Las obras españolas de la Frick Collection llegan al Prado
Algunas de estas piezas nunca han estado en nuestro país y otras como «Felipe IV en Fraga», de Velázquez, o «La fragua», de Goya, no se han visto en España desde hace más de un siglo
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Henry Clay Frick era un prominente magnate del emporio del acero y formaba parte de ese reducido número de hombres dotados para la alquimia. Pertenecía a esa clase de personas capaces de mudar el dinero en obras de arte. En 1908, a través de esa piedra filosofal de los tiempos modernos que suele ser la chequera, transfiguró 120.000 dólares provenientes del comercio del metal en un óleo de delicadas formas y expresión: «La expulsión de los mercaderes del templo», una obra que El Greco realizó en el año 1600. Durante una visita en Madrid, Henry Clay Frick, un millonario cuyo rotundo físico parecía adaptarse con una sorprendente exactitud con su manera de sacar adelante los negocios y los tratos, había conocido en España a Aureliano de Beruete, un hombre acomplejado por «tener colgado de un clavo» semejante «cantidad de dinero», que es la manera que él tenía para referirse a esta obra de ajustado tamaño, pero de enorme talento.
El norteamericano, como todos los hombres de negocios procedentes de Estados Unidos, gastaba un espíritu pragmático, alejado de las sensiblerías y las entretelas morales que suelen lastrar a tantos europeos, y resolvió la tesitura del pusilánime madrileño extendiéndole una suma que, como se decía en «El padrino», era imposible de rechazar. El cuadro voló a Nueva York en los días siguientes y no se ha vuelto a contemplar en nuestro país hasta ahora. La remodelación de la Frick Collection, que alberga en sus decoradas estancias una de las mejores selecciones privadas de arte, abrió la oportunidad para que sus fondos se vieran más allá de su mansión en la Gran Manzana. Sus Vermeer se exhiben desde hace semanas en la ambiciosa muestra que acoge el Rijksmuseum sobre este artista y su magnífico conjunto de telas españolas se exponen desde hoy en el Museo del Prado.
La muestra es de reducidas proporciones. No va más allá de las cómodas dimensiones de una sala mediana, la 16 A del edificio Villanueva, y está formada por un total de nueve lienzos, aunque de una enorme impronta. Javier Portús, jefe de Conservación de Pintura Española hasta 1800 de la pinacoteca, subrayó que este juego de telas no solo son una prueba evidente del excepcional don que tenían estos maestros –Velázquez, El Greco, Murillo y Goya–, sino que resalta la influencia y enorme consideración que la pintura española tenía principios del siglo XIX en el mundo. Aunque Henry Clay Frick trabajaba con algo tan tosco, híspido y corriente como suele ser el hierro, su espíritu poseía un indudable gusto para lo artístico y, además, y esto no es para nada baladí, un gusto desacomplejado, independiente, con criterio propio, que invertía solo en aquello que deleitaba sus sentidos sin que le preocuparan demasiado los argumentos que suelen tener en cuenta los museos o los coleccionistas comunes. De esta manera llegó a acaparar cuadros de un hondo impacto, pero de origen diverso, como son Holbein, Rembrandt, Bellini, Tiziano, Van Eyck, Duccio y Broncino, entre otros muchos, como Renoir o Ingres. «En sus fondos abundan retratos, paisajes y escenas de género. Eran obras que compraba para convivir con ellas, para decorar las habitaciones en las que vivía. Lo adquiría todo guiándose por su gusto. Había muchas artes decorativas, pero apenas obras de carácter religioso, porque era menonita», explicó Javier Portús durante la presentación de la muestra en Madrid.
La mayor parte de estas obras no se han visto en nuestro país desde hace bastantes años, en ocasiones, siglos, o, simplemente, jamás se han contemplado en España. Este es el caso de «Vicenzo Anastagi», el único retrato de cuerpo entero aislado que existe de El Greco que, en este momento de su carrera, en el año 1575, debió sentir ganas de abordar desafíos y decidió retratar a su modelo en una pose inusual y en medio de varias luces cruzadas. «Felipe IV en Fraga», de Diego Velázquez, hecho en 1644, cuando el monarca se encontraba en esta localidad de Aragón, inmerso en un conflicto militar con Cataluña, apenas estuvo en España. Felipe V no tardó demasiado en ofrecerlo como obsequio. Desde principios del siglo XVIII no ha estado tampoco en ningún museo español. En esta línea está también «La Fragua», de Francisco de Goya, un imponente lienzo que guarda claras concomitancias cromáticas con «La última comunión de san José de Calasanz», que hasta hace poco estaba depositado en El Prado a través de un amplio préstamo temporal. Esta obra también comparte similitudes con «La fragua de Vulcano», de Velázquez. «Alrededor de un yunque se conforma un estudio de expresiones corporales. Las dos obras tienen un concepto espacial similar», explicó Javier Portús quién señaló, también, que Giacometti quedó impresionado por esta obra.
De Goya se han traído otros lienzos relevantes de su trayectoria, como «Retrato de mujer», hecho por el pintor cuando ya frisaba una edad avanzada y en el que se percibe una cierta inclinación por el gusto burgués y el motivo de por qué este lienzo dejaría posteriormente una honda huella en un pintor como Manet; «El duque de Osuna», una familia que siempre apoyó al pintor a lo largo de su vida; o «Retrato de un oficial». A su lado, destaca un «Autorretrato» de Murillo, donde se inmortaliza dentro de un marco de piedra y que es una de sus imágenes más célebres y conocidas. Sin duda, el director del Museo del Prado acertó al comentar con convicción que «estas pinturas se sienten como en casa».
EL CARA A CARA DE UN MONARCA Y UN BUFÓN
►El Museo del Prado exhibe las obras que le ha prestado la Frick Collection con otras de sus fondos. Los nueve lienzos procedentes de Nueva York se pueden comparar con otras análogas, de la misma época o periodo, de ese mismo artista. Un «careo» que permite profundizar en estos artistas. Así se ha comparado el «San Jerónimo» de El Greco de la Frick con el «Retrato de un médico» que El Prado tiene de este mismo artista. O el «Autorretrato» de Murillo con «Nicolás Omazur», de él mismo, que está en el museo madrileño. Aunque lo más llamativo es el «Felipe IV en Fraga» y «El Primo», los dos de Velázquez, los dos hechos el mismo año y los dos hechos a la vez, como revela el análisis estilístico y científico. Pero, además, la oportunidad de juntar estas dos piezas permite observar las diferencias que existen a la hora de retratar a un monarca y a un bufón, algo que se percibe en gesto, naturalidad y la intencionalidad del vestuario que lucen ambas figuras.