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Truman Capote: plegarias atendidas

Se celebra el centenario del nacimiento de Truman Capote, que falleció el 25 de agosto de 1984 en Los Ángeles, y del que Anagrama ha preparado una serie de ediciones
Truman Capote fue conocido por su afición a las fiestas
Truman Capote fue conocido por su afición a las fiestaslarazon

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En 1998, con motivo de la publicación de «Tres cuentos» por parte de la editorial Anagrama, dentro de la Biblioteca Truman Capote, el escritor Andrés Ibáñez se expresaba en estos términos: «Capote es uno de esos escritores que, aparte de escribir libros, se molestan en tener una vida extravagante y azarosa y en crear una leyenda y una mitología de sí mismos que, con el paso del tiempo, termina por interesarnos y fascinarnos tanto o más que sus propias creaciones». Nada más cierto. La trayectoria literaria de Capote se mezcla con la provocación y el exhibicionismo, pero también con el trabajo duro, un don de gentes para relacionarse con las personas y una visión artística de la existencia de una enorme precocidad. Acertó de pleno Luis Cernuda cuando calificó el estilo de Capote de «exquisitamente real y poético», lo que se puede comprobar leyendo «Tres cuentos» (Anagrama, 1998) que, en torno a la Navidad y el día de Acción de Gracias, lleno de resonancias autobiográficas, o en textos escritos con diecinueve o veinte años: «Miriam», premio O. Henry en 1945, o «Cierra la última puerta», que recibió el mismo galardón cinco años después.
En realidad se llamaba Truman Streckfus Persons y tomaría el apellido con el que se haría famoso de su padrastro, un cubano al que se uniría su madre (alcohólica y suicida) tras separarse de su primer marido cuando el niño sólo tenía cuatro años, dejando atrás la vida de Luisiana y Alabama, hasta que la familia se estableció en Brooklyn. Escritor, súbitamente, desde los ocho años, dejaría pronto los estudios para concentrarse en lo que de verdad le interesaba: «Las lecturas que hice por mi cuenta tuvieron más importancia que mi educación escolar, que fue una pérdida de tiempo y acabó a mis diecisiete años, cuando solicité y conseguí un empleo en la revista “New Yorker”», dice en uno de los textos autobiográficos de «Los perros ladran» (1973).
Así, con su destino de escritor forjado desde la infancia, «encadenado de por vida a un noble pero implacable amo», afirma en el prefacio de su último libro, una recopilación de digresiones titulada «Música para camaleones» (1980), convertido en redactor periodístico experimentado en la adolescencia, Capote se lanzó a la escritura, en la casa campestre de unos familiares, de «Otras voces, otros ámbitos» (1948). Con esta novela inauguraba su propio estilo de mezclar realidad y ficción, vivencias personales e imaginación novelesca, causando un cierto revuelo en los ambientes literarios neoyorquinos: se decía que aquel arrogante y pequeño muchacho («Soy alto como una escopeta e igual de ruidoso», dijo una vez) era flor de un día, que la portada en la que él salía tumbado ya era la prueba de un marketing gratuito.
Aquel mismo año conoce al escritor Jack Dunphy, su pareja el resto de su vida, y ya desde la ansiada posición de joven celebridad, su camino es imparable: publica «El arpa de hierba» (1951) –que será llevada al cine, como casi todas sus obras–, y se introduce en el mundo de Hollywood gracias a John Huston, que cuenta con él para «La burla del diablo» (1954), con Humphrey Bogart como protagonista. El carismático actor, Marilyn Monroe, Marlon Brando, Montgomery Clift, Elizabeth Taylor y muchas otras estrellas acudirán a las páginas de Capote, que las entrevistará, admirará, atacará y amará trazando ácidos e implacables perfiles de los que dan fe los «Retratos» que también publicó Anagrama.
A partir de ese momento su ligazón con el celuloide se incrementará hasta el punto de convertirse en actor en sus últimos años, caso de la divertida «Un cadáver a los postres». «Desayuno en Tiffany's» (1958) le consagra al tiempo que su aureola de provocador se gana el favor de los ricos excéntricos de Nueva York. Tan lejos llega esa vida social que Capote, en los años setenta, concebirá una novela en la que amenaza con destapar las verdades ocultas de la gente influyente de la ciudad, la inacabada «Plegarias atendidas» (el título lo tomó de Santa Teresa de Jesús), que vería la luz póstumamente. Es el tiempo de su declive, de su abuso con las drogas, de sus visitas a la discoteca Studio 54. Pero antes le llegaría la gloria.
En noviembre de 1959, leyendo «The New York Times», se encuentra con el siguiente titular: «Asesinados rico agricultor y tres miembros de su familia». Le llama la atención esa noticia fechada en un pueblo de Kansas, y el resultado de seis años de investigación –acompañado de Nelle Harper Lee, autora de «Matar a un ruiseñor»–, es la obra que funda lo que llama novela de «no ficción» o «novela reportaje», fundamental para el denominado «nuevo periodismo» americano. Se trata de «A sangre fría» (1966), reconstrucción del crimen cometido por dos hombres de los que Capote, a fuerza de hablar con ellos una vez detenidos, se hizo amigo hasta verles morir en la horca.
Convencido de que la grabadora o el bloc de notas ponía nerviosa a la gente, Capote había hablado con los lugareños de Holcomb hasta reunir miles de notas con las que elaboraría un relato real y ficticio a partes iguales. Con «A sangre fría» Capote alcanzó el cenit de su carrera literaria. Después de ese tortuoso libro, algo se desintegró en su interior y ya no fue el mismo. La esposa del presentador de televisión Johnny Carson, quien le había alojado en su mansión de Los Ángeles, vio al escritor muy desmejorado la mañana del 24 de agosto de 1984. Capote empezaba a delirar por una sobredosis de barbitúricos, y llamaba a su madre, a la mujer que le desatendió, que le abandonó suicidándose, que le dejó marcado para siempre, buscando el calor de la compañía en los libros.
Unos libros de este verdadero «enfant terrible» de la literatura norteamericana de su época que ahora, con la excusa de la onomástica de su nacimiento (el 30 de septiembre de 1924), se relanzan por parte de la referida editorial. Así las cosas, dentro de la “Biblioteca Capote”, el pasado mayo vieron la luz, en formato bolsillo, «Plegarias atendidas» (que ha vuelto de actualidad por medio de la miniserie «Feud: Capote vs. The Swans»), «Otras voces, otros ámbitos» y «Crucero de verano», novela rescatada en el año 2004 de una caja abandonada por el autor, que contenía papeles y fotografías. El portero del edificio donde vivía la recuperó de la calle en 1966 y la guardó (al parecer, fue escrita y dejado inacabada en los años cuarenta). Ahora en septiembre aparecerán tres títulos más: «A sangre fría», «Música para camaleones» y «El harpa de hierba» (cabe decir que las ilustraciones de las cubiertas de la biblioteca son a cargo de Federico Yankelevich).
Pero las auténticas novedades son dos. Por un lado, está «Truman Capote» (Libros del Kultrum; a la venta el día 23), biografía de George Plimpton, llena de testimonios sobre el escritor, tanto los que lo veneraron como los que lo padecieron; amigos y enemigos de Capote como Lauren Bacall, Gore Vidal, Kurt Vonnegut, Norman Mailer, Joan Didion, Mia Farrow, Frank Sinatra, Paul Bowles… Por otro lado, tenemos un libro que se publica el día 25, «La dificultad del fantasma», de Leila Guerriero, que sigue los pasos de Truman Capote en la Costa Brava. Y es que en Cataluña fue donde escribió el ultimo tercio de «A sangre fría». Se alojó entonces en la misma casa convertida antaño en una residencia literaria, «un sitio al que muchos –de a tres o cuatro por vez– vienen a hacer lo que hizo aquí un escritor norteamericano a lo largo de varios meses del año 1962: encerrarse y escribir», apunta Guerriero, que da más datos de la estancia española de Capote: «Comenzó el 26 de abril de 1960 cuando llegó en auto, desde Francia, al hotel Trias, de Palamós, la pequeña ciudad a diez minutos de aquí, con dos perros, una gata, su pareja», además del ingente material que arrastraba: «cuatro mil folios con notas, documentos y transcripciones de una investigación que había comenzado en Kansas a fines del año 1959», y todo con «el objetivo de transformarla en un libro que esperaba terminar rápido. No había por qué pensar que no iba a ser así: solo necesitaba que dos personas fueran ejecutadas en Estados Unidos y todo parecía indicar que eso iba a suceder muy pronto».