El día que José Bonaparte robó las joyas de los Borbones
«Pepe Botella» se apoderó de más de 22 millones de reales en alhajas en 1808
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Seguir la pista a las alhajas de la Corona durante la invasión francesa resulta tan fascinante como esclarecedor. El 26 de julio de 1808, días después de las capitulaciones de Bailén, José Bonaparte, hermano mayor de Napoleón y rey de España, ordena que antes de salir de Madrid se entreguen a su ministro de Hacienda, el conde de Cabarrús, las alhajas de diamantes, perlas y oro pertenecientes a la Corona española, grabadas, para su identificación, con las siglas «R. C.». Los historiadores son unánimes al asegurar que los franceses, cuando salen de Madrid, llevan consigo las alhajas de la Corona. Así opinan el conde de Toreno, José Clemente Carnicero, Lafuente y Amador de los Ríos.
El propio José Bonaparte, en sus cartas al mariscal Berthier y a su hermano Napoleón, asegura que dispone entonces de todas las alhajas que halla en el Palacio Real de Madrid: «Lo repito: todo lo que aquí se roba se paga tarde o temprano con sangre francesa. El estado actual no puede durar. Las tropas no están pagadas ni mi Gobierno tampoco. Debo ocho meses a mi Guardia y trece a los empleados civiles... Preciso es que sepa el emperador, por conducto de V. A., que hoy mismo me he visto obligado a vender los vasos sagrados de mi propia capilla para pagar el pan de las tropas que hay en Madrid. ¿Cómo haremos para mañana? Todavía no lo sé...», insiste, desesperado, al mariscal Berthier el 21 de febrero de 1811. José Bonaparte reitera a Berthiers su aflicción: «Los proveedores acaban de ser afianzados con los objetos de valor que quedaban aún en el Palacio de Madrid, y he tenido que despojar la capilla de mi casa». Y en otro momento, asegura: «Todos los capitales mobiliarios han sido consumidos, el crédito está enteramente aniquilado, que el desaliento llega al extremo».
«Lo he dado todo»
En diciembre, escribe a su hermano Napoleón: «Lo he dado todo, lo he empeñado todo, yo mismo estoy en la mayor miseria. Permítame V. M. regresar a Francia... Tendré dificultad hasta para hacer mi viaje, pues he agotado todos mis recursos». Días después, asegura: «He empeñado en París bienes por valor de un millón, y en Madrid los pocos diamantes que me quedaban». No hay duda, en efecto, de que los franceses sustraen todas las alhajas de la Corona española. El monarca intruso José I ordena que se entreguen al conde de Cabarrús, y su relación aparece en un inventario fechado en Madrid el día 30 de julio de 1808 y guardado en los Archivos Nacionales de Francia.
Entre las joyas robadas figura el brillante denominado «El estanque», el mayor que posee la Corona, de una asombrosa perfección por su medida de 56 quilates y su peso de 47,5 quilates, del que prende «La peregrina», una gran perla en forma de pera. «El estanque» es una pieza adquirida en 1559 por Felipe II a Carlos Alfetatí, natural de Amberes, por 80.000 escudos. Los franceses se llevan también una gran custodia de brillantes comprada en 24 millones de reales, y otra más pequeña que ha costado la mitad, junto con un relicario adornado con ocho gruesos brillantes.
Además de las alhajas de que disponen los franceses en 1808 y 1811, hay otras que llevan consigo fuera de Madrid los reyes Carlos IV y María Luisa de Parma. Contamos, en este sentido, con el valioso testimonio del marqués de Labrador: «Cuando Carlos IV y su mujer fueron desde Aranjuez a Bayona, el rey no tenía para su uso más que algunas alhajas, consistentes en una presilla de brillantes para el sombrero, una botonadura, un puño de espada y otras frioleras. Todo se vendió en Marsella porque Napoleón no dio la suma que había ofrecido mientras supo que el rey tenía a su disposición algunos valores. En cuanto a la reina María Luisa, llevó consigo seis millones en pedrería».
Cuatro conclusiones podemos extraer de lo expuesto hasta ahora: José Bonaparte se apoderó de más de 22 millones de reales en alhajas en 1808; María Luisa de Parma había llevado consigo antes otros seis millones de reales en pedrería; los franceses remataron en 1811 su expolio de las alhajas de la Corona; y al regresar Fernando VII a España no poseía joyas de la Corona y tuvo que habilitar su palacio con un anticipo de un tercio de la dotación anual que le señalaron las Cortes en abril de 1814. Finalmente, sabemos por el marqués de Labrador que algunas alhajas extraídas de España fueron devueltas después a Madrid.
¿Qué sucede con las joyas expoliadas por los franceses? Jamás se recuperan. Tan solo un documento archivado es el único rastro que hoy nos queda. En él puede leerse: «Carpeta del expediente de reclamación a Francia. Año de 1814: oficios y minutas de resoluciones del Mayordomo Mayor interino de S. M. después de la salida de los franceses de Madrid en el año de 1813 sobre el modo de recobrar las alhajas y efectos extraídos de los Reales Palacios, purificaciones de dependientes de la Real Casa y otros asuntos». Pero sí sabemos que los prusianos, tras derrotar a los franceses en la batalla de Waterloo, se apoderan de varias joyas de la Corona española robadas años antes por el ejército de José Bonaparte. Entre ellas, un solitario muy valioso y una presilla que el regimiento prusiano envía a Berlín como regalo a la princesa Carlota, hija del rey de Prusia.
La fecha: 1808
José Bonaparte, hermano de Napoleón y rey de España, ordena que antes de salir de Madrid se entreguen las joyas de la Corona al conde de Cabarrús.
Lugar: Madrid
El propio José Bonaparte, en sus cartas al mariscal Berthier y a su hermano, asegura que dispone de todas las alhajas del Palacio Real de Madrid.
La anécdota
Entre las joyas robadas figura «El estanque», el mayor brillante de la Corona, de una asombrosa perfección, que mide 56 quilates y pesa otros 47,5 quilates.