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Álvarez de Miranda, el hombre que mide las palabras: "Los cambios lingüísticos no se producen por decreto"

El filólogo y académico reúne en un nuevo libro los textos en los que ha tomado el pulso a la actualidad de la lengua desde 2015
El académico Pedro Álvarez de Miranda (Roma, 1953), en su casa de Madrid
El académico Pedro Álvarez de Miranda (Roma, 1953), en su casa de MadridJesús G. FeriaPHOTOGRAPHERS

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Desde luego que Medir las palabras no es el primer (ni será el último) libro de Pedro Álvarez de Miranda, pero el filólogo y académico de la RAE sí que se muestra algo abrumado por la promoción de Espasa. "No estoy acostumbrado a estos lanzamientos", ríe. Como presentación, ya en la portada se adelanta que el lector encontrará dentro de estas páginas "un fascinante recorrido por nuestro idioma tras las pistas que van dejando sus palabras en el tiempo". "Cosas de la editorial", resopla, "pero lo asumo".
Álvarez de Miranda agrupa un conjunto de los artículos lingüísticos que ha publicado desde 2015 y a través de los cuales reconstruye la historia del castellano, además de sorprenderse ante las extrañezas que "el azar" le cruza en su camino. Un gozo propio en el que hace partícipe al lector.
"Tenemos una lengua que goza de una buena salud y no va a sucumbir a la globalización"
Medir las palabras expone las reflexiones del hombre al que debemos el disfrute del "finde" −fue él quien batalló incluir la apócope de "fin de semana" en el Diccionario−: de los esfuerzos por dar con una alternativa patria a tanto "influencer" ("influyente") a su sorpresa por la recuperación de un sufijo "relativamente antiguo del español" como es "-uno" en un remoto rincón de La Mancha, en referencia a lo "viejuno" o "raruno" que rescataron Joaquín Reyes y compañía en Muchachada Nui. Por ello, el académico afirma que este "no es un libro para especialistas", que también, sino una obra "divulgativa y amena". Las expresiones le abordan sin más. Le ocurrió con "raruno" y también con los "Cayetanos" que sustituyeron a los "Borjamaris"; o el "sanseacabó" en el que se detiene durante la entrevista con LA RAZÓN: "Es genial y está en el Diccionario, pero ¿de dónde ha salido? No hay un santo que se llame Seacabó... Tendré que mirarlo".
El lingüista "mide" palabras desde su "impuesta" −bromea− faceta de columnista: "Me frustra tener un espacio tan pequeño". Pero es el papel el que marca la pauta y no queda otra que "condensar" y "diluir" el conocimiento. ¿La alternativa? La decepción: "Cuando alguien no me entiende, por eso procuro que sean legibles y no caer en tecnicismos".
"La mortandad léxica y muy baja en comparación con la natalidad"
De reojo, Álvarez de Miranda mira con la distancia oportuna a un referente del columnismo lingüista, un purista como Fernando Lázaro Carreter y su Dardo en la palabra: "Yo no lanzo dardos". Porque la letra "Q" de la Academia es un tipo permeable que pide clemencia para el que confunde "candelero" con "candelabro" y que se ve "incapaz" de corregir a sus propias nietas cuando meten la pata: "No quiero que me vean como el abuelo cebolleta". No le gusta aleccionar. "Explico y comento, pero no digo si prefiero una u otra cosa". Y pone el ejemplo de "espurio": "Muchas veces se dice "espúreo", y yo no le haría ascos si termina triunfando", reconoce. Del mismo modo que se rinde al "cocodrilo" que terminó por comerse al "crocodilo" ("crocodilum"): "Si dijera "crocodilo" me mirarían raro por remontarme a la historia latina y decirlo demasiado bien. Pero no puedo ir por libre", asume un académico que tiene interiorizado que "siempre hablaremos un latín estropeado" al tiempo que teoriza sobre una posible conversación con Larra o Jovellanos, ya "con Gonzalo de Berceo lo tendría difícil por la evolución del idioma; y con un rey godo sería imposible"
Por el arco que no pasa el filólogo es el de las "modas" de los tiempos: "Los cambios lingüísticos no se producen por decreto, sino por tendencias o consensos. Ni la academia ni nadie puede imponerse; y desde luego, en el terreno de los políticamente correcto por el llamado "sexismo lingüístico", me preocupa que se extienda la terminación en "e" porque pondría en peligro la unidad de la lengua española. Sería una pequeña brecha abierta. Más vale no jugar con fuego".
Aun así, Pedro Álvarez de Miranda no teme por el castellano. Ni en tiempos de "polarización" −"mal síntoma"− ni cuando la tecnología no ha hecho adoptar más anglicismos que nunca. "¡No!", corrige: "Son internacionalismos. Ya cundió el pánico en el siglo XVIII con el francés, que era la lengua de mayor peso internacional. Salvando las distancias con las comunicaciones", explica poniendo a Juan Pablo Forner como ejemplo, que en "Exequias de la lengua castellana" (1871) temía por la pervivencia del español. Solo fue un "tremendismo", explica. "Tenemos una lengua que goza de una buena salud y no va a sucumbir a la globalización. La mortandad léxica y muy baja en comparación con la natalidad".