Marisol, de niña del franquismo a musa de la Transición | Festival de Málaga
El documental "Marisol, llámame Pepa", de Blanca Torres, se presenta en el Festival de Málaga como el relato definitivo sobre Pepa Flores, la niña perfecta del franquismo que se hizo icono político de la Transición
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Todo mito necesita un origen, y el de Josefa Flores González, la mujer que nació tres veces, hay que buscarlo en la España que se venía sacudiendo el polvo y la sangre de encima, allá por 1948, en los rincones más pobres de Málaga. Una niña, rubia como flor de cebada seca, encandilaba por su sonrisa y atrapaba con su voz, al punto de poner en pie día sí y día también a las 50 familias de la corrala en la que (sobre) vivía su familia. El resto, es historia, pero una mucho más complicada de lo que ha trascendido a la opinión pública.
También en la Costa del Sol, pero 75 años después, el mito comienza a consolidarse como leyenda gracias a «Marisol, llámame Pepa», documental dirigido por Blanca Torres que llega al Festival de Málaga para poner en valor a la figura pública que mejor explica en nuestro país el paso desde la dictadura bicromática al color democrático, pasando por la opereta de la Transición. «Todo el mundo sabe quién es Marisol y, de manera más interesante aún, todo el mundo se sabe la historia de Marisol. Nosotros queríamos contar la historia de Pepa Flores», explica matemática Torres, que se transforma aquí en escriba oficial de la heroína protagonista de la mano del productor Chema de la Peña, junto al que han intentado poner en orden la atribulada existencia de la actriz y cantante. «Desde pequeña siento una fascinación casi obsesiva con el personaje por mi madre, que me la descubrió en las reposiciones eternas de sus películas en Televisión Española. Si Steven Spielberg definió qué eran los niños en los ochenta, Marisol lo hizo en los cincuenta y los sesenta», sentencia.
Pero si Marisol nació Josefa, ¿quién la parió Marisol? Como en alegoría trinitaria infinita, Josefa conocería, cantando para una sección de la Falange, al célebre productor Manuel Goyanes, el primero de los tres hombres que le cambiaría la vida. De 1953 en adelante, el mecenas de Juan Antonio Bardem en «Muerte de un ciclista» o «Calle Mayor», levantaría totémica Guión, empresa cinematográfica crucial para entender el cine hecho en España durante el franquismo. Sin poder importar estrellas, por el dinero, y sin poder alquilarlas, por lo repudiado de nuestro país en el extranjero, Goyanes se inventó a Marisol como la niña perfecta: sus personajes eran humildes y bien portados, siempre inocentes y siempre acordes a la ideología nacionalcatólica imperante.
«Marisol se convirtió en un personaje de ficción. Ella era sus personajes y Goyanes montó, alrededor de eso, un negocio en el que había hasta revistas en las que ella contestaba a los chavales de la época», explica Torres antes de abordar la escabrosa jaula de oro en la que se desarrolló la joven, una que habla de explotación laboral y que el documental, al ceñirse a lo publicado y lo verificable, no empantana de más: «Hemos intentado contar la historia y la leyenda, que nos ha llegado a través de los medios. No se entiende a Marisol sin Goyanes, pero de él apenas sabemos nada. O no sabemos nada de su relación con la niña. No queríamos especular, porque si Pepa (Flores) quisiera que se supiera algo más, podría haber roto su silencio en cualquier momento», explica sincera.
"No queríamos especular, porque si Pepa Flores quisiera que se supiera algo más, podría haber roto su silencio en cualquier momento"Blanca Torres
Planteado como un todo sobre la estrella, pero sin su brillo, por el ostracismo voluntario al que la artista se condenó en los ochenta y que no ha roto desde entonces, «Marisol, llámame Pepa» sí cuenta con numerosas figuras de entidad, que le dan peso al relato desde puntos tan variopintos como el de la obsesión infantil que tuvo Esperanza Aguirre con la cantante o la reverencia que le rinden voces contemporáneas como la cantante Amaia, que pudo conocer al mito en persona antes de homenajearla en los Goya previos a la pandemia. «Ni siquiera intentamos que participara, pero sí contamos con el testimonio de su hermana y el apoyo de sus hijas. También hablamos con Massimo, quien fue su última pareja hasta su fallecimiento. Les íbamos contando cada paso que íbamos dando», apunta la directora.
Y, si Marisol nació de la mano de uno de los Goyanes, fue otro miembro de la familia el que la enterró. Casada y divorciada en seis años de tortura mediática con Carlos Goyanes, el hijo del productor («Era el único hombre con el que me relacioné durante años», llegó a contar la cantante), la también actriz decidió dejar atrás sus años en blanco y negro y convertirse, de pleno derecho, en Pepa Flores. Su tercer nacimiento, además de aparejarla a un país que se empeñó en vestir de piel y carne a sus emperadoras de la gran pantalla, vino acompañado de un volantazo en su carrera: Marisol hacía películas, Pepa quería hacer cine. «Durante mucho tiempo, Marisol representó la infantilización de la mujer, también legal, en este país. Romper con eso la convirtió en un icono que iba más allá de sí misma», apunta la directora antes de seguir: «Como icono, también dio pie a que la utilizaran. Todos sabemos que a Marisol la usó el franquismo, pero creo que también fue usada por las izquierdas para bajar el orgullo de clase al ciudadano de a pie y para todo aquel que quisiera vender la liberación femenina en la época», añade.
Equiparable a Raffaela Carrá en Italia, por esa significación política aguerrida que siempre la llevó a votar comunista y a criticar a un PSOE que consideraba «traidor», uno se pregunta viendo el documental por qué el mito italiano acabó convertido en icono de la «telecrazia» y de la asimilación política más espectacular (y triste) y el español decidió retirarse, hastiado del acoso y el foco mediático. «Por las declaraciones que fue haciendo, creo que es una mujer muy consciente de sus orígenes humildes. Eso la acercó a la política, pero también la acabó apartando por ser un mundo en el que no se puede comprar solo una parte del ideario», opina Torres sobre un retiro, espiritual y físico, que comenzó cuando Pepa Flores estaba en todo lo alto de la palestra y vivía junto al tercer hombre que la transformó, el impertérrito bailarín y coreógrafo Antonio Gades junto al que tuvo dos hijas.
"Todos sabemos que a Marisol la usó el franquismo, pero creo que también fue usada por las izquierdas para bajar el orgullo de clase al ciudadano de a pie"Blanca Torres
Didáctico y certero, adornado con el ingente material de archivo que ceden aquí Televisión Española y Filmoteca Española, «Marisol, llámame Pepa» es el documental definitivo sobre el mito, una manera excelente de condensar en hora y media de metraje aquello que los sajones encierran en su «bigger-than-life» y que huye del morbo, pese a lo jugoso de la sombra de los Goyanes o la mítica portada de «Interviú» en la que España entera vio desnuda a su niña prodigio. Torres, que se ahorra las florituras formales en favor de los testimonios de quienes mejor la conocen, levanta aquí un homenaje en vida que, ojalá, llegue a ver la propia Flores, libre al fin, tras tener que nacer tres veces.