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Mathilde Planck, una lucha silenciosa contra la injusticia

Considerada una de las mujeres más importantes de los movimientos feministas en el suroeste de Alemania, esta profesora fue la primera mujer miembro del parlamento regional de Württemberg
Johanna Friederike Mathilde Planck también trabajó como periodista y editora
Johanna Friederike Mathilde Planck también trabajó como periodista y editoraArchivo
La Razón

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El término alemán “innere Migration” (literalmente “migración interior”) tiene una difícil traducción al castellano. Se trata de la oposición silenciosa ante una situación política que está ocurriendo y que te produce malestar, pero que no puedes evitar. Sin embargo, sigues viviendo en tu país, aunque no apoyas su deriva o las decisiones que en él se están adoptando. En el caso de la Alemania nazi, muchos intelectuales leyeron la literatura en el exilio antinazi mientras observaban lo que estaba ocurriendo y lloraban en silencio en sus casas. Es una conducta que no debería ser juzgaba, ya que las causas de esa oposición en el silencio pueden ser externas a la voluntad de la persona. Sobre todo, si eres mujer. Este es el contexto en la que la historia de Mathilde Planck se enmarca.
En el tranquilo pueblo de Ulm, nació Johanna Friederike Mathilde Planck (1861-1955). La guerra contra Francia de 1870-1871 marcó su infancia en una Alemania que culminó su fundación como estado nacional bajo Bismarck . Su educación fue inusual, marcada por el liberalismo intelectual de su padre, un filósofo que sufrió rechazo debido a sus ideas antihegelianas, y que la animó a rechazar siempre el pensamiento de masas y a ser independiente. A pesar de su brillantez, por ser mujer, Mathilde solo pudo acceder a la profesión de maestra. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial vivía en Stuttgart y trabajaba como maestra en la primera escuela secundaria creada para niñas. Y lo hizo de una forma revolucionaria, ya que ayudó a muchas niñas a poder hacer sus exámenes de entrada en la universidad, permitiéndolas acceder a estudios superiores para que fueran independientes. La primera tanda de mujeres que se matricularon en la Universidad de Tübingen fue en 1904 y provinieron de ese instituto en el que Mathilde enseñaba.
Pero no era suficiente para ella. Mathilde se dio cuenta de que, si quería cambiar la situación que las mujeres sufrían, necesitaba dar un paso más. Observaba indignada como a las maestras de escuelas se las condenaban a ser solteras si querían realmente seguir trabajando en su vocación. Mathilde lo denominó “sentencia de celibato”. La convención por la que se esperaba que las mujeres, una vez casadas, renunciaran a sus trabajos para dedicarse a su familia era tan comúnmente aceptada que la llevó a lanzar una campaña en contra de esta costumbre. Esta determinación la convirtió, en 1918, en la primera mujer en el parlamento regional de Würtemmberg. La primera mujer política del país. Durante ocho años luchó por la educación igualitaria para las mujeres, desde niñas hasta su independencia en la edad adulta, tocando temas delicados como la abolición de la prostitución.
Su tesón venía de antes. Ya se había unido a múltiples asociaciones y grupos, mientras escribía sobre la importancia de oponerse a la guerra en el periódico (dedicado a mujeres) “Frauenberuf”. Intentando hacer llegar sus ideas pacifistas a las altas esferas, en 1914 mandó un telegrama al Káiser, instándolo a evitar el enfrentamiento. Sus esfuerzos, como se vería pronto, fueron en vano. Más tarde, con la caída de la República de Weimar, Mathilde decidió volcarse en ayudar a familias de los incapacitados de guerra, fundando la filial en Stuttgart del “Servicio Nacional de Mujeres”. Se trataba de un trabajo voluntario para mujeres que ayudaban a otras mujeres. Ya como parlamentaria, intentó nuevamente prevenir la guerra, hablando fervientemente sobre la destrucción y la miseria que acompañaban a las armas.
Tras ocupar puestos destacados como política, la llegada de los nazis al poder la hizo renunciar de todos, ya que el nacimiento del III Reich y su dictadura de partido único cercenó sus logros. Durante la II Guerra Mundial, con más de 70 años, Mathilde observó con miedo como sus ideas caían en el absoluto ostracismo del silencio. Por ello, se dedicó a la “migración interior” como señal de protesta. Volcada en el legado filosófico de su padre, editó sus obras olvidadas, que serían publicadas en 1950. En 1951, y con 90 años, fue honrada mínimamente por su trabajo humanitario. Mathilde falleció en 1955 en la casa parroquial de Gochsen. Aunque debería ser recordada como una de las mujeres más destacadas del estado alemán de Baden-Württemberg, es una figura que casi nadie conoce en la actualidad. Tristemente, su oposición y su persona permanecen aún en el silencio.