La madre de Leonardo Da Vinci era una esclava
Carlo Vecce apunta en la novela «Caterina» su identidad, que era el último misterio que quedaba por descubrir del artista, y asegura que también pudo ser usada como «concubina sexual»
Sucedió hace seis años en el Archivo Estatal de Florencia. El documento, datado el 2 de noviembre de 1452, era un manuscrito autógrafo de Piero da Vinci, padre de Leonardo, y daba fe de la liberación de una esclava circasiana: Caterina. Después de treinta años indagando en la vida del célebre pintor florentino y revolviendo entre los papeles que se conservan sobre él, aquel nombre no le resultaba nuevo ni desconocido al escritor Carlo Vecce. «Era el mismo nombre que el de la madre de Leonardo. Y todos los demás elementos coincidían: la época, el lugar, el contexto social. ¿Mi primera reacción? No me lo podía creer. Leonardo, el genio universal, uno de los más grandes artistas del Renacimiento italiano, ¿hijo de una esclava extranjera de un mundo ajeno al mundo y a la historia? No, parecía imposible. Así que empecé de nuevo la búsqueda: encontré y consulté cientos de documentos nuevos, historias y crónicas antiguas y todavía inéditas. Al final, tuve que desistir. Aquella humilde esclava era realmente su madre».
Carlo Vecce publica «Caterina» (Alfaguara), una novela ambiciosa donde despliega la historia de esta mujer, uno de los últimos espacios en blanco que todavía quedaban por rellenar dentro de la vida del artista. «Hay un dato curioso. La fecha es errónea: el notario Piero escribe primero 30 de octubre, luego corrige 1 de noviembre. He encontrado la fecha verdadera en otra fuente. Para un notario, equivocarse en la fecha es un grave error; y no es el único que comete en el documento. Debía de estar nervioso. Delante de él estaba la mujer que amaba, llevando a su hijo, Leonardo, de tan solo seis meses (nació el 15 de abril). Para él, esto no es una escritura profesional. Es la escritura de la vida. Si consigue liberar a Caterina, consigue salvarla, devolverle su dignidad como persona, también salvará al niño, que, de otro modo, habría acabado en un orfanato», comenta el novelista.
¿Y qué dice ese documento?
Es un documento notarial muy árido: pero puede imaginarse toda la vida que fluye entre sus líneas y que yo ahora he intentado contar en la novela. Estamos en una vieja casa de Florencia, detrás del Duomo: la dueña de Caterina, Ginevra, libera a su esclava para recompensarla por sus servicios, y, al final, le regala también el pobre mobiliario de su habitación: la cama, el colchón, unas almohadas, mantas y un arcón con dos cerraduras. Al leer estos detalles, imagino a Caterina, ya libre, abandonando Florencia hacia la campiña de Vinci con su hijo pegado a su pecho y llevando estas cosas en un carro.
"Es probable que fuera secuestrada durante un enfrentamiento con los tártaros"Carlo Vecce
Durante años se ha especulado sobre quién era esta mujer, crucial en la vida de Leonardo da Vinci. Aunque los especialistas reconocían su nombre con anterioridad, nadie conocía de dónde venía, cuál era su origen y de dónde había salido. «Según este documento, era circasiana. Pertenecería a una de las tribus que viven en las tierras altas del norte del Cáucaso. No sabemos cuál, pero me gusta imaginar que era kabardina, una de las tribus más nobles y orgullosas. Está asentada al norte del Elbruz, cerca del nacimiento del río Kuban, en un paisaje de bosques vírgenes y valles surcados por ríos primordiales. Un mundo todavía poblado por dioses, héroes y mitos, donde se desconocía la escritura, la moneda y la medida del tiempo. Sin duda, Caterina procedía de allí. Era la hija de Jacob, quizá una guerrera, la líder de la tribu. Me la imagino como una chica salvaje, libre, hermosa y fuerte».
Vecce admite que no quedan documentos de esta parte de la vida de Caterina, pero sí que se conservan crónicas de esa época que cuentan el destino que padecieron mujeres como ella. Unas historias que hoy nos ayudan a reconstruir lo que pudo vivir. «Es probable que fuera secuestrada durante un enfrentamiento con los tártaros, luego vendida como esclava en el último puesto veneciano del Mar Negro, el puerto de La Tana, en la desembocadura del Don (el actual Azov) y después vendida de vuelta a Constantinopla y Venecia. Un viaje extraordinario por el Mediterráneo, pero hay que tener en cuenta que ese es el viaje de una esclava», matiza el autor.
"Las esclavas también eran utilizadas como concubinas sexuales por sus amos"Carlo Vecce
Él mismo narra que llegaría a Venecia en compañía de otros hombres y mujeres marcados por su misma suerte. Una mercancía humana que iría entremezclada con los productos procedentes de la Ruta de la Seda. «Los primeros documentos sobre ella indican que, antes de llegar a Florencia, había sido esclava de un florentino emigrado a Venecia, Donato Nati. Donato tenía un taller de confección de tejidos de lujo, de seda y oro, y es probable que ella empezara a trabajar en este negocio. Se trataba de una artesanía de alto nivel, ya que implicaba una gran habilidad manual por el diseño de los motivos ornamentales, que derivaban, precisamente, de la tradición oriental y caucásica. El traslado de Venecia a Florencia tuvo lugar con Donato, que se casó con Ginevra, y cedió la propiedad de la esclava a su esposa».
En este punto es donde surge uno de los temas más controvertidos de la historia: el papel que ella desempeñaría en las casas de esos acomodados hombres de la Italia del Quattrocento: «Desgraciadamente, en aquella época, la mayoría de las esclavas también eran utilizadas como concubinas sexuales por sus amos. Los niños que nacían contribuían a la repoblación de las ciudades tras las grandes plagas: podían ser acogidos por las familias de sus amos o en orfanatos como el Ospedale degli Innocenti de Florencia. En cualquier caso, los niños eran llevados a madres esclavas, que a su vez eran explotadas como nodrizas para dar leche a los hijos de los amos. Una situación de gran sufrimiento para las madres, no muy distinta de la que se relata en “El cuento de la criada”, de Margaret Atwood. Sólo que esta historia es real, no imaginaria. Para las esclavas, la Florencia renacentista tenía este rostro oscuro».
Vecce reconoce que todavía «no sabemos si Caterina sufrió la misma humillación y violencia que sus “hermanas”. Ciertamente, Leonardo no era su primer hijo; Caterina ya había tenido al menos otro. En la novela, fabulo con la idea de que ese primer hijo también nació del amor con Piero». El otro punto de interés es la relación que Leonardo mantendría con su progenitora. Se sabe que era un vínculo «muy estrecho» y que durante su infancia permaneció a su lado en Vinci, en el pueblo donde se crio durante los primeros diez años de su vida. «Su padre, casado con la hija de un mercader de Florencia, no pudo llevárselo consigo y nunca lo legitimó».
"La Virgen de «La última cena» podría ser un retrato de la madre del pintor"Carlo Vecce
Por su parte, Caterina rehízo su vida contrayendo matrimonio con un campesino y no tardó demasiado en dar a luz a dos niños. «Fue Caterina quien le enseñó las primeras cosas básicas de la vida, aunque en una lengua extraña y bastarda. Leonardo la recuerda en sus manuscritos simplemente con el nombre de Caterina. Nunca escribe “mi madre” o “madre”. Quizá no podía decirlo. Para otros aquella Caterina era sólo una sirvienta, una nodriza. Luego, a Leonardo se le separa del lado de su madre cuando su padre se lo lleva a Florencia y lo confía a un gran artista de la época: Verrocchio. El niño regresaba a menudo a Vinci para inspirarse en la naturaleza para sus paisajes y visitar a su madre».
UNA SONRISA DE «DOLOR Y SUFRIMIENTO»
«La Gioconda» es el retrato de Elisabetta o Lisa Gherardini, esposa del comerciante Francesco del Giocondo. Lo realizó en 1503 y nunca lo terminó. De hecho, siempre lo conservó consigo y jamás se desprendió de él. Siempre trabajó en este óleo. La pregunta es ¿Por qué? Carlo Vecce parece que tiene una respuesta. «El cuadro se había convertido en algo más: el espejo de su mundo y su alma. Y también, probablemente, el eco de su madre, de su sonrisa dulce e indefinida, que Leonardo encontró en la de Lisa. Sólo así podemos decir que la sonrisa de Lisa es la sonrisa de Caterina. Una sonrisa matizada, ambigua, de quien también ha conocido el dolor, el sufrimiento».
Este vínculo permaneció a lo largo del tiempo. Cuando Leonardo, ya con treinta años, se marcha a la corte de Milán, que es donde crece como artista, ella, que ha enviudado, se reúne con él. «Viven juntos durante casi un año. Ella muere en sus brazos. Leonardo, apesadumbrado, anota en su cuaderno la lista de gastos del funeral. Organiza uno que parece el de una princesa, para ella, que solo había sido una esclava, considerada en el escalón más bajo de la sociedad. No podemos evitar especular sobre si una persona así influyó en su obra artística e intelectual. Pensemos que el cuaderno en el que está escrito el recuerdo de la muerte de Caterina, solo unas páginas más adelante, atestigua el comienzo del trabajo sobre “la Última Cena”. La mayor obra maestra nace del mayor dolor de la vida. En esa pintura, puede que la figura femenina que hay a la derecha de Cristo, que es un autorretrato ideal del propio Leonardo, no es San Juan ni Magdalena, sino Caterina. Tiene los ojos cerrados. Es el retrato de una mujer muerta».
Vecce apunta lo último que se conoce sobre ella: «El documento que atestigua la muerte de Caterina nos indica también la iglesia del probable enterramiento: el convento de San Francesco Grande. Es el mismo en el que Leonardo había pintado la “Virgen de las Rocas”. No se trataba de una tumba individual, sino de la cripta de la Cofradía de la Inmaculada Concepción. No es casualidad. Leonardo era un forastero en Milán y la única forma de dar a su madre un entierro digno era acudir a la cofradía que le había encargado la “Virgen de las Rocas”. También en este cuadro Leonardo recuerda a su madre. Está representada en la Virgen María».
Vecce desvela que la iglesia fue destruida hace 200 años. Ahora hay un antiguo cuartel. «Hace dos años, durante una excavación arqueológica, entré y descendí hasta el nivel de la cripta de la capilla, donde encontramos fragmentos de la pintura original de la época de Leonardo, y restos humanos. Entre ellos podrían estar los restos de Caterina».