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"El castillo de Lindabridis": Calderón en miniatura ★★★★☆

Nao d'Amores vuelve a la Compañía Nacional con una propuesta pequeña, delicada, casi íntima, pensada como un pequeño juguete artesanal
La princesa Lindabridis deberá heredar el trono de Tartaria
La princesa Lindabridis deberá heredar el trono de TartariaSergio Parra
La Razón

Madrid Creada:

Última actualización:

Autor: Calderón de la Barca. Directora: Ana Zamora. Intérpretes: Miguel Ángel Amor, Mikel Arostegui, Alfonso Barreno, Alba Fresno, Inés González, Paula Iwasaki... Teatro de la Comedia, Madrid. Hasta el 10 de marzo.
Este es el disparatado y casi naíf argumento de esta obra de Calderón de la Barca, muy poco conocida, en la que el autor madrileño, en pleno Barroco, homenajea –y en cierto modo parodia también– las novelas de caballerías que ya habían homenajeado y parodiado otros autores anteriores, como Cervantes en el Quijote. De hecho, tal y como se explica en el programa de mano, Calderón se había inspirado en Espejo de príncipes y caballeros, una novela que Diego Ortúñez de Calahorra había publicado en 1555.
Esta mirada desde el presente de Calderón hacia los autores renacentistas en el momento en el que estos revisaban, asimismo, la tradición medieval permite y justifica que Ana Zamora haya concebido este espectáculo bajo las coordenadas de ese teatro prebarroco al que ha consagrado una parte fundamental de su trayectoria. De este modo, lejos de ser un montaje de gran aparataje escénico, El castillo de Lindabridis es una propuesta pequeña, delicada, casi íntima, pensada como un pequeño juguete artesanal, que puede recordar en ese sentido a otros montajes de Nao d’Amores como, por ejemplo, la Comedia aquilana.
Haciendo un curioso trabajo interpretativo que se aleja deliberadamente del naturalismo, para entroncar casi en lo ceremonial o litúrgico, los propios actores van armando y desarmando la escenografía de acuerdo al curso de la acción al tiempo que dan vida a sus respectivos personajes. Así, las escenas se van sucediendo como una serie de simpatiquísimos cuadros simbólicos y animados en los que la plástica y la propia composición escénica han sido en extremo cuidadas para que toda la historia se perciba esencializada y se disfrute desde un lugar mucho más intuitivo que intelectual. Es cierto que eso puede provocar que, a veces, cueste un poco seguir el hilo argumental, pero todo se irá reordenando en la cabeza del espectador si se deja llevar sin prejuicios y trata de sumergirse en el juego que le proponen.
Como es habitual en los proyectos de Nao d’Amores, tiene especial relevancia la música, siempre interpretada en directo, que en esta ocasión ha sido seleccionada y arreglada por Miguel Ángel López y María Alejandra Saturno, así como el vestuario de Deborah Macías. En cuanto al reparto, hay un esforzado y complicado trabajo coral de todo el elenco, en el que conviven algunas caras conocidas en los últimos años de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, como Paula Iwasaki, Mikel Arostegui o Alejandro Pau, con otras que sonarán menos y a las que habrá que seguir la pista en el futuro, como es el caso de Inés González.
  • Lo mejor: La delicadeza y el esmero con los que trabaja siempre Nao d´amores en propuestas, además, que no son nada complacientes desde el punto de vista formal.
  • Lo peor: Dado el formato de la obra, es muy probable que los espectadores más alejados se pierdan algunas cosas y no tengan la misma experiencia que los que ocupan las primeras filas.