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Hallazgo arqueológico: los siniestros caballos de la muerte

Una espectacular investigación determina sacrificios humanos y equinos conjuntos, tal y como describió Herodoto hace dos milenios
Artilugios y restos hallados en la excavación
Artilugios y restos hallados en la excavación Cambridge University
La Razón

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La domesticación del caballo implicó un cambio radical, una revolución podría decirse, para los hábitos de nuestros antepasados conforme su crucial importancia en el desarrollo del transporte, las comunicaciones o la guerra. De tal manera, no extraña nada que ocupase también un lugar preponderante en los ritos religiosos y funerarios de muchísimas culturas dispersas por todo el globo. Así, abunda la presencia de equinos vinculados al mundo de ultratumba, tanto de representaciones y objetos creados a su imagen y semejanza como, asimismo, de prácticos arreos empleados en su manejo y, por supuesto, cadáveres de caballos sacrificados y depositados en el interior de tumbas. Precisamente sobre esta vinculación entre el caballo y la muerte versa el espectacular artículo que se titula «A spectral cavalcade: Early Iron Age horse sacrifice at a royal tomb in southern Liberia» recientemente aparecido en la publicación británica «Antiquity» por un equipo internacional encabezado por Timur Sadykov, investigador de la Academia Rusa de Ciencias de San Petersburgo.
En este texto se analiza el interesantísimo túmulo de Tunnug 1, situado en la república rusa siberiana de Tuva, un área que, al igual que toda la estepa euroasiática, fue ocupada por diversas poblaciones nómadas desde la prehistoria. Se trata de un kurgan, es decir, la tumba de un notable que, erigida artificialmente como una pequeña colina, sobresale en la infinita llanura que comunica Asia con Europa. Esta nueva investigación avala no sólo hallazgos anteriores, como el interesantísimo túmulo de Certomlyk, sino que revela una extraordinaria vigencia y continuidad de ritos funerarios en el tiempo y el espacio. El Kurgan, construido sobre una estructura de madera de alerce, recubierto de capas sucesivas de arcilla y piedra y oculto después por maleza, y que perteneció a un miembro de la más alta jerarquía local, ha sido fechados conforme dataciones radiocarbónicas y dendrocronológicas a fines del siglo IX a.C. De este modo, se trata de uno de los montículos artificiales más antiguos de los escitas, situándose, de hecho, al comienzo de su horizonte cronológico. Sin embargo, el objetivo de dicha investigación no se centra tanto en el interior de la tumba principesca como en su inmediato exterior.
No en vano, se han encontrado huesos de, al menos, dieciocho caballos y un número indeterminado de seres humanos reunidos en tres grandes grupos justo por encima de la capa de arcilla y antes del encofrado exterior de piedra. Asimismo, también han aparecido puntas de flecha y, muy especialmente, restos de arreos y bocados de caballo de bronce, oro, colmillo de jabalí y asta en imitación del anterior material que vinculan con préstamos tomados de culturas previas de la edad del bronce de Mongolia. En concreto, con la fascinante Cultura de las piedras de ciervo–Khirigsuur. No en vano, también en campañas anteriores de investigación se hallaron en Tunnug tres estelas que, obviamente, también están relacionadas con lo funerario y que podrían emparentarse con esta cultura.
Sin embargo, la conexión más fuerte y sorprendente es la que se establece con el lejano Occidente, con los escitas que vivían a miles de kilómetros en el entorno del mar Negro y que describiera más de tres siglos después el padre de la Historia. Porque aunque Herodoto fue muy criticado desde la antigüedad por su metodología, por su credulidad y aceptación de unas fuentes que empleó sin excesiva crítica, por dar pie como veraces leyendas y mitos, lo cierto es que, significativamente, la investigación de vez en cuando le da la razón. Es lo que ocurrió, por ejemplo, hace unos meses con la verificación de que este pueblo sí empleaba carcajes hechos con piel humana, mientras que, en esta ocasión, la investigación verifica un ritual post-funerario descrito celebrado en el exterior de un túmulo escita que hasta el momento era considerado una más de las historietas del sabio de Halicarnaso. Así, Herodoto afirmó cómo un año después del fallecimiento del conmemorado se sacrificaban in situ cincuenta caballos y cincuenta jóvenes sirvientes a los que «tras vaciar y limpiar sus vientres, los rellenan de paja y los vuelven a coser», clavándoles a estacas ancladas en el túmulo y siendo adornados los caballos con «frenos y bridas» apretadas con fuerza. A continuación, eran dispuestos «los cincuenta jóvenes estrangulados sobre cada uno de los caballos», y eran también empalados y unidos a los equinos. Así pues, esta investigación, que aparte de los restos óseos y materiales, también ha hallado evidencia de las estructuras empleadas para la sujeción de los sacrificios, demuestra la veracidad de un rito descrito por los investigadores como una «cabalgada espectral», aunque también podría definirse como un siniestro carrusel de la muerte.
En definitiva, el análisis del conjunto de estos restos muestra la extraordinaria vigencia de unos hábitos funerarios extendidos en el tiempo y el espacio, las sinergias culturales establecidas entre diversas poblaciones y, en particular, vuelve a reivindicar a un Herodoto triunfante ante la Historia que él mismo horadó antes que nadie.

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