Opinión
La industria europea del automóvil, atrapada entre el fanatismo climático y la competencia global
La pregunta es si Europa puede seguir liderando su lucha contra el cambio climático sin sacrificar su competitividad industrial
Las ventas de automóviles han caído bruscamente, especialmente en el sector de vehículos eléctricos, a pesar de los esfuerzos regulatorios para promover su adopción. Los datos muestran que las ventas de coches en Europa han caído significativamente durante el mes de agosto, destacando Stellantis (-28,7%), Nissan (-27%), Ford (-23,4%), Grupo BMW (-14,7%) y Volkswagen (-13,3%), entre otros. Igualmente, en el mercado del coche eléctrico en la UE la caída ha sido generalizada por países y marcas, de casi el 44% en general, destacando un descenso de casi el 70% en Alemania o del 36,4% de Tesla.
La pregunta que cada vez más nos hacemos es si Europa puede seguir liderando su lucha contra el cambio climático sin sacrificar su competitividad industrial dada la presión que ejerce sobre los agentes económicos. Un ejemplo es la industria automovilística, tradicionalmente uno de los pilares económicos del continente que, en los últimos años, está atravesando por la tormenta perfecta y que muestra una situación que nos hace plantear preguntas clave sobre la viabilidad de las políticas climáticas de la Unión Europea, los crecientes costes de producción y la feroz competencia de los fabricantes chinos.
Problemas de oferta y demanda
Hay tanto un problema de costes por el lado de la oferta, que obliga a elevar los precios; como de demanda ante la incertidumbre tecnológica y un menor poder adquisitivo de los europeos, ya que los precios de los automóviles casi se han duplicado en los últimos 15 años, con mayor intensidad en los últimos cinco, como consecuencia de numerosos factores, entre los que destacan la exigente normativa medioambiental que está obligando a las marcas a invertir ingentes cantidades de dinero para conseguir motores menos contaminantes y para desarrollar el coche eléctrico, sin mucho éxito, la escasez de semiconductores y el aumento del coste de materias primas clave como el acero y el aluminio, el incremento del precio de la energía o la obligación de equipar todos los vehículos con nuevos sistemas de seguridad. Y lo que está por venir a partir del año que viene.
A todo ello, se une la fuerte competencia global donde China va aumentando su creciente ventaja con vehículos eléctricos a coste muy bajo, e irrumpiendo en el mercado europeo con modelos tecnológicamente más avanzados y con diseños innovadores. Y por supuesto, más baratos que cualquier otro europeo. Aunque los fabricantes chinos deban cumplir con las regulaciones europeas, disfrutan de menores costes de producción y economías de escala que son más fáciles de alcanzar, por lo que sus precios son imbatibles, lo que erosiona rápidamente las cuotas de mercado de las marcas tradicionales.
Si se imponen aranceles, el problema se agudizará con subidas de precios que harán languidecer la demanda
Y si se ponen aranceles a los coches chinos, el problema se agudiza pues se encarecerán más los precios y forzará a que la demanda siga languideciendo, lo que nos mete en un círculo vicioso que nos llevará por la senda de la recesión, en un momento crítico para la economía europea.
Este contexto, las acciones de los principales fabricantes de automóviles europeos han caído significativamente en los últimos años. Por ejemplo, las de Volkswagen han perdido un 65% de su valor desde máximos de 2021, mientras que las de BMW (-35%) y Mercedes (-28%), entre otras, han visto desplomarse su valor de mercado en los últimos cinco meses, reflejando tanto la preocupación por la rentabilidad a largo plazo como el impacto negativo de las políticas climáticas de la UE en sus operaciones.
A medida que las empresas luchan por mantenerse competitivas, los anuncios de cierres de fábricas y recortes de empleos se han vuelto más frecuentes. Volkswagen ha anunciado cierres de plantas en Europa y otras marcas anuncian que seguirán el mismo camino. La industria, que alguna vez fue un símbolo de innovación y prosperidad en el continente, se enfrenta ahora a una reestructuración dolorosa, con consecuencias económicas y sociales de gran alcance.
Por tanto, las regulaciones europeas junto con la competencia global están poniendo a la industria contra las cuerdas, haciéndole competir con las manos atadas. Se puede luchar para proteger el medio ambiente, pero con racionalidad, encontrando un camino que no asfixie a la industria o, de lo contrario, el cierre de fábricas y las caídas en bolsa podrían ser el principio de una crisis más profunda.
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