y el enemigo tan despiadado que hasta será difícil granjearse alianzas y colaboraciones que robustezcan la causa de la libertad. Occidente ha mandado un mensaje de debilidad y deslealtad hacia aquellos que mediten si quiera plantar cara a estos regímenes intolerantes y crueles, y a los verdugos que proyectan. Nuestros militares, con su tributo de sangre, combatieron por la libertad y la seguridad de España en Afganistán. Ahora, puede que lo tengan que hacer mucho más cerca. Las de ayer son bombas contra la paz. Que se lo pregunten a las familias de las decenas de víctimas del atentado de mayo contra un colegio de niñas entre 11 y 15 años en un barrio habitado por la minoría chií hazara en Kabul.
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