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«La infiltrada»: La primera mujer policía infiltrada en ETA

Carolina Yuste protagoniza la desconocida historia de esta heroína contemporánea

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Con apenas 20 años de edad y el respaldo generacional de una juventud lo suficientemente arrojada como para privilegiar sus objetivos por encima de su propia vida, Aranzazu Berradre Marín se infiltró en la izquierda abertzale durante ocho largos años bajo el amparo provisional de ese pseudónimo con el objetivo de llegar hasta el corazón de ETA. La joven, convertida en la primera mujer policía que participó en una operación de estas características para obtener una información valiosísima que facilitaría la posterior desarticulación del comando Donosti, se convirtió en el único miembro de la Policía Nacional que convivió con la banda terrorista y su experiencia, como la de tantas otras mujeres sepultadas por el relato masculinizado de la Historia, recobra ahora vida, sentido y significado gracias a una directora como Arantxa Echevarría, para la que las mujeres y sus circunstancias siguen siendo el epicentro narrativo de su cine.
Atravesada por el trepidante ritmo del género policiaco, «La infiltrada» baja la cámara para colocarse horizontalmente detrás de la mirada de esta joven, interpretada por una extraordinaria Carolina Yuste, que fue capaz de enterrar momentáneamente su identidad y su vida para adquirir una nueva durante muchísimos años con la única finalidad de contribuir a un bien común, la destrucción del grupo asesino.
«Con ella no hemos podido hablar, pero sí estuvimos con el equipo y las personas que trabajaron con ella en el operativo, y más o menos eso te permite hacerte una composición de lugar entendiendo las diferentes narrativas que nos han ido llegando sobre lo que vivió y sintió. Para mí era muy difícil intentar imaginármela a ella a lo largo de tanto tiempo. Sí que hay preguntas que me hubiera gustado poder hacerle. Por ejemplo, que si alguna vez estuvo a punto de dejarlo y que si alguna vez dudó, que si alguna vez estando tanto tiempo con personas que aparentemente se encontraban en lugares tan opuestos a ella se planteó cuál era su lugar. Estuvo –prosigue la actriz– ocho años de infiltrada y casi dos conviviendo en el piso con dos etarras. Yo me pregunto, ¿qué sucede ahí, cuando de repente esa relación que estableces ya es íntima, mucho más cercana, cuando le ves las sombras, pero empiezas a verle también luces y la humanidad a la persona que tienes en frente? ¿Dudó en algún momento? Me pregunto. Sus compañeros nos dijeron que no», añade Yuste en entrevista con LA RAZÓN sobre las implicaciones que ha supuesto encarnar a esta potente figura.
Por su parte, Luis Tosar, que se coloca aquí en la acera contraria al personaje que interpretó en «Maixabel» (el de un etarra arrepentido) para dar vida al jefe de la policía que lideró la mencionada operación, se muestra reflexivo: «Hemos vivido décadas de silencio. Era muy incómodo hablar de ETA, sobre todo, en Euskadi, evidentemente, porque hablar significaba posicionarte y a nadie le interesaba hacerlo en aquel momento por una razón o por la contraria, pero además, tampoco a nadie le interesaba saber mucho del otro ni que supieran mucho de uno mismo. Es decir, era una situación terrible para una sociedad».
En general, sigue apuntando el intérprete, «creo que ese silencio ha reinado de una manera muy tóxica durante mucho tiempo, pero también por pura prevención de la ciudadanía. ¿Qué pasa? Que de unos años a esta parte, por fin, desde el final de la banda terrorista ETA, ya se pueden contar las cosas de otra manera, y, lógicamente, las historias empiezan a aflorar, a salir algunas que eran un absoluto secreto para la mayoría de la gente, y ahora ya comienzan a ser anécdotas contables. Todavía queda mucha información y muchos años por delante en los que seguirán saliendo historias increíbles», apostilla Tosar sobre el tratamiento cinematográfico que se ha hecho sobre este tema y que aún queda por hacerse de una época que para muchos sigue siendo recuerdo negrísimo de las heridas provocadas entre hermanos y, para otros, el arma política arrojadiza perfecta con la que seguir creando narrativas presentes.

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