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Putin declara la guerra a los historiadores

Iain MacGregor, que publica «El faro de Stalingrado», denuncia que ha cerrado el acceso a los archivos para sostener el relato oficial de la Segunda Guerra Mundial
Ofensiva de los soldados rusos en enero de 1943 en Stalingrado. Destaca al fondo el edificio de los ferroviarios, que se hizo célebre durante la batalla
Ofensiva de los soldados rusos en enero de 1943 en Stalingrado. Destaca al fondo el edificio de los ferroviarios, que se hizo célebre durante la batallaWikipedia

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Las calles de Volgogrado están decoradas por una cartelería en color de soldados de la Segunda Guerra Mundial. Son los héroes de la batalla de Stalingrado. Viejas fotografías agigantadas de los hombres y mujeres que combatieron en sus calles entre agosto de 1942 y febrero de 1943 y que en una encarnizada lucha derrotaron al 6º ejército alemán, la punta de lanza del Tercer Reich y las tropas mejor preparadas de la Wehrmacht. Durante décadas, sus rostros han recordado a los rusos el sucesivo cúmulo de esfuerzos y heroicidades que se llevaron a cabo allí para derrotar a Hitler en un punto crucial de la invasión. Pero desde hace un par de años sus caras también sirven para legitimar una guerra de muy distinta índole y cariz. Una que no es defensiva, sino ofensiva: la de Ucrania.
El historiador británico Iain MacGregor señala en su ordenador una imagen reciente de soldados uniformados y bien pertrechados con fusiles modernos que posan delante de la estatua de la Madre Patria, el monumento más emblemático y el que mejor encarna la resistencia de esta ciudad en 1942. Cuenta que son los voluntarios del batallón de Stalingrado, recientemente creado para combatir en la nueva aventura bélica en la que se ha embarcado Putin. El presidente de Rusia ha convertido Stalingrado en parte del nuevo frente y en una herramienta propagandística de enorme utilidad emocional para apelar al patriotismo de la población. «Putin ya no deja investigar a los historiadores occidentales. Les ha cortado el acceso a los archivos rusos. Lleva quince años restringiendo la entrada a ellos, pero no solo a los europeos, sino también a los propios rusos. Un colega mío, que es ruso, ha contado en un libro los episodios de canibalismo que se sucedieron en el asedio de Leningrado, algo probado desde hace tiempo, y lo han acusado de traición. Probablemente vaya a la cárcel y no dejen que lo cuente». Una acción de Putin dirigida a que se perpetúen los relatos mitificados de la Segunda Guerra Mundial, que, por supuesto, no son como los han contado.
Iain MacGregor publica en España «El faro de Stalingrado» (Ático de los libros), una obra, galardonada con el MHM Book of the Year 2023, que está sustentada en docenas de testimonios desconocidos de los rusos que intervinieron en la resistencia de la urbe y que se conservan en cientos de carpetas todavía sin traducir ni consultar. Su libro está centrado en un capítulo particular, pero axial, que sucedió dentro de Stalingrado: la terrible disputa que libraron ambas fuerzas alrededor de la Casa de Pávlov, una arquitectura desde la que se observaba la ciudad entera y permitía controlar los movimientos del adversario. Allí, la 13.ª División de la Guardia Soviética sostuvo un pulso cara a cara con los alemanes. Los dos bandos contaban con alrededor de ocho mil hombres. Al final apenas les quedaban trescientos. «Stalingrado fue una guerra que se luchó calle por calle, habitación por habitación. Una guerra de ratas, como se la conocía entre los combatientes. Este enclave forma parte de un mito, del avance nazi y de cómo los soviéticos retoman esta posición y la mantienen. La Casa Pávlov forma parte de dicho mito. Se dice que Pávlov lo retomó y que lo mantuvo solo con 28 hombres, cada uno, casualmente, procedente de una república soviética. No fue así. Él contribuyó a mantenerlo, pero a su lado hubo por lo menos trescientos soldados constantemente».
Imagen de la Casa Pávlov, donde se libró una feroz batalla
Imagen de la Casa Pávlov, donde se libró una feroz batallaWikipedia
Iain MacGregor demuestra también que el hombre clave fue Afanásiev, pero como este era un oficial de segundo rango, se le ha relegado a un papel menor. La verdad se ha convertido ahora en una batalla tan real como la que se sucede en el frente. «El director del Museo Panorama (dedicado a recordar esta batalla) es de mi edad y está muy interesado en que los historiadores occidentales reconstruyan por fin el relato real de lo que ocurrió allí, que se rompa con la óptica de la historia oficial y que se diga cómo ocurrieron las cosas», comenta. Reconoce asimismo cómo este relato estatal es el que predomina en la educación de los rusos y el que figura en todos los libros y que cualquiera puede adquirir, como hizo él mismo. «Es curioso, porque los ucranianos fueron el segundo grupo étnico que luchó por la URSS durante la Segunda Guerra Mundial. Tuvo cinco millones de pérdidas, que son más que todas las de los aliados. Y, aunque no se diga, el oficial que recibió la rendición alemana en Stalingrado era ucraniano, de Crimea. Ascendió enseguida, pero debido a Stalin acabó en prisión. Se salvó de morir porque Stalin falleció antes. Resulta curioso cómo el receptor de la rendición de Stalingrado se ha olvidado».
MacGregor revela que la lucha por el «faro de Stalingrado», que duró 58 días, «fue como el Álamo para EE. UU. Estaban solos ante todos los peligros, la artillería, los tanques y las acometidas alemanas». Pero también apunta una contradicción, una ironía de la Historia: «En la Segunda Guerra Mundial, los héroes eran los rusos porque se defendían de una invasión. Ellos eran los héroes y contaban con el apoyo de los aliados. Ahora, los rusos son los invasores y los ucranianos, los héroes que resisten y que reciben el apoyo de los aliados. La Historia da la vuelta constantemente».
LA CONCIENCIA DE UN GENERAL ALEMÁN
► Iain MacGregor ha recuperado las memorias inéditas del general alemán de división Friedrich Roske. Sobrevivió a Stalingrado y, tras la rendición, estuvo en un gulag. Volvió a Alemania en 1955. Era arquitecto y trabajó en Manhattan hasta que Hitler llegó al poder. Entonces regresó a su país para alistarse en el ejército nazi. Cuando los rusos lo liberaron escribió su experiencia en Stalingrado. Un documento excepcional y un contrapunto a la visión rusa. La perspectiva alemana permite conocer el sufrimiento de unos y otros y revela que en Stalingrado no hubo heroísmos. Lo impresionante de esta vida accidental que se ha recuperado es su final. En la Nochebuena de 1956, se suicidó. La autopsia reveló que había tomado una pastilla de cianuro. ¿Cómo la obtuvo? La única posibilidad fue que era la misma que el Tercer Reich entregaba a sus oficiales. La había conservado durante ese tiempo. La usó cuando no parecía necesaria. O sí.