Santa Gadea, El Cid y Charlton Heston
La leyenda cuenta que el rey Alfonso VI de León juró en esta iglesia burgalesa que no había tomado parte en el asesinato de su propio hermano, el rey Sancho II de Castilla
La iglesia de Santa Gadea en Burgos es un pequeño templo de una sola nave y de estilo gótico donde una tradición épica y romanceada sitúa el juramento de Alfonso VI el Bravo, rey de León, a finales del año 1072, ante Rodrigo Díaz de Vivar. Es uno de los momentos emblemáticos de la leyenda castellana de El Cid que presenta el enfrentamiento entre el buen vasallo y el desleal señor. Esto supone un nuevo punto de partida para el enfrentamiento quintaesencial que se avecina. Y es que sobre la figura histórica de aquel señor de la guerra llamado El Cid que campeó entre musulmanes y cristianos en la España medieval se trenzaron posteriormente una serie de leyendas, que fueron acreciendo su figura de forma extraordinaria hasta convertirlo en un modelo de virtudes caballerescas y cristianas, en un gran mito del imaginario hispánico del medievo. El de la jura de Santa Gadea es uno de los temas fundamentales de la llamada «Leyenda de Cardeña», un cúmulo de narraciones sobre El Cid que parece que fueron confeccionados por los monjes del monasterio de San Pedro de Cardeña, en el centro de la provincia de Burgos, a mediados del siglo XIII.
Cuando el Cid ya se había convertido en una figura legendaria, los narradores eclesiásticos burgaleses, con sus mitificaciones y mistificaciones, aportaron con esa materia legendaria algunos matices heroicos y piadosos que complementaban las historias de otras fuentes anteriores. También así se perfilaba el Cid como un héroe netamente cristiano frente a otras versiones que hablaban de su etapa de servicio a los musulmanes. Con un modelo que venía de la hagiografía, mitos como el de la jura de Santa Gadea abundaban en temas de la literatura popular castellana, como el del buen vasallo que se declara rebelde por ser injustamente tratado, que comparte Rodrigo con Bernardo del Carpio. Está claro que el episodio de Santa Gadea es puramente mítico, pero a la vez ostenta esas impresiones de realidad que solo lo mítico puede ofrecernos en la literatura patrimonial. La iglesia es ciertamente más moderna que la supuesta jura, por supuesto, y no sabremos nunca si esta tuvo lugar o no. En el acto agresivo y desafiante de El Cid de hacer jurar al rey Alfonso, al que se culpaba del asesinato de su hermano, el rey anterior Sancho II –en la conspiración con doña Urraca que habría desembocado en el magnicidio durante el cerco de Zamora–, se encuentra el pistoletazo de salida de la gran inquina del rey contra el caballero. Luego esa profunda desconfianza entre el Cid y el rey Alfonso se intentaría conjurar ofreciéndole a su sobrina Jimena en matrimonio. Pero sería en vano.
Mas vayamos al comienzo de la leyenda según cuenta el romancero: «En santa Águeda de Burgos, / do juran los hijosdalgo, / le toman la jura a Alfonso / por la muerte de su hermano; / tomábasela el buen Cid, / ese buen Cid castellano, / sobre un cerrojo de hierro / y una ballesta de palo / y con unos evangelios / y un crucifijo en la mano. / Las palabras son tan fuertes /que al buen rey ponen espanto». Toda la escenografía del juramento que recuerda el romance hace énfasis en la idea de que incluso los más altos poderes políticos están sujetos al bien común, representado en este caso por un noble castellano que se erige en portavoz de todos. En el acto del juramento las palabras usadas por el caballero son brutales y le piden al monarca que jure. A la vez, El Cid desea que, de faltar a la verdad, muera de muy diversas maneras infamantes: «Mátente por las aradas, / que no en villas ni en poblado, / y sáquente el corazón / por el siniestro costado, / si no dijeres la verdad / de lo que te es preguntado: / si fuiste o consentiste /en la muerte de tu hermano».
El romancero, como de costumbre, apunta la voz del pueblo, que en este momento toma el Cid como portavoz. La parresía lindante con la insolencia de la manera en la que el caballero habría pronunciado palabras tan duras ante el monarca señalaba en la tradición legendaria una toma de posición de El Cid como paladín del pueblo frente a un monarca que era tenido por traicionero y despiadado. Aunque hay voces que defienden la historicidad del episodio, que habría tenido lugar en algún otro emplazamiento y no en Santa Gadea de Burgos, lo relevante para nosotros en el plano de la historia o la geografía mítica es cómo perfila y configura al representante de los derechos de los castellanos frente a un rey desmesurado o soberbio. Es esta una dimensión que posteriormente va a ser explotada en la recepción literaria y también en el arte. Por ejemplo, un cuadro de Marcos Hiráldez de 1864, que alberga el palacio del Senado, es buena muestra de ello, así como la película de 1961 sobre El Cid dirigida por Anthony Mann y protagonizada por Charlton Heston y Sophia Loren, que incluye este episodio. En suma, esta leyenda es una escenificación del mito del buen caballero castellano, defensor del orden y del bien común, frente a una autoridad excesiva o despótica, un motivo recurrente en la mitología castellana que se repite en diversos momentos.