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¿Quién robó el cadáver de Charles Chaplin?

En la madrugada del 1 al 2 de marzo de 1978, dos delincuentes novatos profanaron la tumba del creador de “Tiempos modernos”, iniciando una historia tan digna de “thriller” como, finalmente, de comedia
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Charles Chaplin fue ejemplo del sarcasmo y la ironía hasta después de muerto. Fue protagonista de una historia que, en su momento, fue tan macabra como digna de una película de terror, pero que con el tiempo incluso se le podría añadir un toque de comedia. El creador de las legendarias películas “Tiempos modernos”, “El chico” o “El gran dictador” murió a los 88 años el 25 de diciembre de 1977, pero su larga vida y su gran implicación profesional no le sirvieron para que pudiera descansar en paz. Unos dos meses tras su fallecimiento, en la madrugada del 1 al 2 de marzo de 1978, dos delincuentes llevaron a cabo lo que “Abc” definiría en su día como “uno de los hechos delictivos más macabros y rocambolescos de los últimos tiempos”: profanaron la tumba de Chaplin.
El polaco Roman Wardas y el búlgaro Gandscho Ganev se dirigieron aquella noche al pequeño cementerio de Corsier-sur-Vevey, en Suiza, en busca de una lápida blanca en la que se leyera “Charles Chaplin (1889-1977)”. Una vez dieron con ella, excavaron durante dos horas hasta que dieron con el ataúd de roble de unos 150 kilos, que cargaron a su furgoneta y se lo llevaron sin ni siquiera disimular rellenando el hueco de tierra. El objetivo era el de volverlo a enterrar en un campo de maíz en Noville, no muy lejos del cementerio, y posteriormente proclamar un rescate a la viuda de Chaplin, Oona O’Neill, dinero que les hacía falta a ambos mecánicos para sobrevivir. No obstante, nada salió como planeaban y aquella noche tan solo fue el inicio de una historia rocambolesca.
Los delincuentes reclamaban 600.000 dólares a cambio de devolver el cuerpo de Charlot a su lugar de descanso, pero O’Neill fue clara y tajante: “No”. La noticia ya era entonces comidilla de los curiosos y de la Prensa, pero la viuda del genio estaba segura en que podían hacer lo que quisieran con el cadáver, pues “a Charlie todo esto le habría parecido ridículo”, aseguró a los medios como única declaración al respecto. Los secuestradores, atónitos y desesperados, realizaron a la viuda varias propuestas, rebajando incluso la cantidad que pedían a cambio, pero la negativa de O’Neill era firme e inamovible, hasta que el 16 de mayo volvieron a llamarla: el día siguiente, a las 09:30 horas, iba a recibir la oferta definitiva. Y fue este dato tan preciso el que ayudó a la policía a desplegar un dispositivo para dar con los delincuentes.
No obstante, estas llamadas no pasaron desapercibidas para la familia de Chaplin, aún teniendo en cuenta la firmeza de las respuestas de su viuda. Algunas conllevaban incluso amenazas de muerte hacia los hijos del cineasta: Eugene, uno de ellos, recuerda que en aquella época “el ambiente era horrible, todo el mundo estaba muy nervioso”, pues meses antes un político italiano, Aldo Moro, fue secuestrado y asesinado. “Los terroristas que mataron a Moro también habían asesinado a su chófer, de modo que nuestro conductor sudaba como loco. Fue un suceso horrendo, especialmente en un país como Suiza, donde siempre están las cosas muy tranquilas”, afirmó.

Secuestro fallido

Finalmente, y sucediéndose entre tanto todo tipo de teorías, desde la autoría del secuestro por parte de antisemitas hasta quienes aseguraban que los autores eran nazis, esta historia terminó significando la desesperación de dos criminales inexpertos. Días antes de aquella llamada “definitiva”, un policía suizo se hizo pasar por el chófer de la familia, y se puso al volante del Rolls Royce hacia el lugar de la entrega. No obstante, el cartero del pueblo reconoció el coche de Chaplin, con un desconocido dentro de él, y empezó a seguirlo: la policía detuvo al cartero por error, y la misión tuvo que frenarse. Con esto, el 17 de mayo, la policía volvió a estar pendiente de 200 cabinas telefónicas de la zona, y así pudo detener a Wardos y Ganev.
El caso se cerró, el ataúd volvió al cementerio suizo y los mecánicos fueron condenados a menos de cinco años de cárcel, tiempo que aprovecharon para enviar cartas a O’Neill para pedirle disculpas. Ella les perdonó, y todo se quedó en un mal trago que desembocó en el secuestro quizá más torpe y fallido de todos los tiempos. Eso sí, todo ello desembocó en que hoy día Chaplin cuente con dos lápidas: la que preside su ataúd, en Corsier-sur-Vevey, y la que figura en el campo de maíz que eligieron los secuestradores, donde figura un cartel con la frase “aquí descansaron los restos de Charles Chaplin. Brevemente”.