Tenis
Con el espíritu de los Sánchez y los Martínez
Da igual si el tenis no rasca medalla en Tokio. Mireia nos ha demostrado que hay logros más importantes
Cuando el tenis volvió al programa olímpico, en Seúl 88, España padecía los últimos Juegos de su oscura prehistoria deportiva –conocimos la rueda y la letra impresa en Barcelona 92– y la pareja Sergio Casal y Emilio Sánchez Vicario sumó una de las cuatro (¡¡cuatro!!) medallas de la delegación nacional. Desde entonces, sólo una vez faltó a su cita con el medallero, en la hierba de Wimbledon, 2012, por culpa de una lesión de Rafa Nadal y pese al esfuerzo titánico de David Ferrer, que conformó contra natura una dupla con Feliciano López para jugar el doble e ir a inclinarse en una titánica semifinal contra Jo Tsonga y Mika Llodra, el especialista francés (18-16 en el set definitorio).
Los tenistas constituyen el arquetipo de deportista superprofesional y ajeno al espíritu olímpico, por eso es justo resaltar que los españoles, desde hace casi cuarenta años, parecen tener otra condición. En Tokio, las opciones de medalla recaen sobre el cimbreante estado de ánimo de Garbiñe Muguruza, de quien siempre cabe esperar una ausencia o viaje astral, pero el equipo nacional de tenis, con independencia de cómo acabe el cuento, está siendo ejemplar en Japón. Aunque la locomotora Nadal no tira desde la pista, su compromiso de sangre sellado con España sobrevuela el Parque de Ariake.
Los representantes masculinos navegan con los medios de a bordo y ya han desaparecido del cuadro la mitad de los individualistas y las dos parejas de dobles, pese a la tenaz resistencia de Pablo Carreño y Alejandro Davidovich contra Farah y Cabal, los colombianos campeones de casi todo y terceros cabezas de serie. Las chicas han hecho pleno en ambas modalidades, con Sara Sorribes descabezando el torneo de la número uno mundial, Ashleigh Barty, y Carla Suárez regalándonos una maravillosa rentré tras vencer al cáncer. Es muy posible que se vengan de vacío, sí, pero hay triunfos que no tienen reflejo en el medallero, tal y como demostró la gran Mireia Belmonte en los 400 estilos.
El idilio del tenis español y el olimpismo lo empezaron Arancha y Conchita, que se soportaban con muchas dificultades (se detestaban, más bien) pero no dudaron en asociarse para sacar medalla en Barcelona y Atlanta. Sobre la tierra batida del Valle de Hebrón (¿por qué no fue sede el emblemático Real Club? Ay, Maragall y Pujol..), jugaron y perdieron con las estadounidenses la final más «internacional» de la historia: Fernández (Gigi) & Fernández (Mary Joe) versus Sánchez & Martínez. La benjamina de Marisa Vicario acumula cuatro medallas olímpicas, ninguna de oro, porque en los torneos individuales no pudo con las yanquis Capriati ni Davenport. Entre su época y la de Nadal, la Armada se las ingenió para arañar medallas en los dobles: Albert Costa y Corretja en Sídney, Vivi Ruano con una crepuscular Conchita en Atenas...
En México 68, se organizó un torneo de demostración de tenis en el que , por supuesto, brilló España. Jugaron la final los «Manolos», Santana contra Orantes. El primero, junto a Juan Gisbert, perdió la final de dobles contra la pareja local: Rafael Osuna y Vicente Zarazúa, padre de dos tenistas profesionales, Patricio y José Luis, y abuelo de Renata, la Zarazúa que ayer, con Giuliana Olmos, perdió frente a Sara Sorribes y Paula Badosa. Porque el tenis, más allá de los Sánchez Vicario, siempre ha sido un mundo de sagas.