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El Sevilla conquista su sexta Europa League tras vencer al Inter (3-2)

Diego Carlos, de chilena, dio la victoria al equipo sevillista ante el conjunto italiano

Los jugadores del Sevilla levantando el título de la Europa League Lars Baron / POOLEFE

Da igual como se llame, Liga Europa o Copa de la UEFA, que se juegue en mayo o en agosto. Es la Copa del Sevilla, que ha ganado la sexta en otras tantas finales. Un índice de fiabilidad impresionante cuando llegan los partidos decisivos. Aunque se compliquen, y mucho, desde el comienzo, como sucedió contra el Inter.

Pero Diego Carlos, que había respetado su costumbre en la fase final de hacer un penalti en los primeros minutos, apareció por sorpresa, como los héroes de verdad, cuando menos se le esperaba y cuando no le correspondía para hacer una chilena milagrosa. Un remate impropio de un central que Lukaku ayudó a llegar a gol. Godín miraba el remate con cara de incredulidad. Dice la UEFA que el gol es del brasileño, porque a los héroes hay que honrarlos como se merecen. Y él lo celebró con el balón en la barriga para celebrar su futura paternidad.

Para completar la final se marchó lesionado, sustituido por Gudelj, y tuvo que ver los últimos minutos desde el banquillo. No mucho tiempo antes de marcar Diego Carlos se había acercado a la banda para que le vendaran el muslo. Quizá eso explica su incapacidad para frenar a Lukaku en la primera carrera del partido y en todas las que llegaron después. Eso y el físico bestial del belga. Una amenaza constante que ha marcado en todos los partidos que ha jugado esta temporada en esta competición.

Contra el Sevilla lo hizo en las dos porterías y antes de decidir el partido para el equipo español podía haberle dado la victoria a su equipo. Pero había más héroes en el Sevilla, aparte de Diego Carlos, que una vez más había sido incapaz de contener la carrera del «9» del Inter. Bono, brillantísimo contra el United en la semifinal, sacó la pierna para despejar el remate de Lukaku y dar un poco de aire a su equipo. El guardameta repitió en los últimos minutos, cuando el Inter buscaba desesperadamente el empate.

Aunque el primer héroe reconocible de la final había sido Luuk de Jong, un delantero discutido desde su llegada, al que le costaba marcar y que había dejado lo mejor para el final de la temporada. Marcó el gol decisivo en la semifinal a pase de Navas y repitió por dos veces para dar la vuelta al partido, que había nacido torcido con el penalti de Lukaku.

Fueron dos cabezazos, el primero en plancha a pase, otra vez, de Jesús Navas. El segundo, a la salida de una falta lanzada por Banega, Para eso lo había metido Lopetegui en la alineación, era el único jugador de la plantilla capaz de ganar los duelos aéreos con la defensa del Inter. Y de nuevo acertó Julen. Era el único cambio en una alineación que se ha repetido desde el partido de octavos de final contra la Roma. A En-Nesyri esta vez le tocaba esperar. El Inter no deja espacios para que pueda correr.

La pelea estaba en el juego aéreo, como demostró el segundo tanto del Inter. Una falta que remató de cabeza Godín, que hace tiempo que siente más cómodo en ese terreno que corriendo detrás de los delanteros.

Había sido una primera parte frenética, con cuatro goles y un continuo ida y vuelta que los entrenadores contuvieron después del descanso. Con el partido más calmado, la pelota era del Sevilla. Para eso tenía a Banega, el jugador que mejor entiende el juego sobre el césped, aunque a veces dé la sensación de que no entiende nada fuera de él.

El argentino se despedía del Sevilla en lo más alto. Se marcha ahora a contar dinero a la Liga de Arabia Saudí, aunque demostró que tiene recorrido para mucho más. Maneja el juego y tiene ojos en el cogote para ver los pases a los compañeros y las patadas que le vienen de los rivales, que no fueron pocas.

El Inter, sin terreno para correr, fue menos enemigo. Lo sabía Lopetegui, el entrenador que ha dado al Sevilla su sexto título de Liga Europa. Discutido en los comienzos –llegaron a pedir su dimisión en el Pizjuán–, es uno de los padres de este título. El otro, Monchi, acabó manteado sobre el terreno de juego.

Era la alegría del campeón, del dueño de una competición en la que ha sabido sobreponerse a todo. El partido de octavos de final contra la Roma le dio la confianza que necesitaba para sentirse seguro. Superó un penalti en los primeros minutos contra el Wolverhampton, aunque lo paró Bono. Y tuvo que remontar contra el Manchester United y contra el Inter de Milán. Lo hizo, además, sin su estrella, el argentino Ocampos, que jugó dolorido por una lesión y acabó pidiendo el cambio tendido sobre el césped. Pero la Copa es del Sevilla. Es su trofeo. Da igual cómo se llame y cuándo se juegue.