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Federico Trillo: “Pedro Sánchez pertenece a la picaresca de ‘El Buscón’”

Retirado de la política desde hace cinco años, el expresidente del Congreso se dedica a sus “caprichos”, asegura: escribir sobre el autor inglés
Descripción de la imagenDavid JarLa Razon

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Federico Trillo «tenía una historia que contar», dice, por lo que lanzó con El censor de Shakespeare (Espasa), una novela que apuesta por «los contenidos de investigación histórica y ficción» y que nace de su anterior libro (El poder político en los dramas de Shakespeare), aunque, sobre todo, viene de su pasión por el autor inglés.
Todavía hay quien se sorprende al escuchar juntos los nombres del expresidente del Congreso y el del Bardo, como si los gobernantes (y exgobernantes) no pudieran tener vida más allá, pero el autor se lo toma a risa y asegura que es parte de esa «vida paralela secreta» con la que bromeaban sus amigos: «Retirarme de la política por completo en los últimos cinco años me ha permitido dedicarme a mis caprichos, a lo que me gusta».
−¿Lo ha tenido mucho tiempo en la cabeza?
−Desde que, en 1999, visité el seminario para documentar mi tesis doctoral sobre Shakespeare y el poder político, pero tenía una actividad que no me lo permitía.
−¿Sabemos todo del inglés?
−No, pero sí lo suficiente para confirmar que fue el autor de sus obras y no esas teorías de que Bacon y otros estuvieron detrás.
−¿Y qué falta por conocer?
−Bueno... Este libro me ha dejado alguna puerta abierta que estoy desarrollando en el Archivo de Simancas. Y no digo más.
−Una obra y un motivo.
Macbeth, el drama mejor acabado sobre el poder político. Sangre y luto. Es terrible.
−Shakespeare y poder es un binomio inseparable, ¿no?
−En este libro vemos, como dijo Harold Bloom, el valor del ser humano: capaz de perversiones monstruosas y de hacer las cosas más maravillosas. En este caso, tenemos un canto a la amistad de Shakespeare y el censor, William Sankey; un autor del Londres isabelino y un jesuita. Sus obras demuestran que el corazón del hombre es el mismo siempre. Las dos grandes pasiones son el amor y el poder, independientemente de la época. En Shakespeare está todo.
−¿Cuál fue su primer encuentro con el inglés?
−Con quince años tuve el privilegio de tener un muy buen profesor de inglés. Tenía sus obras completas en inglés y me las dio y, aunque no las entendía, me entraban por ósmosis, como decía Valle-Inclán.
−¿Y quién fue Sankey?
−Un jesuita. Un hombre nacido en un pequeño pueblo de Inglaterra en el que el catolicismo está proscrito y seguir su vocación le exige un desarraigo de su patria. Tras idas y venidas, se reencuentra con su antiguo compañero de estudios, Shakespeare, un hermano, su alma gemela. Y, finalmente, termina como censor de sus obras.
−¿La guerra Sol-Génova de hace unos meses tuvo algo de trama «shakespeariana»?
−Sí. Pero, para mí, tuvo la parte del peligro político de dejar escapar la alternativa ante un poder tan brutal como el de Sánchez. Ayuso y Casado entran en esos grandes amigos que se han visto enfrentados por el poder. Vimos fronteras que no se pueden cruzar, como el uso de determinados medios de investigación de la vida privada, el chantaje por informaciones... Un pequeño drama «shakespeariano», pero Casado lo entendió y renunció. Luego, el PP ha demostrado que es un partido capaz de rehacerse. Y, además, no hubo sangre.
−¿Y Sánchez tiene hueco en este corpus?
−No, pertenece a la picaresca española del Buscón o Rinconete y Cortadillo. Es de los que mienten a diario para sobrevivir.
−¿Qué ha pasado en el Congreso desde que se fue? Ahora la bronca es mucho más elevada.
−Eso lo llevo muy mal. El Parlamento es la casa de la palabra, de la razón dialogada y dialogante. Es la representación de 47 millones de personas y no se puede estar ahí de cualquier forma. Hay que ser muy respetuoso, no se puede faltar ni insultar. Otra cosa es que haya algaradas, eso es parte del espectáculo, como vemos en el Parlamento inglés. Pero lo que no puede existir nunca es menosprecio. Todo viene de una concepción errónea de la política, que es ver amigos y enemigos, malos y buenos. Ya advirtió Carl Schmitt de ello.
−¿Cómo se ha llegado a este punto?
−Es culpa del sistema de comunicación. Y, con ello, no señalo a la prensa. Es parte de esa relación de «me gusta» o «no me gusta». Así se radicalizan las mentes, que es un defecto dentro de esta era de la digitalización. Tenemos un sistema de hace 44 años que está desgastado. No soy de los que creen que la Constitución no se debe tocar. Hay cosas manifiestamente mejorables y la tendencia es que mute, pero que sin que se perviertan las bases del sistema parlamentario.
−Para eso hace falta consenso...
−Y eso es imposible cuando se piensa que el adversario es el enemigo...
  • El censor de Shakespeare (Espasa), de Federico Trillo, 440 páginas, 19,90 euros.