Elvira Roca Barea: «El mundo de Zugarramurdi no es tan distinto al mundo de ahora»
La escritora narra en su primera novela los motivos que se escondían detrás del famoso brote de brujería
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Hechiceras, aquelarres, una aldea sobrecogida por la superstición y un sacerdote con fe en la razón y no únicamente en la cruz. Elvira Roca Barea, la autora de «Imperiofobia y leyenda negra», debuta en la ficción con la novela histórica «Las brujas y el inquisidor (Espasa)», Premio Primavera 2023. Una narración que revela los auténticos motivos que se escondían detrás de la inusitada oleada de acusaciones de magia y hechicería que recorrió la aldea de Zugarramurdi y que desembocó en el famoso proceso inquisitorial y posterior auto de fe que se celebró en la fecha 1610.
Una historia que aspira a romper los estereotipos y mitos que ha transmitido durante siglos el folclore y la cultura popular, y que nace con una vocación reivindicativa: restituir el nombre y la labor del denostado Alonso de Salazar y Frías, «el más conocido de los inquisidores presentes en Logroño» y que de una manera injusta «terminó cargando con la responsabilidad de lo que allí había ocurrido» cuando, en cambio, actuó como un hombre cabal que no creía en demostraciones de fuerza ni el acto purificador del fuego. «Este fue uno de los mayores casos de brujería. La intervención de Alonso de Salazar desencadenó una modificación legislativa en 1614. A partir de ese año, gracias a las investigaciones que llevó a cabo, la brujería ya no se perseguiría en nuestro país. No podía juzgarse y, por tanto, no sería punible, adelantando a España en una centuria al conjunto de Europa en este tema», comenta.
«La razón es muy aburrida, sobre todo si compite con Halloween o el demonio»Elvira Roca Barea
Las razones que alentaron este cambio provenían de una convicción que Alonso de Salazar sostuvo en todo momento: la brujería era mentira, algo que la lógica no podía aceptar. «Como no existe, no podía ser verdad. Los argumentos eran los de la razón. Usted dice que vuela, pues, venga, vuele; usted dice que tiene unos polvos que pueden arruinar cosechas y matar personas, enséñeme esos polvos; usted dice que tiene una pócima mágica, muéstrela. Lo que ocurrió es que la gente no volaba y los polvos nunca se presentaban. No aparecían porque no eran reales. Él se dio cuenta de que nadie podía demostrar nada y que aquello no era más que un montón de palabras».
Una fantasía
Alonso de Salazar procedió en ese momento a visitar durante ocho meses los pueblos de estos valles, convenciendo a los párrocos de que todo lo que escuchaban eran fantasías y otorgando cédulas de perdón a los que se reconocían como brujos o brujas. Esta absolución implicaba obedecer una cláusula que él mismo incluyó y que es una prueba de su inteligencia: a partir de ese momento, todos los redimidos debían mantener silencio sobre este asunto y callar. Los rumores cesaron de manera inmediata, las delaciones desaparecieron y las habladurías de hechicerías y aquelarres quedaron reducidas a una bonita historia que contar alrededor de un fuego de invierno. «Hay un momento en que se dio cuenta de que todo eso solo era una montaña de palabras y que nada de lo que esas palabras decían se podía demostrar. No había hechos positivos, como él dice».
«Todavía queda una tendencia a la histeria colectiva y a actuar como una horda»Elvira Roca Barea
¿Por qué entonces se propagó esta leyenda? Elvira Roca Barea tiene una respuesta: «La razón no tiene glamur al lado de la fascinación que ejerce la magia. Este señor no tiene atractivo si se compara con unas brujas, que siempre resultarán más fascinantes para la mayoría». La escritora, que describe cómo influyeron en Zugarramurdi los intereses de Francia, las guerras de religión y la difusión de libros ocultistas impresos, va más allá de la mera descripción de un caso célebre y resalta aspectos cruciales del comportamiento de los hombres: «No creo que el mundo de Zugarramurdi sea distinto del mundo de ahora, donde todos salen corriendo delante de la primera superstición que le ponen delante, donde todavía queda una tendencia a la histeria colectiva y a actuar como una horda». La novelista, mientras deambula por el museo de las Brujas de esta localidad de Navarra, reflexiona: «De todos los hombres, sólo Alonso de Salazar, Bernardo de Sandoval y Antonio Venegas defendieron cierto escepticismo ante lo que escuchaban. Ellos decidieron no creérselo. Pero la razón es muy aburrida y más si compites con fantasías como Halloween o el demonio».
Roca Barea explica por qué las mujeres acarrearon con el sambenito de la brujería: «En estos brotes siempre aparecen jóvenes y niños, y este es un mundo ligado a las mujeres. Este es el principal motivo». Y aporta el denominador común que existe en todos ellos, desde España, Francia, Inglaterra o Alemania hasta el pueblo de Salem. «Son comunidades reducidas y arrancan siempre con unas primeras delaciones, muchas veces procedentes de adolescentes, que se convierten luego en acusaciones en cadena. Ahí es donde asoman las malquerencias, enconos, odios y despechos de estas poblaciones reducidas. Lo que se produce es una especie de explosión de la histeria colectiva, que, una vez que comienza, es difícil de detener».
LA MAGIA DEL ARTE
►Un aspecto que en muchas ocasiones pasa desapercibido, y que pocos remarcan, es la cercana relación que existe entre el arte y la brujería. Elvira Roca Barea saca a relucir la influencia que tuvieron los artistas en la difusión de la brujería por Europa, sobre todo, a la hora de fijar su imaginario. «El arte provocó una explosión de la brujería. Fueron grandes artistas, como Durero, los que introdujeron las imágenes de las brujas, su erotismo, los desnudos de los aquelarres y las figuras de los demonios. Todo el imaginario de Halloween lo crean ellos. Y todavía perdura».