Bernardo del Carpio: el forajido que inspiró la leyenda
Fuera real o un héroe de ficción, la huella patrimonial, artística y literaria de este personaje, aventurero de leyenda, va más allá de cualquier hecho histórico
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Más allá de las dudas sobre su existencia histórica, Bernardo del Carpio es el héroe quintaesencial de Roncesvalles y de Castilla la Vieja, desde Saldaña o León a Salamanca y de ahí a su tumba supuesta en Aguilar de Campóo. Es el forajido e hijo del conde de Saldaña, preso y fuera de la ley, por lo que ha sido el aventurero por excelencia en el romancero y también un héroe para el cante gitano, de cadenas y ángeles caídos que al fin son rehabilitados.
Recordemos que el núcleo castellano-leonés de su aventura era la típica historia de honra perdida por causa de un amor prohibido y la discusión sobre la genealogía de Bernardo, hijo del conde y la infanta, hermana del rey asturiano Alfonso el Casto. Un segundo núcleo era, claro está, el que enlazaba con la épica francesa de Carlomagno y los Doce Pares de Francia, con el Cantar de Roldán y el paso de Roncesvalles. Temas subsidiarios que engrandecen su leyenda son los de la rebelión del buen vasallo y su paso a estar fuera de la ley en la Extremadura castellana que hacía tierra de frontera con los árabes, con las gestas guerreras de quien tenía fama de invencible, hasta su rehabilitación total. El mítico Bernardo, todo un Aquiles asturleonés, fue portador de Durandal o Durandarte, la espada-relicario de Roldán que pasó a sus manos tras derrotarlo en Roncesvalles. La espada providencial es el símbolo del guerrero invencible en el arte y la literatura. Es curioso que su espada no sea intransferible, como Tizona o Excalibur, sino heredada como despojo de otro héroe. Cuenta la leyenda que terminó en el fondo del Lago de Carucedo, cerca de las minas romanas de Las Médulas, donde la arrojó para evitar que cayera en manos enemigas. La que luego poseyó el emperador Carlos V y es un objeto mítico que porta su nombre y acrecienta su leyenda.
Pero, como decimos, la huella artística, literaria y patrimonial de su figura es, independientemente de la veracidad o historicidad de ella, impresionante. Comencemos por su retrato en la Plaza Mayor de Salamanca, en un medallón situado en la parte sur, esculpido en el siglo XVIII por Alejandro Carnicero. La propia Salamanca alberga los restos de un supuesto descendiente en la Iglesia de San Martín, no lejos de la Plaza Mayor, fundada a comienzos del siglo XII, en 1103. Ahí está la tumba de Pedro Bernardo del Carpio, muerto en 1135, con una estatua de un caballero yacente –que en realidad no le corresponde– y un blasón de nueve torres enmarcado con un borde de otras diez, que se supone de Bernardo. En el plano patrimonial, hay que recordar la villa de Carpio-Bernardo, en la provincia de Salamanca, que se divisa desde el mítico Cerro de la Traición: ese se supone que era el lugar donde asentó sus reales el Bernardo fugitivo y ahí aún celebran conmemoraciones de la tradición del héroe de Roncesvalles, el vencedor de los Pares de Francia.
Lo recuerda el Romance de Roncesvalles (con su estribillo «¡Mala la hubisteis, franceses, en esa de Roncesvalles!») en el que la abuela de la tradición oral exalta al desafiante Bernardo ante los del emperador que pretenden conquistar el Reino de León. Recordemos sus famosos versos: «La corona de León. / Bernardo, el del Carpio, un día / con la gente que traía, / ‘‘¡Ven por ella!’’, le gritó. / De entonces suena en los valles /y dicen los montañeses:/ –¡Mala la hubisteis, franceses, / en esa de Roncesvalles!».
Tenemos muchos ecos literarios de la leyenda: un libro de caballerías portugués de Alexandre Caetano Gómez Flaviense llamado la verdadera tercera parte de la historia de Carlomagno o varias alusiones de Cervantes a la leyenda en el «Quijote». Lope de Vega consigna en su «Arcadia» (1598) aquel verso que reza «De Bernardo es el blasón; / las desdichas mías son». También tenemos la épica de Bernardo de Balbuena, el «Bernardo o la victoria de Roncesvalles» en octavas reales en el siglo XVII.
Y por supuesto toda la riqueza del romancero de Bernardo, del Siglo de Oro, las épicas latinas de Núñez de Oria, en hexámetros, y la Castellana de Agustín Alonso, en octavas, más diversas comedias y piezas de teatro de Juan de la Cueva o Álvaro Cubillo de Aragón o Lope de Liaño. Estas solo entre otras muchas recreaciones, hasta llegar al campo de la copla o del cante jondo de Antonio Mairena o José el Negro (impresionantes las grabaciones, pura tradición oral, de sus relatos en torno a Bernardo). En suma, que en la España mítica, tanto en geografía como en historia o patrimonio legendarios, no puede faltar este gran héroe asturleonés, que bien puede ser comparado con Aquiles o con Percival, como monumento mitológico.