Muere Martin Amis, gran voz de las letras británicas y genio de humor corrosivo
El autor de "Campos de Londres" y "Tren nocturno" fallece a los 73 años de un cáncer esofágico
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Es indudable que Martin Amis fue un autor valiente y sin complejos, lo que siempre es algo bienvenido, y que, tal vez detrás de lo que podrían sonar a afirmaciones provocadoras, exista una completa autenticidad y honestidad en sus diversos puntos de vista, pero en todo caso, empleando su libertad creativa y de expresión Amis se introdujo en campos de sensible calado social. No fue un historiador, ni un teórico de la sociología, de modo que sus mensajes corrosivos tenían que ver con el derecho de ser políticamente incorrecto.
Es sobre todo en torno al islam donde se le acusó más de generalizaciones que buscaban desautorizar todas las religiones. Sus reflexiones al respecto sobrepasaron los libros y hasta tuvo que pedir disculpas a Salman Rushdie alrededor de unas declaraciones sobre la intervención en Irak. Y es que el prosista y el pensador Amis fue indistinguible del Amis individuo que hizo públicas sus diatribas, como sus problemas conyugales o el hecho de deshacerse agriamente de su agente literaria, esposa de su colega Julian Barnes. Asimismo, un libro sobre Stalin, “Koba el temible”, despertó la animadversión de historiadores al equiparar de forma simplona el comunismo con el nazismo, y activó el desprecio de las feministas por “La viuda embarazada”. Una historia esta que colocaba a un veinteañero en pleno frenesí de los años setenta, en plena revolución sexual y trayendo consigo justamente la revolución feminista, con la voluntad de seducir a una amiga de su novia.
No cabe duda que al astuto Amis le fue la marcha, por decirlo coloquialmente. La rentabilidad que sacó de ello fue impagable, mediante temas que iba repitiendo y que fueron destacados por la prensa británica —sexo, resentimiento de clase, lujuria, humillación, obsesiones— que alcanzaron también el plano social y político. Como en el caso de una de sus últimas novelas, “Lionel Asbo” (2012), sobre el nuevo tipo de rico antisocial y el Londres actual, todo lo cual llevaba a una supuesta crítica social que acababa siendo inocua.
A ello le siguió “El estado de Inglaterra”, en que Amis quiso retratar el Londres de hoy desde el relato desenfadado y fijándose en cierto perfil social. Veíamos, entonces, cómo el quinceañero Desmond Pepperdine iba cumpliendo años y se dejaba seducir por su jovencísima abuela, Grace. El hijo de esta, el tío Lionel, era un joven delincuente obsesionado por descubrir con quién se acostaba su madre. El lío ocupaba una cantidad ingente de páginas, hasta que la lotería y sus millones de libras se cruzaban en el destino del casi siempre encarcelado y nuevo rico derrochador Lionel, que de joven decidió apellidarse Asbo, iniciales de Anti-Social Behaviour Order (medida de 1998, dentro de la Ley del Delito y Desorden, contra la conducta antisocial), un tipo que bebía y se drogaba sin parar pero que parecía inmune a cualquier sustancia tóxica.
Considerando este tipo de obras, que pretendían divertir y hacer crítica social, ¿con qué Martin Amis nos quedaremos, una vez ha fallecido?, ¿con el de los ensayos “La guerra contra el cliché”, donde parecía más preocupado por realizar afirmaciones desenfadadas y llamativas, en contra de lo establecido y con ánimo socarrón, que en analizar las obras que abordaba con el rigor adecuado, o con el de “El infierno imbécil”, en el que se mostró como un maestro del reportaje y la entrevista?
Todo partió de una experiencia en los años ochenta, cuando Amis (Oxford, 1949) viajó a los Estados Unidos para conocer de primera mano asuntos y personajes relevantes para, sobre todo, el “Observer”. El resultado de aquellas andanzas del escritor que, por entonces, ya había publicado cuatro novelas y obtenido un premio relevante, fue “The Moronic Inferno” (1986). En “La guerra contra el cliché”, Amis, con su tono informal desmitificaba textos y autores, pero al lado no había argumentaciones de peso en ese camino. Sin embargo, el Amis de “El infierno imbécil” fue un gran observador, alcanzando un tipo de artículo que mezcla lecturas bien hechas, psicología y fisonomía, y una forma directa, sincera y tajante de expresar sus opiniones sin caer en la banalidad.
Eran veintiséis trabajos de ritmo periodístico impecable y hondura literaria a la hora de hablar de los escritores o cineastas con los que compartió paseos o comidas. Amis conversó con Steven Spielberg y Brian de Palma, indagó en una oleada de crímenes en Atlanta, siguió la pista a la aparición del virus del sida, describió cómo es la vida ociosa de Palm Beach, acudió a actos de campaña electoral de Ronald Reagan, conoció la nueva derecha evangélica, reseñó libros sobre Elvis Presley, el feminismo, William Burroughs y John Updike, visitó la Casa Playboy... Todo lo cual exponía una forma de ver qué ocurrió en la sociedad y cultura norteamericanas en un tiempo de efervescencia capitalista.
A través de sus charlas con Philip Roth, Norman Mailer, Gore Vidal, Truman Capote, Kurt Vonnegurt y Bellow, Amis establecía comparaciones sobre lo que es ser un escritor inglés y estadounidense. También, sobre cómo el éxito de ventas afecta a la vida ordinaria, lo que malogró las carreras de Roth, que «se le subió a la cabeza», y Mailer, ansioso por ganar el suficiente dinero para mantener a su numerosa progenie. Amis buscaba —la sombra del padre, el novelista Kingsley Amis, fue alargada— el grado de «masculinidad», de «amor propio» de todos esos autores, y descubría en el camino las vicisitudes de unos cuantos egos tan talentosos como inmodestos, tan envidiosos como sensibles al alma humana, en medio de deudas, alcoholismo, frustración, y hasta violencia y locura.
Este libro podría estar perfectamente a un nivel superior en comparación con sus novelas, donde demostró ser un narrador más o menos talentoso (“El libro de Rachel”, “Campos de Londres”, “La casa de los encuentros”, etc.), ya también en torno a la crítica literaria, pues en este campo se mostró demasiado excéntrico y propenso a la provocación fácil. Y tal percepción podría confirmarse con una edición en que Amis recuperó artículos aparecidos en la prensa para componer las catorce piezas de “El segundo avión. 11 de Septiembre: 2001-2007”.
Eran ensayos, relatos, reseñas y un diario de viaje realizado con Toni Blair (a Belfast, Washington, Bagdad y Basora) que buscaban la compresión de algo de por sí inconcebible que pueda llegar a pasar. Para Amis, que publicó su primer texto sobre el 11-S a la semana del atentado, el impacto del segundo avión constituyó el punto de inflexión simbólico que dejó verdaderamente aterrada a la población mundial. Quince minutos después del primer avión estrellado, a esas horas, todo el mundo estaría delante del televisor, «y en ese instante la joven Norteamérica entraría en la edad adulta». Más adelante, en artículos como «La voz de la muchedumbre solitaria» o «La guerra equivocada», Amis demostró su amplísimo conocimiento de la política internacional y de los movimientos islamistas del siglo XX. Su postura fue franca y directa, como se apreciaba al comienzo del libro: «“¿Es usted islamófobo?”, me preguntaron una vez. La respuesta es no. Lo que soy es un islamismófobo, o, mejor, un antiislamista, porque una fobia es un miedo irracional, y no es irracional temer algo que dice que quiere darte muerte».