El Reina Sofía saca a luz el lado homoerótico de Picasso
El museo inaugura una gran muestra sobre el salto a la modernidad que dio el pintor malagueño en 1906, un recorrido de 120 piezas que explora la «hibridación» y el «primitivismo» que luego le conduciría al cubismo
Madrid Creada:
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Asegura el comisario Eugenio Carmona que no sabe desenvolverse con los «mass media», pero de lo que no cabe duda es que conoce bastante bien en qué consiste esto de la comunicación. Quizá por eso, desde el principio remarcó que el lado homoerótico de Picasso, un aspecto muy poco conocido por el gran público, es uno de los temas que sustentan la excelente muestra que el Museo Reina Sofía dedica a partir de hoy al pintor. Una especie de exposición/colofón que viene a poner fin a las sucesivas conmemoraciones que se han celebrado durante este 2023 por el 50 aniversario del fallecimiento del artista malagueño y que, a través de más 120 piezas procedentes de museos e instituciones, como el MoMA, el Metropolitan o el Guggenheim de Nueva York, entre otros, incide en la crucial y decisiva fecha de 1906, justo el año anterior a que el creador emprendiera la realización de uno de sus óleos más celebrados y reseñados de su trayectoria, «Las señoritas de Avignon», y el momento exacto en que Picasso se encontraría con el arte primitivo, repensaría el Greco, descubriría el potencial de las máscaras africanas, reinventaría el arte romano, revisitaría a Corot y Cézanne, se adentraría en el desnudo de una manera distinta a como lo había hecho hasta entonces, entablaría amistad con la influyente y poderosa Gertrude Stein y abordaría temáticas novedosas que no habían asomado en su pintura como el homoerotismo.
Eugenio Carmona decidió introducir la muestra, que presentó el actual director del Reina Sofía, Manuel Segade, aunque en realidad forma parte del legado de exhibiciones que dejó ya preparado su antecesor, Manuel Borja-Villel, con una declaración que supone un titular en toda regla: «La relación de Picasso con el mundo gay no es una anécdota, sino una categoría. No es un detalle, sino algo con fundamento». Una declaración de enorme relevancia cuando se habla de un artista tan discutido en el plano personal, que ha sido cuestionado mil veces desde determinados ámbitos y que arrastra consigo el sambenito de su «comportamiento heteropatriarcal» y el eco de las turbulentas relaciones que mantuvo con sus sucesivas parejas a lo largo de su vida. «No existe texto actual sobre Picasso que no contenga alusiones a su homofobia y misoginia. Ha habido estudios que he llegado a tirar. Es que no lo soportó», precisó un tajante Carmona.
Él mismo quiso limpiar esa mirada, ese lugar común, y explicó que el artista, durante esta época, estuvo en contacto con creadores homosexuales, estaba al tanto de las publicaciones que defendían sus derechos, permanecía al corriente de las diversas revoluciones libertarias y modernas que agitaban su tiempo en el campo sexual y que, como remate, frecuentaba la amistad de la pareja formada por Alice B. Toklas y Gertrude Stein. Esta última supuso una influencia determinante. Hasta el punto que Eugenio Carmona llegó a decir que sin ella, Picasso no habría llegado a afrontar las revoluciones de esta época. Su relación no solo resultó decisiva, sino que su complicidad puede rastrearse en el intenso retrato que le hizo él –que conserva el Metropolitan y puede contemplarse en la muestra–. El detalle está en que «el rostro-máscara de Stein es semejante al de los autorretratos coetáneos de Picasso». Toda una declaración de intenciones.
La traslación plástica de todo lo mencionado son los numerosos dibujos y lienzos de desnudos masculinos que jalonan el recorrido y que evocan a aquellos San Sebastián de clara complicidad erótica que durante siglos salpicaban las paredes de las iglesias y que hoy conservan tantos museos. «Picasso enseguida convierte una figura masculina en una femenina y una femenina en una masculina. Lo hace en un abrir y cerrar de ojos. El propio Apollinaire comentaría que sus arlequines no son ni hombres ni mujeres. Son otra cosa. Todo esto también tiene que ver con la figura del hermafrodita que tanto influyó en él». El impulsor del cubismo, de hecho, lo que había emprendido era una lucha distinta. Convirtió el cuerpo en un campo de pruebas para encontrar un nuevo estilo que le permitiera avanzar, transformando así la idea académica de «desnudo» en un concepto distinto.
Esta sería una de las primeras «modernidades» que improvisaría el genio andaluz. Picasso, que durante estos meses trascendentales residiría entre París y Gósol, ciudades en las que forjaría su nueva épica pictórica, quería desprenderse de la bohemia y las brumas que inspiraron su época rosa y azul. Anhelaba desprenderse de las seguridades de lo aprendido, desgajarse de las formas establecidas y desabrocharse en una nueva persecución que le conduciría por abismos jamás recorridos. Una aventura en la que procedería a la subrayar la condición erótica de los hombres y mujeres, la disolución de la figura con el fondo, como ocurre en «Desnudo con manos juntas», en el que parecen adivinarse la sombra del «bufón Pablo de Valladolid», de Velázquez (las formas están asentadas en un espacio sin referencias físicas), la interrogación del concepto de representación y el inicio del cuestionamiento y la ruptura de la perspectiva.
Este nuevo Picasso, «vitalista», «optimista», «renacido», como lo definió Eugenio Carmona, obcecado en desprenderse en quién había sido hasta ese momento, encontraría en el pasado la clave para el porvenir de su pintura y su obra. Este periodo de su vida está marcado por un esfuerzo de sincretismo de todos los estilos existentes en la historia, desde el primitivismo de los íberos y la influencia etrusca, egipcia o griega hasta remotos arcaísmos culturales y artísticos que él adoptaría a su pintura y escultura. Las palabras «hibridación» y la «transculturalidad» serían las claves que sostendrían el nuevo arco de su modernidad. Un vocabulario del que Picasso se apropiaría para moldear un diálogo transformador que desembocaría en una semántica artística totalmente distinta: el cubismo. Es común creer que el periodo azul y rosa desembocaron en «Las señoritas de Avignon». Esta exposición prueba que el cuadro que inauguró el cubismo fue el punto y final de 1906.