Opinión
Los chamanes del Banco Central Europeo
Da la impresión, ante la bajada de tipos, de que algunos tratan de sanar la economía europea con unos rituales monetarios que carecen de justificación
Imagine que su hijo tiene fiebre alta y persistente para lo que le prescriben un tratamiento de choque con antibiótico y un antipirético. Al día siguiente, la medicación comienza a hacer efecto, aliviando parcialmente su malestar, aunque la fiebre sigue siendo elevada y, sin haberse recuperado, le retiran dicha medicación alegando que provoca una serie de efectos secundarios como somnolencia y falta de apetito.
Todos estaríamos de acuerdo en que dichos efectos son el precio a pagar por la completa recuperación, pero reducir la dosis sin haber erradicado la enfermedad es algo tan incomprensible como intentar apagar un incendio forestal con una regadera.
La misma paradoja es lo que ocurre con la enferma economía europea y la decisión del BCE, bajando los tipos en 25 puntos básicos, con el objetivo aparente de revitalizar la economía de la eurozona que, tras la medida, se espera crezca un 0,9%.
Sin embargo, los precios siguen ardiendo con cambios de tendencia y amenazan con extender el fuego mientras nuestros bomberos centrales bajan la presión del agua. Las previsiones del regulador es que aumente la tensión sobre los precios con una inflación persistente, revisada al alza, del 2,5% para este año, es decir, un aumento de 0,2% respecto de sus previsiones de hace dos meses.
Una de dos, o las estimaciones se hacen leyendo los posos del café o el BCE está asumiendo su incapacidad para doblegar la inflación y nos quiere convencer de que un 2,5% para la general y un 2,8% para la subyacente, es un gran logro, por lo que la bajada sería una forma de sacar pecho y enviar una señal a los mercados para que modifiquen sus expectativas.
La realidad es que ya vamos por el año 2026 para alcanzar el objetivo del 2% y no descartemos que haya futuros retrasos. Basta con recordar que los profetas económicos del BCE auguraban en su Boletín Económico 1/2022 que la inflación sería del 3,2% en 2022 y el 1,8% en 2023, nada más lejos de la realidad.
En el caso de España, la inflación ha aumentado al 3,6%, la acumulada desde 2021 es del 18,3% para la general y del 30,8% en alimentación, llevándonos por un tortuoso camino de empobrecimiento estructural. Tal y como muestran algunos indicadores de vulnerabilidad, la pobreza se cronifica pues, casi la mitad de la población no llega a final de mes y el 26,5% de la población está en riesgo de pobreza o exclusión social. Todo ello a pesar de que algunos dicen que nuestra economía va como un cohete.
A veces, pienso que las predicciones económicas se hacen lanzando dardos sobre un tablero de expectativas, intentado acertar en el objetivo y que los guardianes del bienestar europeo, en vez de economistas son chamanes políticos que intentan sanar la economía con pociones mágicas y amuletos mientras cantan y bailan, en distintas direcciones, con unos rituales monetarios que carecen de justificación clara.
Aunque es una bajada ridícula, dificulta acabar con una inflación persistente, además de que su eficacia es muy cuestionable mientras no se resuelvan problemas estructurales como el envejecimiento de la población, el desempleo o la baja productividad, que no se solucionan sólo con políticas monetarias expansivas, que añaden más leña al fuego de una economía frágil. Cada vez parece más difusa la frontera entre el misticismo del chamán y las decisiones del BCE, no por sus economistas, de elevado nivel, sino porque se siguen criterios políticos y no técnicos, intentando mostrar que hay luz al final del túnel, aunque pueda ser la de un tren que se acerca.
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