Diseño
Crecer un 100%, el reto de Dyson
La multinacional británica se ha convertido en un gigante tecnológico en menos de 25 años.
60 millones de aspiradoras ha vendido Dyson desde que lanzara la primera en 1993.
La compañía que lidera James Dyson sigue creciendo por dentro y por fuera. En 2015 –los datos de 2016 aún no se han hecho públicos– facturó casi 2.000 millones de euros y vendió más de10 millones de máquinas en los cinco continentes. Paralelamente, su interior se ha reforzado con la contratación de cientos de ingenieros y otros especialistas y prevé fichar otros 3.500 en los próximos cuatro años; la inauguración de un centro tecnológico en Singapur, que le permite hacer I+D+i las 24 horas al día; el continuo aumento de su inversión en este ámbito, y la puesta a punto, junto con la Universidad de Warwick, de su Instituto Tecnológico. Estas acciones tienen un objetivo más que ambicioso: duplicar su plantilla de aquí a 2020.
El fundador de Dyson inauguró el pasado 13 de febrero el Centro Tecnológico de Singapur en presencia de representantes del Gobierno de ese país. Estaba contento porque otro de los cientos de sueños que bullen en su mente se ha hecho realidad. «No es casualidad –subrayó– que estemos aumentando nuestra inversión y presencia en Singapur para poder cumplir con nuestros planes de desarrollo. Precisamente aquí se encuentran las mentes más brillantes del mundo trabajando en inteligencia artificial, robótica, dinámica de fluidos o sistemas de visión».
La británica se ha convertido, en menos de 25 años, en un icono mundial del diseño y la innovación industrial. Basta un botón de muestra para comprobar que, lo que nació a partir de un invento casero de un ingeniero industrial de Norfolk, es hoy un gigante con la ambición de sobrepasar el cielo. Presente en más de 75 países, cuenta con una plantilla que supera las 7.000 personas, más de 8.000 patentes registradas, dos fábricas –pronto otra más–, dos centros tecnológicos –y próximamente un tercero–, así como un Instituto de Tecnología en el que se formarán sus profesionales. Pero, por encima de todos estos logros, el que más enorgullece a James Dyson es el de haber transformado un negocio de electrodomésticos en una multinacional tecnológica puntera a la que ningún experto pierde de vista.
El éxito de esta compañía, con sede en Malmesbury, en el condado de Wiltshire (Reino Unido), y con presencia en nuestro país desde 1998, se comprende cuando nos adentramos en su historia, su filosofía, sus entresijos, su «modus operandi» y conocemos a sus empleados y, por supuesto, a su inspirador.
El primer secreto se llama James Dyson, quien tras su imagen de hombre rural se esconde un carácter exigente, inconformista, anticipativo e ingenioso, en el que sobresale su afán de superación y su habilidad para formar equipos independientes, aunque su sombra siempre es alargada. Basta repasar su trayectoria para entender que se está ante uno de esos emprendedores irrepetibles. Era de letras, pero acabó sumergiéndose en el océano del diseño y la ingeniería. Una embarcación de alta velocidad que podía atracar en tierra firme fue su primer proyecto. Más tarde, inventó «Ballbarrow», una carretilla cuya rueda delantera era sustituida por una bola para evitar que se hundiera en el barro. Y un día de 1979, al comprobar que su aspiradora –la mejor que había entonces en el mercado– se atascaba continuamente, empezó a hacer pruebas e inventó la primera máquina de este tipo sin bolsa. Tras 15 años y 5.127 prototipos, tuvo listo su primer ingenio. Pero las multinacionales, una tras otra, le cerraban las puertas. A mediados de los 80, cuando su situación financiera no podía empeorar más, apareció una empresa japonesa, Apex Inc, y salió al mercado «G-Force». Pero esta operación no terminó de llenarle y no cejó hasta que la sacó con su propio nombre. La «Dyson DC01» se convirtió en año y medio en la más demandada en el Reino Unido. Desde entonces, ha vendido más de 60 millones de aspiradoras.
Un catálogo ampliable
Pero su portfolio de productos se ha ampliado. Además de aspiradoras de diversos modelos, una sin cables y un robot, fabrica y comercializa secadores de mano, ventiladores y calefactores sin aspas, purificadores, lámparas (diseñadas por el hijo del fundador) capaces de durar más de 37 años y el secador «Supersonic». El catálogo está llamado a ser interminable conociendo a Dyson. Él mismo explicó recientemente en Singapur que «todos los productos tendrán inteligencia artificial y se adaptarán al usuario» y anunció que uno de los objetivos es la fabricación «in company» de las baterías, que serán disruptivas y sostenibles medioambientalmente porque «una de las batallas» del nuevo centro es la de «desarrollar una nueva generación tecnológica conectada y favorecedora del aire puro».
Otro de los secretos es su filosofía. Dyson siempre ha mantenido que el fracaso es el motor del progreso. Siempre hace hincapié en que detrás de un producto hay muchos intentos fallidos. Por ejemplo, el desarrollo del secador de manos «Dyson Airblade» supuso la elaboración de más de 3.300 prototipos. Pero el trabajo no termina cuando el producto está en la calle. Los laboratorios se vuelcan en probarlos y probarlos para perfeccionarlos.
El tercero de los factores clave es su plantilla. Compuesta por unas 7.000 personas, que trabajan en su sede central en Malmesbury, en sus fábricas de Malasia y Singapur, en el centro de investigación de este último país y en las distintas filiales. Casi la mitad de ellos son ingenieros y científicos de más de 70 nacionalidades. A James Dyson le gusta reclutarlos jóvenes, apenas recién salidos de las aulas, y formarlos a su imagen y semejanza. En septiembre inaugurará su propia escuela de ingenieros.
El cuarto secreto es su estrategia en investigación e innovación. Invierte más de ocho millones de euros semanales en este capítulo. Sus centros tecnológicos son los encargados de llevarla a cabo. Al de Malmesbury, el primogénito, se le ha unido el de Singapur, con el que trabaja conjuntamente, mano a mano en cada uno de los proyectos, y permite a la empresa hacer I+D+i las 24 horas del día. Pero el «alma mater» de la compañía es insaciable. Unas semanas más tarde de que cortara esa cinta anunciaba la creación de otro en Gran Bretaña, que será inaugurado a finales de 2017 y que ha recibido el respaldo de la primera ministra, Theresa May: «Esta inversión es un voto de confianza a nuestro esfuerzo por posicionar al Reino Unido como líder mundial en ingeniería de alta tecnología. La fuerza de Dyson es un verdadero hito para Gran Bretaña».
El quinto y último secreto son sus fábricas, todas ellas situadas en Asia. De ciencia ficción, sobre todo la de Singapur, emplazada en West Park, con una superficie de 4.385 m2 y una plantilla de 650 trabajadores, en la que se invirtieron más de 180 millones de euros y donde se fabrican seis millones de motores digitales al año.
La inversión de cientos de millones de libras de los últimos años en centros tecnológicos y en I+D+i es la base para el desarrollo espectacular que ambicionan James Dyson y su equipo en el próximo lustro: crecer un 100%. Un crecimiento que girará en torno a la aplicación de la robótica, la inteligencia artificial y otros sistemas tecnológicos de vanguardia a sus productos actuales, y a otros muchos –algunos relacionados con el «healthcare»– que se presentarán en el futuro inmediato. De ellos, James Dyson no habla. Se limita a sonreír cuando se le pregunta al respecto. Él mismo y sus colaboradores más directos se ciñen a decir que se están poniendo las bases para que Dyson siga siendo pionero, adelantándose a las necesidades de los ciudadanos, y contribuyendo a que las personas vivan mejor y en un mundo más saludable.
Una formación, un trabajo real y un salario
«La escasez de personal cualificado en Reino Unido está limitando nuestros planes de aumentar la plantilla de ingenieros». Esta rotunda frase del «alma mater» de la compañía explica el porqué de una de las últimas iniciativas: el Instituto de Tecnología de Dyson, que impartirá a partir de septiembre un programa de formación estructurado en cuatro cursos, y abierto a estudiantes de todo el mundo. «Una alternativa de calidad a los tradicionales estudios universitarios que combinarán la formación académica, impartida por el Warwick Manufacturing Group (WMG) de la Universidad de Warwick, con la experiencia laboral con productos Dyson y trabajando mano a mano con su equipo de 3.000 especialistas».
La escasez de ingenieros en todo el mundo es una de las grandes preocupaciones de James Dyson. Y, como siempre se crece ante los problemas, ha puesto manos a la obra. Por un lado, está atrayendo talento asiático a través de su centro de Singapur, y, a partir de ahora, mediante este instituto, que está dentro de las instalaciones de Malmesbury y en el que se invertirán más de 16 millones de euros en cinco años.
«Ofrecemos –explica Dyson– una formación académica, un trabajo real y un salario, además de la posibilidad de realizarse con expertos en sus áreas de trabajo. Me consta que hay más gente tan obsesionada como yo con la ingeniería; personas que al ver un producto se cuestionan cómo funciona y cómo puede ser mejorado. Entonces, ¿por qué no poder ofrecerles la posibilidad de acceder a un trabajo como ingeniero directamente desde el colegio?».
Los motores digitales
Son la joya de la compañía. Han sido patentados por Dyson y conforman una nueva generación de motores que funcionan por pulsos digitales. Son más sostenibles, ya que no generan emisiones de CO2 y hacen más ligeras las máquinas y dispositivos que fabrica la compañía. Se producen en su planta de Singapur y cada nueva versión que desarrolla es más pequeña y eficiente.
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