Montañismo

Juanito Oiarzabal: «Si me dan a elegir dónde morir, que sea en el Himalaya»

Juanito Oiarzabal / 2x14x8000. Quiere ser la primera persona en hollar dos veces los 14 ochomiles. Le quedan cuatro cimas

Juanito Oiarzabal
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Quiere ser la primera persona en hollar dos veces los 14 ochomiles. Le quedan cuatro cimas

Con 26 ochomiles en su mochila, Juanito Oiarzabal (Vitoria, 1956) regresa al Himalaya. Junto a Alberto Zerain, ya está en Katmandú para intentar ser el primero en repetir cima en las 14 montañas más altas de la tierra. Para cualquier otro, una quimera. Pero para «un vasco duro como las piedras» –palabra de su amigo Sebastián Álvaro– todo es posible. Unos días antes de partir atendió a LA RAZÓN en Madrid.

–No tiene nada que demostrar. ¿Por qué repetir las 14 cimas?

–Son cosas que aparecen en tu vida. Trabajando con «Al filo de lo imposible» se dieron las circunstancias para repetir los 14 ochomiles, en un principio los más altos, hasta que llegó un momento en que me propuse darles una segunda vuelta, sobre todo porque tengo la oportunidad, que no está al alcance de muchos.

–Decía Messner que las montañas no cambian con nuestra ascensión; somos nosotros los que cambiamos. ¿En qué le han cambiado las montañas?

–He cambiado mucho. La condición física, la forma de ver las cosas... Pero, sin embargo, he adquirido muchísima experiencia y lo que no ha cambiado para nada, eso sí que es verdad, es la pasión, la ilusión y la ambición que siempre me han caracterizado.

–Le quedan cuatro cimas para conseguir su objetivo. ¿Cuál le preocupa más?

–Me preocupa el Dhaulagiri porque es una montaña que acumula mucha nieve, en el campo 2 tiene una zona «avalanchosa», la parte alta de la montaña es técnica y en la vía de cumbre hay una travesía muy delicada y muy técnica. Hay que estar muy centrado y hacer las cosas muy bien para no cometer ningún error, porque el más mínimo lo pagas.

–Tras los 14 ochomiles repitió el Everest sin oxígeno. ¿Por qué?

–Subir ochomiles sin oxígeno no tiene nada que ver con hacerlo con oxígeno, aunque hay que respetar a todos aquellos que lo hacen, pero en mi ética personal el planteamiento que me hice hace muchísimos años era el de subirlos todos sin utilizar medios artificiales. Tuve una pequeña pifia a partir de los 8.500 metros en el Everest, en el 93. Imperó más el ego personal de llegar a la cumbre que la propia ética y no me lo perdoné nunca, así que cuando terminé los 14 ochomiles lo más prioritario era volver de nuevo al Everest y hacerlo sin oxígeno.

–¿El K2 es su peor recuerdo en 30 años de expediciones?

–Es una de las montañas que siempre invade mis recuerdos. Por dos razones: por mi primera ascensión, cuando hicimos la Tomo Cesen –una primera integral en una ascensión de dificultad en sentido semialpino que fue la expedición perfecta–, y por todo lo contrario, la segunda ascensión por una ruta más fácil pero con peores condiciones. Bajando de la cumbre me perdí, se me congelaron las córneas y los pies y me amputaron los diez dedos.

–¿Cómo se convive con la muerte allí arriba?

–Se convive perfectamente bien, porque quizá seamos de otra pasta y lo llevamos con mucha naturalidad. Todos nos tenemos que morir y, si me dan a elegir el lugar idóneo para quedarme, sin lugar a dudas es el Himalaya, que es con el que más me siento identificado siempre.

–En la cima de su primer ochomil se encendió un ducados...

–Sí, pero no me siento especialmente orgulloso de ese capítulo de mi vida. Desgraciadamente así era y así ha sido durante muchos años.

–¿Qué le han dado y qué le han quitado las montañas?

–Me han dado muchas cosas y me han quitado, también. Pero lo tomo de forma natural. Cuando acudimos a una montaña, en este caso al Dhaulagiri, yo tengo varios amigos que han perdido la vida ahí y esos sentimientos los tienes que aparcar, sin olvidarlos, porque no puede ser de otra manera, no puedes salir condicionado.

–¿Se ve con su hijo en la cima de un ochomil? ¿Le gustaría?

–No, no me veo y eso que Mikel hace mucha montaña y esquí de montaña, pero no me veo. Como le digo a él, le pega a todos los palos, por lo tanto no creo que sea bueno en ninguno.

–¿Cuántas veces se ha preguntado «qué hago yo aquí»?

–Muchas, pero cuando me la hago lo comprendo, porque es lo que sé hacer, lo que me gusta, de lo que vivo y donde mejor me lo paso.

–¿Qué himalayistas le han inspirado más?

–Sin lugar a dudas Jerzy Kukuczka, que para mí ha sido el más grande. Messner rompió muchos tabúes, pero como Kukuczka no ha habido nadie. Y, desde luego, Loretan, con la revolución que supusieron en el Himalaya esas ascensiones en «non stop».

–¿Qué no puede faltar en su petate en una expedición?

–Pues una buena gastronomía: un buen bacalao para hacer al pil pil en el campo base.

El lector

En cualquier expedición a un ochomil, si hay una información prioritaria es la meteorológica. Y en este ámbito, los avances han sido notables. «Hace 25 años salías de la tienda, te chupabas el dedo y veías por dónde venía el viento y a ver qué es lo que ocurría», recuerda Oiarzabal. «Ahora –cuenta el himalayista vitoriano– los partes meteorológicos nos llegan a diario y lo clavan al cien por cien».