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Opinión

Uruguay y las lágrimas por el «Paisito»

Los charrúas prolongan su milagro futbolístico en cada Mundial, aunque rara vez llega a las instancias finales y en Qatar fue víctima de un resultado rarísimo en el Portugal-Corea

Luis Suárez no pudo evitar las lágrimas tras la eliminación
Luis Suárez no pudo evitar las lágrimas tras la eliminaciónManu FernandezAgencia AP

Con poco más de tres millones de habitantes y la superficie más pequeña de Sudamérica, la República Oriental de Uruguay lleva tan a gala el apelativo de «Paisito» como la fiereza con la que sus ciudadanos lo defienden. «Orientales: la patria o la tumba», arranca el himno nacional. Su selección de fútbol cumple con el mandato, desde luego, y esa legendaria garra charrúa le ha permitido ser bicampeona del mundo, si bien su camiseta celeste luce cuatro estrellas porque FIFA le permite añadir al palmarés los dos oros olímpicos consecutivos que lograron en los años veinte en los Juegos de París y Ámsterdam, donde participaron combinados absolutos.

Desde el «maracanazo» de 1950 ha pasado bajo los puentes tanta agua, que no quedan uruguayos con memoria de última consagración universal. Lo más cerca que estuvo fue en 2010, cuando el equipo liderado por Luis Suárez se plantó en semifinales y cayó contra los Países Bajos… seguramente porque no jugó Luis Suárez. La ausencia del delantero se debía a la sanción que se ganó en los cuartos contra Ghana, cuando evitó con la mano un gol en el último minuto de la prórroga, Assamoah Gyan falló desde los once metros y Uruguay pasó en la tanda, con el recochineo añadido del Loco Abreu, que transformó el lanzamiento decisivo con un delicado Panenka.

Se morían de ganas los ghaneses, si me permiten la tontería, de vengarse de Suárez, quien en las vísperas se había entretenido, para colmo, de reivindicar su acción. André Ayew, el único superviviente de aquella desventura sudafricana, volvió a fallar un penalti para los africanos antes de que los dos primeros goles celestes en el Qatar le abriesen a Uruguay la puerta de los octavos contra Brasil, para revivir la enésima revancha de aquel memorable día de mediado el siglo pasado en Río de Janeiro. Y otra oportunidad para la orgullosa nación rioplatense de que su brillo cegase a sus gigantescos vecinos. No contaron, ay, con la solidaridad con sus hijos de Portugal, otra pequeña nación que exporta entrenadores a medio mundo.

Al mismo tiempo, los portugueses jugaban contra Corea del Sur con la primera plaza asegurada y la espina clavada del Mundial de Rusia, cuando dos goles de Cavani mandaron a casa en octavos a Cristiano Ronaldo. El lisboeta Paulo Bento, ex jugador del Oviedo, dirige a la selección asiática y ese cóctel de sentimientos desató una jugada demencial en el tiempo de prolongación: los lusos regalaron el balón a sus rivales en un córner a favor y los miraron cruzar el campo para marcarles sin oposición el gol que eliminaba a Uruguay. Un malpensado diría que fue a posta. A mí esas cosas... es que ni se me pasan por la cabeza.