Fútbol
El Barcelona o la resistencia roja y gualda
La columna vertebral de las selecciones absoluta y olímpica, con Hansi Flick al mando, quiere discutir la hegemonía del Real Madrid
Cualquier pregunta que hoy nos hagamos sobre el Fútbol Club Barcelona trasciende la raya del Ebro, y que nadie interprete bajo un prisma político esta afirmación porque el rendimiento del Barça 24/25 no determinará el estado de revista del «ejército desarmado de Cataluña» (Vázquez Montalbán) ni el legítimo orgullo, o deshonra, que puedan sentir los habitantes de ese «pequeño país en la esquina del mapa» (Pep Guardiola). De cómo le vaya a Hansi Flick y a su muchachada depende, ni más ni menos, que el fútbol español disfrute de una Liga digna de tal nombre o que, otra vez, la temporada degenere en paseo militar del Real Madrid.
Y ya es paradójico, porque la vida es así de bromista, que en la Villa y Corte encomiende la misión de volver a ganarlo a batallón multinacional, superestrellas reclutadas en el extranjero, mientras que ese «mès que un club» enfermo de nacionalismo supremacista construye sus esperanzas sobre lo mejor de la juventud española, chicos venidos desde todas las regiones que han hecho tremolar con orgullo la bandera rojigualda en Berlín y París: Dani Olmo, Pedri, los lesionados Gavi y Balde, Cubarsí, Eric García, Fermín, quizá Nico Williams. ¿Qué español de orden no sueña con volver a ver al fastuoso Lamine Yamal reinando con la selección sobre un fatigado Mbappé, como aquella noche de julio memorable en Múnich?
Sobre el papel, así, el Barcelona puede presentar un once la mar de atractivo a lo largo de la temporada, a medida que se vayan recuperando lesionados como los dos mencionados o Araújo y Frenkie De Jong, futbolistas indisponibles para el tramo inicial del curso y cuyas reapariciones dotarán al grupo de Flick de la consistencia que se ha echado de menos en la pretemporada. Porque, tras la gira exótica de rigor, el verano barcelonista terminó con un desastre en el trofeo Joan Gamper, un reencuentro durísimo con Montjuic en el que este «nuevo» Barça renovó y amplió todos los defectos que terminaron con la era Xavi: un 0-3 sumario contra el Mónaco y un primer sofocón para el sufrido «soci». «Esto es lo que hay», dijo Ronald Koeman a modo de epitafio.
Algo parecido podría aducir el nuevo técnico barcelonista cuando intente implementar su fútbol de alta intensidad encadenado a las venerables figuras de Ilkay Gündogan y Robert Lewandowski, dos formidables futbolistas y campeones de (casi) todo lo ganable que fueron, pero cuyos mejores días pasaron como generosamente treintañeros que son. Más allá de las estadísticas y de lo útil que aún son sus cualidades para batallas menores de domingo, hasta ese optimista impenitente que responde por Joan Laporta sabe que sobre sus dos empleados mejor pagados no se pueden sostener altas aspiraciones.
Marchante de ilusiones, el presidente del Barcelona es consciente de que debe insuflar optimismo en sus huestes en las últimas semanas de un mercado que permanecerá abierto hasta que hayan transcurrido cuatro (¡!) jornadas de Liga, más del 10 por ciento del torneo. Su anhelo es Nico Wiliams, su obstáculo es el dinero –o asfixiante la falta de él– y la realidad lo conducirá a otros extremos prestigiosos, sí, pero que tampoco vuelven loco a nadie: Luis Díaz, Kingsley Coman o Rafael Leao, nombres que dan su poquito de risa si se los compara con lo que luce en las bandas del Bernabéu. Porque las comparaciones, todo lo odiosas que se quieran, también son inevitables.
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