Asalto al Banco Central: Otro golpe (fallido) en nombre de Tejero
Tres meses después del 23 de febrero más turbulento, unos hombres armados exigieron la liberación del teniente coronel y otros implicados en la toma del Congreso
Hace escasas fechas aparecía una novedad editorial que nos devolvía la figura de la imagen del Mundial 82, la cual ya tiene ese regusto de imagen vintage, con un Naranjito que aún nos sigue sonriendo cuarenta años después. En aquella España de la Transición, aún era reciente el intento de golpe de Estado de Tejero y se temía sobremanera a ETA. Pero tampoco a escala internacional las cosas iban mucho mejor, por ejemplo en Italia, si bien, en este terreno futbolístico, cabe decir que una acabó realizando un campeonato mediocre y la otra se aupó con la victoria. Alberto Ojeda (1977) se adentraba así, en «Cuero contra plomo. Fútbol y sangre en el verano del 82» (Altamarea), en lo que hicieron ambas selecciones y el trasfondo sociohistórico de aquel tiempo, sobre todo, en referencia a determinados grupos terroristas que asolaron el sur del continente.
De este modo, el periodista hacía una crónica de lo que pasó con la escuadra «azzurra» y su líder goleador Paolo Rossi, pero enseguida se colaban en paralelo acontecimientos trágicos como el crimen contra Aldo Moro o el atentado sucedido en la Piazza Fontana. En el otro lado, tendríamos el asesinato de Enrique Ruano, las acciones de los GRAPO o el atentado a Carrero Blanco. De hecho, apenas una hora más tarde de que terminara la ceremonia inaugural del Mundial, ETA segaba la vida de un guardia civil en el puerto de Pasajes. El autor conseguía su propósito de «entrelazar el convulso discurrir de la Italia setentera con la errática evolución» de un equipo que de pasar de verse desahuciado se convirtió en campeón.
Asimismo, explicaba que tal gesta «insufló a los italianos optimismo en el futuro y reverdeció entre ellos el sentido unitario (“risorgimentale”) de la patria», mostrando cómo el Mundial fue clave para la «autorreivindicación de España como un país moderno y fiable, con una democracia en construcción que pedía paso en selectas organizaciones internacionales como la Comunidad Económica Europea». Y es que tuvo un considerable mérito ser capaces de preparar un evento internacional de esta dimensión con la amenaza latente de la violencia terrorista. Sobre todo después de un tiempo muy reciente en que el ambiente social parecía, por momentos, todo un polvorín, amén de la presencia del anarquismo y el auge de la delincuencia.
[[DEST:L|||Los anarquistas eran una de las obsesiones políticas del franquismo y la primera Transición]]
Este es el contexto que explora Mar Padilla en su primer libro, «Asalto al Banco Central» (Libros del K.O.), sobre un célebre acontecimiento perpetrado el sábado 23 de mayo de 1981 –tres meses después del intento de golpe de Estado, por tanto–, en la sede de dicho banco, situada entonces en el número 23 de Plaza de Cataluña de Barcelona, que comprendía todo un edificio de siete plantas. Es una época, ciertamente, en que los anarquistas eran «una de las obsesiones políticas del franquismo, el tardofranquismo y la primera Transición. Con la vuelta de sus líderes en los primeros años de la democracia, la concepción de ruptura total y libertad del movimiento anarquista enamoró a centenares de miles de personas», dice la autora. Esta recuerda el momento en que en 1977, en la montaña de Montjuïc, también en Barcelona, Federica Montseny, líder anarquista y ministra del gobierno republicano de 1936, habló ante más de 150.000 personas; fue poco después de que más de 25.000 personas acudieron a un mitin de la CNT en la plaza de toros de San Sebastián.
Pues bien, aquí es donde entra el protagonista de esta historia: el líder de la banda de atracadores José Juan Martínez (Número Uno), con el que Padilla ha hablado; de hecho, una serie de entrevistas con fiscales, jueces, periodistas, rehenes y espías de los servicios secretos constituye la fuente de información de esta autora, formada en los campos de la antropología y el periodismo, y con experiencia antaño en Médicos Sin Fronteras, en ambientes conflictivos de Somalia, Sudán, Guatemala, Camboya, Colombia y Etiopía, entre otros países. Aquel fue, también, el tiempo en que los atracos fueron tristemente frecuentes. «Se multiplican los robos con violencia o intimidación. En 1973 se contabilizaron 1.400 asaltos en zonas urbanas. En 1981 eran 21 300. Se atracaban bancos, tiendas, farmacias, domicilios, oficinas de Correos o casinos», escribe Padilla. «Había bancos y cajas por todas partes. Parecía que estaban ahí para robarlos», dijo incluso una vez en una entrevista José Juan.
En ese periodo de inicios de los años ochenta, había 30.000 oficinas bancarias en España, pero apenas ninguna tenía medidas de seguridad. De tal modo que se fueron sucediendo los robos a bancos y cajas desde los setenta, hasta convertirse en «una epidemia. Un día de 1981, la Policía contabilizó veintitrés atracos a bancos en Barcelona», leemos en «Asalto al Banco Central», y es en este entorno delictivo, como se apuntaba, en que aparece Martínez, que a las 09:10 de aquel día «se dispone a dar la orden de asalto». Se pone un pasamontañas y «corriendo, casi levitando, con una pistola Llama apuntando al cielo, en alto, cruza la puerta. Detrás toda la banda le sigue en tromba. Entran empujando, disparando al techo y gritando “¡Todos al suelo!”».
[[DEST:L|||Los asaltantes exigían la liberación de Antonio Tejero, el general Torres Rojas y el coronel San Martín]]
En aquel momento había en el banco 263 personas entre trabajadores y clientes; una nota de los asaltantes en una cabina telefónica decía a las claras las pretensiones del grupo: la liberación del teniente coronel Antonio Tejero, el general Torres Rojas, el coronel San Martín y el teniente coronel Pedro Mas Oliver, en prisión militar en espera de juicio por el intento de golpe de Estado del 23F. La amenaza también resultaba meridiana: si no se cumplía esta demanda, iban a volar el edificio con los rehenes dentro.
Padilla narra los avatares del asalto, pero primero habla de la vida delictiva y carcelaria de José Juan desde joven, seducido por las proclamas anarquistas en el barrio de Almería donde vivía. Luego, cuando su familia se traslade a Barcelona y él quede libre de la cárcel, acude a reuniones clandestinas, se afilia a la CNT y viaja al sur de Francia para participar «en robos para sostener la llamada “caja de resistencia” del movimiento». Y en 1978 es encarcelado en Carabanchel, «donde empezó a soñar con túneles que atraviesan ciudades y desembocan en cajas fuertes. Entre rejas, conversa con sus compañeros y planea lo que les dijo a algunos que sería el golpe de su vida: el atraco a una gran sucursal bancaria».
Y así lo hará, aunque al comienzo no se sepa si se trata de «terrorismo político o uno de los intentos de robo más insólitos de la historia». Los asaltantes decían que pretendían «limpiar a España de tanta inmundicia, y acabar con el terrorismo rojo», pero lo cierto es que al final todo será inútil para ellos, con el agravante de que una mujer tenga que salir del banco a las pocas horas, herida de arma de fuego. Después, vendrían intercambios de rehenes por comida, un vano intento de fuga a través de un túnel por los sótanos del edificio, más salidas de rehenes al día siguiente, el disparo mortal de un francotirador a uno de los delincuentes, y la entrada de los GEO por la azotea. Hasta que Martínez decide abandonar la sede bancaria mezclándose con los rehenes retenidos, lo cual no impediría que sea detenido y, al fin, condenado.
CLIMA DE TERROR ASESINO
Las amenazas del grupo de asaltantes se debían tener en cuenta habida cuenta de que unos días atrás, el 4 de mayo, un comando de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO) había matado a tiros a dos guardias civiles, del grupo Antiatracos, cuando tomaban un café en un bar en Barcelona; ello casi a la misma hora en que, en Madrid, otro comando de los GRAPO asesinaba al policía Ignacio García y al general Andrés González de Suso cuando salía de su casa. Por otra parte, el día 7 de mayo, dos terroristas de ETA subidos en una moto habían colocado una bomba encima del coche oficial del general Joaquín de Valenzuela, miembro del personal de Juan Carlos I. El resultado es que el general sufre heridas graves y mata a sus tres acompañantes y deja malheridos a veinte personas que iban por la calle en ese instante.