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Los presidiarios de "Sing Sing", redimidos por Shakespeare

Greg Kwedar dirige una emocionante historia sobre la redención a través del teatro dentro del sistema penitenciario americano
El elenco de «Sing, sing», encabezado por Colman Domingo e integrado tanto por actores profesionales como por auténticos expresidiariosAlpha Pictures

Madrid Creada:

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Infinitas veces declamada, exorcizada, pretendida o anhelada, la libertad parece estar siempre en continuo escenario de cambio, ampliando su acotada parcela de significado eterno, modulando su paradójica estructura de limitación impuesta. Ocurre algo extraño con su concepto. Se mata en su nombre, se corrompe cuando está en manos de la gente inadecuada, se desperdicia cuando se tiene, se invierte cuando se necesita y desde hace siglos, desde que la invocamos humanísticamente como un derecho nacido de la voluntad propia, es depositaria inconsciente de canciones, poemas, libros y hasta películas capaces de hurgarnos lo suficiente como para terminar preguntándonos qué haríamos sin ella, cómo reaccionaríamos si de pronto un día, dejáramos de tenerla. Pero, como defendía Capote en su paradigmática "A sangre fría" y como se traduce ahora desde las esferas audiovisuales del último y emocionante trabajo con el que el director Greg Kwedar ha clausurado la última edición de Seminci, es imposible que un hombre que goza de libertad imagine lo que representa estar privado de ella.
Contando con el refuerzo de atracción que implica para cualquier obra cinematográfica el hecho de estar basada en hechos reales, "Sing, Sing" recupera la historia de Divine G (a quien da vida un solvente Colman Domingo), un hombre encarcelado por un delito que no cometió en una de las prisiones neoyorquinas de alta seguridad más famosas del mundo cuyo nombre da título a la cinta, que encuentra un propósito de vida –esperanzado, redentor, casi salvífico en términos de conciencia– actuando en un grupo de teatro del programa de rehabilitación a través de las artes escénicas que ofrece el sistema penitenciario junto a otros hombres encarcelados, entre ellos un desconfiado recién llegado (interpretado por el propio Clarence Maclin, ex presidiario real que fue antiguo alumno del programa durante el tiempo que pasó en prisión junto con otro ex preso como Sean San José, que también forma parte del elenco) que manifiesta para sorpresa incluso de sí mismo una fuerte conexión emocional con los versos de Shakespeare.
Cálido y genuino su confianza natural hacia todo lo que tiene que ver con el otro, el director reconoce en entrevista con LA RAZÓN sobre esta recuperación de confianza en la vida que puede llegar a procurar el arte en momentos de encierro tan extremos como los mostrados en la película, que "hay una cita que pronuncia el protagonista que me parece muy pertinente en este momento y que indica ‘‘hay que saber perdonarme por la persona que yo era ayer’’ y en el fondo tiene que ver con esa evolución necesaria por la que pasan algunas de las personas que están en prisión. En una situación de encarcelamiento somos más que nunca la suma del tiempo que transcurre dentro de ese espacio. El arte nos ayuda a aportar un sentido distinto de la realidad, de ofrecer algo distinto a lo que somos. Los personajes que se interpretan en el teatro les obligaron a salirse temporalmente de sí mismos y en ese sentido creo que el arte tiene esa dimensión de enormidad, de multiplicar lo pequeño, de transformarlo".
Y prosigue "siempre he sentido una cierta frustración hacia los patrones tan estereotípicos con los que se han tratado los asuntos de la cárcel y las personas que las integran, especialmente en las películas. Por eso resultaba tan importante poder contar con gente real que estuvo allí, que lo vivió de verdad. Hay un elemento profundamente humano y enérgico y vivo en esta historia y sentí que era urgente contarlo", con la certeza argumental de la altura que poseía esta historia de canales de rescate y expiaciones artísticas en donde la libertad sigue percibiéndose como un terreno de resistencia, pero sobre todo, como un imperativo campo de acción. Una libertad posible para la que no bastan, contraviniendo ocasionalmente a Milanés, las alas.