Del árbol sagrado al roble de Guernica
En la geografía hispana existen encinas, robles y olivos centenarios que reciben la veneración de las gentes, como es el caso de ciertos árboles vascos, bajo los cuales se celebraban Juntas
Madrid Creada:
Última actualización:
El árbol es vida, un organismo inteligente y sensible. Es longevo, pausado, susurra, cavila y se mueve lentamente. Puebla nuestro planeta, maltratado a veces por el ser humano, y sufre con los incendios y devastaciones que periódicamente asolan el mundo desde el Mediterráneo a la Amazonia. Son criaturas extraordinarias, la inmensa secuoya, el abeto, el sagrado roble, el fresno, el haya, el muy reverenciado y antiquísimo olivo. ¿Cómo hacer un justo elogio de nuestros árboles? En la geografía española su variedad es riquísima en los bosques autóctonos de Galicia, Asturias y Cantabria, en los robledales y encinares de Castilla, en los grandes olivares andaluces. Los árboles han recibido culto desde tiempo inmemorial y las bodas sagradas con el dios de la vegetación en los bosques del mundo preindoeuropeo y luego celta en Europa han sido muy celebradas. Estudia el esquema de los dioses-árboles perennes o los vegetativos que mueren y resucitan –los llamados «dying gods»– sir James Frazer en su aún imprescindible libro «La rama dorada». El sacrificio del rey, el dios vegetal que cuelga del madero florido y sagrado, está ligado a nuestra experiencia sobre el planeta.
Árboles magníficos, árboles sagrados, pueblan nuestro imaginario y en torno a ellos nos seguimos reuniendo al calor del mito: el árbol de los deseos en los cuentos, el de las manzanas de oro, el árbol de la ciencia del bien y del mal en el Génesis. En el principio fue el árbol en el jardín paradisíaco de diversas mitologías, de Babilonia a la Biblia, de ahí a China o al «hortus conclusus» del cristianismo. Para los mitos nórdicos el universo es un gran árbol llamado Yggdrasil, que conecta todos los planos de la existencia, humana, divina o infernal. Bajo la gran higuera de Bodhi el Buda alcanzó al fin la iluminación y dejó de ser Gautama. Atenea hizo surgir espontáneamente el santo Olivo de la acrópolis, que otorgaba a la diosa el patrocinio de la ciudad de la razón. Dioniso hace florecer de vides y pámpanos el mástil de la nave en que lo atormentan los piratas y Cristo pende en el Gólgota del madero de la Cruz, un árbol muerto que luego fructificará con la vid de la vida.
El árbol sagrado puebla también la geografía mítica hispana. Conocemos en nuestras regiones muchas encinas, robles y olivos centenarios que reciben la espontánea veneración de las gentes. Y es que los árboles son casi inmortales en esa sucesión de las generaciones renovadas que permite que nuevos tallos broten de viejos troncos, por ejemplo en el olivo centenario de San Pedro de la Ramallosa. Otros son los ejemplares trasplantados de diversos lugares como la secuoya El Rey de La Granja. Pero pocos árboles son tan recordados en nuestra geografía mítica como el roble de Guernica, siempre renovado, en torno al cual se reunían las asambleas del pueblo.
Antigua tradición la de reunirse en torno al árbol sagrado en asambleas religiosas o sociopolíticas. También los devotos de Zeus adoraban la encina sagrada del santuario oracular de Dodona, al norte de Grecia, cuyas raíces se podían sentir en el suelo: los sacerdotes caminaban descalzos para entrar en contacto con su poder telúrico mientras escuchaban atentamente el susurro del viento entre sus ramas y hojarasca para conocer lo que deparaba el futuro. En la sacra floresta de los druidas celtas Merlín hará grande a Arturo mientras que la asamblea germana se reúne en torno al árbol de Donar, o Thor, en los bosques de Hesse, hasta que san Bonifacio lo tala, para extirpar el paganismo en el siglo VIII. Pero en aquel mismo siglo VIII, Carlomagno da carta de naturaleza a la libertad del pueblo frisón jurando sus ancestrales leyes, en estilo de saga épica escandinava, lo que simbolizan los árboles, el «Opstalboom», o bosque común. Y en torno al sagrado roble vasco donde se juntaban los guipuzcoanos, cuyos retoños se van sucediendo edad tras edad renovándose eternamente, los antiguos fueros son jurados por el Señor de Vizcaya. Los diversos señoríos de las Encartaciones, y luego el general de Vizcaya, celebraban sus juntas bajo árboles: el de Arechabalgana, el de Guernica o el de Avellaneda. La monarquía asturiana y luego castellana irán jurando las libertades de esa antigua asamblea del árbol hasta nuestros días, en los que el Rey de España es el actual Señor de Vizcaya. Como dice Tirso de Molina: «El Árbol de Guernica ha conservado / la antigüedad que ilustra a sus señores, / sin que tiranos le hayan deshojado,/ ni haga sombra a confesos ni a traidores». Amamos y reverenciamos los árboles, aunque hoy los olvidemos y destruyamos de forma inmisericorde, convirtiendo el mundo, como en el viejo mito céltico del Grial, en una tierra baldía.