Manuel Carrasco: «Dani Martín, Aitana y yo compartimos la pasión, el sacrificio y una pizca de ambición»
Ultima las canciones de un nuevo disco y el próximo sábado actúa en el Bernabéu, una gesta, como colofón a la exitosísima gira «Corazón y flecha»
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Lo habitual en quienes desarrollan alguna actividad artística es la supervivencia, tratar de mantenerse, resistir, pero Manuel Carrasco (Isla Cristina, Huelva, 1981), que acumula ya 20 años de carrera y ocho discos de estudio, se ha instalado en una cima privilegiada que sólo él sabe si alguna vez imaginó que llegaría a pisar: «Quizá mi manual de resistencia empezó mucho antes de lo que he podido dar a conocer –reflexiona–. Antes de dedicarme a la música profesional no tuve las cosas fáciles. Me crie en un ambiente muy humilde, en un barrio en el que las grandes oportunidades estaban lejos, y sí soñaba con hacer grandes cosas, pero no pensaba que fuera posible. De hecho, cuando empecé a hacer mis primeras canciones y a presentarme a los concursos de carnaval de mi tierra, con agrupaciones, solía quedar el último o el penúltimo. Es decir, que mi manual de resistencia empezó ahí. Y en mis comienzos como profesional también tengo esa sensación: tuve una carrera bastante irregular al principio, con un golpe mediático muy grande –como consecuencia de su participación en la segunda edición de “Operación Triunfo”, donde quedó en segundo puesto–. Pero una carrera seria, con un bagaje, con una demostración real de lo que significa dar pasos con peso e importancia, eso lo he conseguido con los años. Luego ese manual de resistencia al que me he acogido, que me viene desde mi barrio, es el que me ha llevado hasta aquí. No ha sido de la noche a la mañana, sino después de 20 años». Su éxito es consecuencia, pues, del esfuerzo, de la tenacidad, de no rendirse. ¿Se considera un luchador? «Digamos que sí, que eso es lo que mamé desde pequeñito. Yo sentí que las cosas no eran fáciles para la gente como yo. Vengo de un barrio marinero donde la gente trabaja mucho y gana poco. Mi padre ha sido marinero toda su vida. Y cuando los marineros van a la mar y hay un temporal y no se coge pesca, da igual que te hayas levantado a la una de la mañana y hayas estado tres días por ahí, no ganas dinero, y eso me corre por las venas. Con ese aprendizaje me he plantado en una carrera que es muy complicada, en la que tienes que aprender a convivir con los medios de comunicación, con la soledad, contigo mismo, con haber cambiado de vida de un día para otro. No deja de ser un salto al vacío y uno intenta, como bien has dicho, sobrevivir».
Como muchos de sus colegas, Manuel decidió recurrir a la terapia en un momento de su vida. ¿Le ayudó a entender ciertas cosas, a sobrellevar el peso extra, a ser más feliz? «Soy sensible y en esta profesión te enfrentas cada día a cosas muy dispares –explica–, algunas están muy arriba y otras muy abajo, y eso te impacta. Y es necesario el autoconocimiento y tener ayuda para encauzar todo eso. ¿Llevarse bien con el del espejo? Sí, sí, así es. Porque, además, sin tú quererlo, pasas a ser el espejo de otra mucha gente. Y aunque las canciones sirven para sacar lo que llevas dentro, lo bueno y lo malo, los fantasmas y lo que más deseamos, cuando mejor he sacado las cosas de mí es cuando he estado más equilibrado. He tenido que pasar, como muchos, como todos, muchas tormentas, pero uno necesita tener cierto equilibrio para poder hacer cosas excepcionales como, por ejemplo, llegar a hacer un Bernabéu, que es un sueño para cualquier artista. Si no estás bien contigo mismo es complicado, porque tienes muchas papeletas para perderte por el camino. Hay un montón de ejemplos en la industria de la música y del espectáculo de juguetes rotos, de gente que se cae, porque es muy difícil. La gente que está muy conectada consigo misma es la que acaba llegando más lejos, porque a veces uno es su propio enemigo. Ha sido recurrente en mi vida escribir sobre eso, sigo haciéndolo. Y una cosa –añade–: llevaba 20 años sufriendo mucho la composición y, desde hace un mes y medio, no me preguntes por qué, me ha cambiado la vida y he escrito más que nunca. Estoy en racha. Y que eso me ocurra ahora, a estas alturas de mi carrera, quiero pensar que tiene que ver con la experiencia y el autoconocimiento». Fundar una familia ha sido también determinante para ese equilibrio: «Hace poco uno no se sostenía a sí mismo y ahora estoy con una familia, hijos, mujer, mascota, todo, y ha pasado en un abrir y cerrar de ojos. Estoy muy orgulloso de eso. Pero es verdad que es una profesión complicada para conciliar, porque viajas mucho, es un 24 horas, no desconectas».
En el ático en el que Manuel está se encuentran también Dani Martín y Aitana. Hablamos de tres artistas muy diferentes, pero ¿qué cree él que comparten que les haga merecedores de semejante muestra de amor por parte de tanta gente tan distinta? «Para empezar, Dani Martín, Aitana y yo, y otros, compartimos la pasión por lo que hacemos. Y luego está el sacrificio. Hay muchas cosas que se sacrifican para llegar a conseguir grandes metas. Ahí están el riesgo, el sacrificio, la pasión y, también, una pizca de ambición. Y el ir a la guerra incluso teniendo miedo». La aspiración de Carrasco es llegar a alcanzar el estado de gracia del que gozan Sabina y Robe, que no sólo resisten el empujón de las jóvenes estrellas, sino que lo siguen llenando todo: «Son dos referentes para mí. Cuando Robe tocó hace poco en Madrid le dije a mi mujer que yo quería tener su edad y seguir teniendo esa acogida de público, especialmente en el directo. Porque de todas las facetas de mi profesión, la que más me gusta es el directo. Pueden pasar mil cosas en mi trayectoria, pero mi Santo Grial es llegar a eso. Sabina y Robe están por encima del bien y del mal. Son los dos que mejor escriben de este país, con permiso de Serrat, y cualquier músico sueña con tener esa trayectoria y hacer canciones que sigan vigentes pasados 20, 30 o 40 años». No es Manuel un apasionado de los géneros que arrasan hoy día entre los veinteañeros, como el trap o el reguetón, pero en cambio reconoce el magisterio del puertorriqueño Residente (René): «Eso son palabras mayores. Es que René pone el listón demasiado alto en cada disco. La música urbana es muy amplia, pero ese listón no lo tiene nadie en ese género. Me parece una puta locura lo que ha hecho en su último disco, es demasiado. Es el artista del género urbano que más admiro. Creo que es nuestro Eminem, sí».
Carrasco, que se encuentra en pleno proceso compositivo del que será su próximo disco –«quiero sacarlo a finales de año, lo tengo bastante avanzado», revela–, no reniega, como algunos de sus colegas, de su paso por «Operación Triunfo»: «Guardo un buen recuerdo. Yo a todo le intento sacar lo bueno, soy optimista, y aprendí muchísimo de “OT”, fue un punto de inflexión, mi vida cambió». ¿Estaría teniendo lugar esta charla de no ser por ese programa? «Nunca lo sabremos –sonríe–, pero yo siempre sentí que tenía algo dentro y que valía para esto. Y los 20 años de carrera que llevo lo confirman».
Javier Menéndez Flores
Estás ahí arriba, en lo más alto, y no recuerdas cómo ha ocurrido. Tan sólo puedes alegar en tu defensa que deseabas cantar y que lo hiciste lo mejor que sabías, que lo diste todo, incluso un grito de guerra que ignorabas tener y que brotó de tu garganta como un chorro de fuego. Y lo que ha pasado después, el diluvio de oro, incienso y mirra, el festín de laureles, el sol instalado en la cocina de casa como uno más de la familia, habrá que atribuírselo al destino o al azar o a la más perfecta alineación de los planetas, quién sabe. Doctores tiene el show business, tú de esas cosas no entiendes.
Pero sí que podrías escribir una canción, o un disco entero, que relatase un viaje vertical, desde la arena salvaje de Isla Cristina hasta la coronilla de Madrid, pongamos que hablo del Bernabéu, en el que el único combustible empleado ha sido un cóctel de hambre y pasión y la rabia de quien nació con hechuras de príncipe y se levanta cada día dispuesto a decirle hasta nunca al mendigo.
Se adentraba José en aquella garganta azul con los bolsillos vacíos y la esperanza llena, mientras María le rezaba a la Virgen del Mar y el párvulo Manuel buscaba tesoros en un cementerio de barcos por el que Spielberg habría ofrecido la mitad de sus películas. Aquel lugar poblado de naves sin vida, esqueletos de dinosaurios a los ojos de un niño y de cualquier adulto que valga la pena, era un parque temático natural que un Dios magnánimo puso allí para compensar el exceso de penurias.
En la barriada de Punta del Caimán no existían los zapatos y las camisas estorbaban, porque sus moradores tenían branquias y aletas y el don de respirar bajo aquellas aguas de cristal de Murano. Caminar por la calle consistía en sortear a mariscadores y buscavidas de todo pelaje, y de los balcones manaba música de carnaval o la voz delgadísima de Tijeritas –«déjate, niña, de amores, / que sólo te traen penas y sinsabores»–, que se te metía en el pecho como un estilete.
Fue ayer noche, Manuel, cuando los gladiadores de la pesca luchaban en altamar contra los cantos de sirena que llevaban a una muerte segura y sus mujeres aguardaban su regreso con la piel del corazón de gallina. Ya sabes, en los días de aquel beso en el escalón, del ladrón y el aprendiz, de la cruz pesadísima de los complejos y de esa libertad única que se bebía igual que una cerveza helada. Qué poco cuesta oír el llanto de las gaviotas y el aullido loco de los barcos que entraban y salían del puerto con un trajín constante, mientras la humedad invencible se te agarraba a la piel como una ventosa. La infancia es poco más que eso, amigo mío, y, sin embargo, no existe jaula en el mundo capaz de contenerla.
Y resulta que aquel grumete es hoy capitán y cada vez que pisa un escenario lo hace con la red en el cielo de la boca. Volver a casa sin un buen botín no entra en sus planes, y por eso los mástiles de su velero llevan grabadas una A, una C y una M bien grandes, para iluminarle el camino si una niebla espesa hace acto de presencia.
A veces, a Camarón le da por robarle alguna lágrima como se las robaba a su padre. No es extraño, pues la sangre se hereda y, en ocasiones, también el corazón entero. Y si suena «Chiquilla», de Seguridad Social, apaga y vámonos, porque su espíritu tarda apenas un segundo en alcanzar la luna y su cabeza se ilumina con la sonrisa de aquella muchacha.
Te llamas Manuel Carrasco y tienes todo cuanto hace falta para plantarle cara a lo que venga: el solo corazón y una flecha mágica. Que empiece el espectáculo, vamos, que tú ya estás listo para el baile.