"Pobres criaturas", Emma Stone y la revolución sexual
Yorgos Lanthimos dirige a la actriz, encaminada al Oscar, en una relectura de Frankenstein con Willem Dafoe y Mark Ruffalo como secundarios de lujo
Madrid Creada:
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Mirando por el periscopio se hace difícil encontrar a un director de cine que sepa leer mejor los tiempos que el griego Yorgos Lanthimos. Y es que el responsable de «Canino» (2009) o «Langosta» (2015) siempre se las ha ingeniado para saltarse cualquier tipo de censura –incluso la autoimpuesta– para contar las historias que le ha dado la gana. Ya hizo añicos el trauma generacional de su país aludiendo al horror del encierro cuando la economía estaba en llamas, acorralada, y ya adelantó la polvareda de las identidades y las percepciones del ser jugando a Dios en una isla en la que las personas se convertían en animales. Marinero, pues, del «zeitgeist» imperante, no era de extrañar que Lanthimos se hiciera bravo a la mar en su nueva película, «Pobres criaturas», con el análisis de la revolución sexual de nuestro tiempo; no aquella añeja y promiscua de las primeras olas del feminismo, sino la más contemporánea, la que habla del deseo y su posicionamiento en primer plano, dejando que solo los más mayores hablen ya del consentimiento.
Para lograr su objetivo, el realizador griego se fijó en «¡Pobres criaturas!», fábula publicada en 1992 por Alasdair Gray y que adaptaba de lejos los cuentos de Frankenstein de Mary Shelley. La premisa, de hecho, es prácticamente la misma: un científico rechazado por sus pares decide otorgarse el don de la vida dando a luz a un cadáver y forzándolo a salir a lo intempestivo del mundo. En la película, el cadáver es el de una desatada, brillante y radical Emma Stone, de camino a su segundo Oscar como Mejor Actriz; el doctor es Willem Dafoe, roto a cicatrices y todavía más oscuro que de costumbre; y el mundo, ese que huele a húmedo en Londres y luego a podredumbre en Oporto o París, toma el rostro de varios hombres, siendo Mark Ruffalo el más despiadado y déspota de todos ellos para terminar de darle forma a un elenco en auténtico estado de gracia.
«Es una película muy rica, y hay muchas maneras de entenderla. Yo la pienso en términos de liberación. Se trata de estar despierto y no dar las cosas por sentadas, por ejemplo, en cuanto a las convenciones sociales se refiere. Es una película que te invita a cuestionarte todo y a no aceptar lo que viene dado», explica reivindicativo Dafoe en entrevista con LA RAZÓN. A su lado, Ruffalo añade: «Lo más interesante de la película es que nadie permanece, la protagonista tiene un efecto en todos los personajes y nadie termina donde empezó. Está hecha para romper con las convenciones, las de los personajes y las del cine», apunta meridiano el actor. Y es que «Pobres criaturas», además de un cuento gótico sobre la trascendencia y el desarrollo gregario, es un canto a la liberación por interacción. Por eso, Ruffalo cuenta que no se extrañó cuando Lanthimos le pidió que viera varias veces la «Belle de jour» de Luis Buñuel y, por eso, esa interacción aquí es el sexo, o los «saltos furiosos», como los llega a definir la protagonista desde una ignorancia casi infantil.
«Cada vez que haces una película, cada vez que pones un proyecto ahí fuera, estás hablando de tu propia experiencia. La forma en la que vivo y elijo mis proyectos, de hecho, es mi mensaje político. Me siento orgulloso de estar en la película, porque es preciosa y es rica, pero también porque hará que la gente piense. Pero luego, lo de apoyar una causa de forma dogmática, diciendo que tú suscribes esto o tú estás de acuerdo con aquello, es, precisamente, una de las cosas con las que lidia la película. Las causas no se pueden poseer, y por eso hay que desarrollar el intelecto para no aceptar lo establecido. Ese es el acto político definitivo», explica convencido Dafoe preguntado por el valor de hacer una cinta a toro pasado del #MeToo, como por primera vez aceptando el cambio de paradigma para con las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Ruffalo, mucho más político en su vida privada y uno de los actores de Hollywood que más se ha comprometido, por ejemplo, por el alto al fuego en Gaza, es más de soltar amarras: «Tengo dos hijas. Y solo cuando estás criando hijas entiendes realmente el condicionamiento al que están sometidas como mujeres que existen en sociedad. Es una locura. Se les dice qué color tienen que llevar o cómo se deben comportar. Mi hija me ha llegado a decir que es una mierda ser una chica. Tiene 10 años y se ha dado cuenta de la injusticia. Esta película trata sobre eso. Es política y, de hecho, es casi más profunda que eso. Es filosófica. La protagonista está decidiendo qué tipo de mujer quiere ser», completa.
La grandeza de «Pobres criaturas», y lo que ha convencido a una Academia de Hollywood que la ha propuesto hasta para 11 Oscar, es que lo ideológico, y extraordinario, solo es igual de extraordinario que el resto de elementos del filme. El diseño de producción que plantea Lanthimos, de la mano de la neófita Shona Heath y James Price («Paddington 2»), brilla en cada decorado, en cada pliegue de los pomposos que viste aquí Stone; la banda sonora, una composición neoclásica y aberrante de un casi debutante en el cine Jerskin Fendrix, perturba y maravilla; y la fotografía de Robbie Ryan («American Honey»), barroca por puro temperamento en la composición cromática, es difícil de comparar con cualquier cosa que ya exista.
Yorgos Lanthimos: el más difícil todavíaEvitamos una catástrofe. Cuando, a principios de siglo, un joven Yorgos Lanthimos comenzó a despuntar en el cine europeo ofreciendo retratos de incomodidad, como la siempre reivindicable «Kinetta» (2005), fueron muchos los que se apresuraron a etiquetarle de cineasta de extremos, alineándole casi con el nuevo «gore» francés o las paradojas nórdicas, reduciéndole de manera condescendiente al cine de género (como si ello fuera algo malo). Por suerte, y tras el éxito global de «Canino» (2009) y la menos conocida «Alps» (2011), la producción británica se empezó a fijar en su extrañeza, no la de un sádico o un «voyeur», sino la de un inadaptado que sabe perfectamente dónde están las líneas de lo socialmente aceptado para maniobrar de manera más o menos funcional. De ahí su progresión al estrellato, con la inquietante «Langosta» (2015), «El sacrificio de un ciervo sagrado» (2017) y su segunda obra maestra, «La favorita» (2018). Fue durante ese rodaje cuando Lanthimos conoció a Emma Stone y ambos empezaron su idilio artístico, firmando «Pobres criaturas» y filmando, en secreto, «Vlihi», un cortometraje de apenas 30 minutos que Lanthimos es muy celoso de enseñar más allá de las salas de cine. Rozada la perfección en su último filme, es inevitable preguntarse dónde está su techo, condenado ahora a lograr el más difícil todavía.
Y luego está lo de los maquillajes. «Te sientan en una silla un montón de horas y te empiezan a poner las prótesis. No puedes dormirte, así que empiezas a meditar, a verte en el espejo convirtiéndote en otra persona. Te transformas. Mark Ruffalo y yo tuvimos que trabajar con eso, porque cambia la manera en la que te sientes cómodo o incómodo en tu propia piel. Como actor, es increíble, porque te saca de tus lugares de confort. Te da energías, te hace ser más curioso, y eso solo se logra buscando los límites. Aunque parezcan un grano en el culo, el maquillaje solo te ayuda a ser mejor actor», aporta a la conversación un Dafoe que vuelve a dar vida a uno de esos personajes de extrarradio, parias del mundo, que tan bien le sientan. «Me atrae todo lo auténtico y, sobre todo, lo que esté lejos de mí. Si ve el mundo distinto a mí, me interesa. Ahí es donde realmente aprendemos cosas, cuando nos acercamos a la visión del mundo que tiene la gente en los márgenes. Las historias de la experiencia hegemónica ya nos las sabemos, toca buscarlas fuera, en la gente que no está sometida a la misma brújula moral que los demás. Me gusta tanto la seguridad en la vida que en la actuación me permito fantasear más», se justifica.
Ruffalo, que con la de «Pobres criaturas» suma ya cuatro nominaciones a la estatuilla dorada, se acuerda antes de despedirse de sus temores, de sus reticencias a salirse del molde de la «buena persona» a la que parece dar vida siempre en sus papeles: «No tenía miedo tanto porque fuera un personaje negativo como por ser uno más de los personajes a los que da forma Yorgos Lanthimos. He visto todas sus películas, y me daba miedo no dar la talla. Nunca había hecho algo así. Además, era una película de época, una comedia, y se me iba a pedir bailar. Y quería ser buenísimo, joder. No deseaba ser recordado como el único actor de mierda de aquella película tan buena de Lanthimos. Y se lo dije. «Que no sabía si sería el tipo correcto. Él me miró, soltó una carcajada y contestó que sí, que era yo. Fue muy liberador», completa el intérprete sobre uno de esos filmes que es difícil definir más allá de la manida «experiencia». Pero es que, ya en un sentido holístico, «Pobres criaturas» es la propia experiencia, la del aprendizaje por uso y la de la liberación por pura ética. Lanthimos, como antes se preguntó dónde terminaba nuestra humanidad, ahora se pregunta por dónde empieza, cuándo se vuelve real.