Albert Serra: «No me interesa la política, mi objetivo es derribar tópicos»
Regresa a la cartelera con «Pacifiction», que presentó en el pasado Festival de Cannes
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Albert Serra es un oxímoron, sobre todo para los que tengan en la cabeza una imagen formada de cómo debe ser un Autor. En su caso, las mayúsculas se mantienen, pero también se transforman en su antítesis: cuando habla en público, a veces parece un cómico de escenario dispuesto a provocar risas allí donde cualquiera -cualquiera que hubiera recibido la condecoración de Caballero de las Artes y las Letras en Francia, como es el caso- utilizaría la retórica de los Grandes Temas. Su discurso torrencial, a la vez lúcido y atolondrado, busca romper con los clichés -de la Historia, de la Política, del Poder, del Cine- con un espíritu lúdico insólito, que, en «Pacifiction», con la que logró concursar por primera vez en la sección oficial de Cannes, cristaliza en una fábula «sobre la distancia cada vez mayor entre la gente normal y la élite de los poderosos».
Preguntas etílicas
Cuando se le pregunta a Serra sobre la relevancia de su película como oportuno e involuntario comentario político sobre el estallido de la guerra de Ucrania, se resiste a estar de acuerdo. A veces, habla de «Pacifiction» como si fuera una parodia. «No me interesa la política. Mi único objetivo, si es que tengo alguno, es derribar tópicos. “Pacifiction” puede parecer incluso un thriller, pero en muchas ocasiones las situaciones que se retratan son completamente absurdas. Me gusta que esas imágenes artificiales sean verosímiles». Famoso por sus rodajes anárquicos en los que filma con tres cámaras una ingente cantidad de metraje (en este caso, 540 horas de material), Serra extrae oro puro de sus actores aunque sea con métodos poco convencionales («les das un poco de alcohol a ver qué pasa», bromea) y se niegue a mitificar el trabajo de su intérprete principal, Benoît Magimel: «A veces era tan sofisticado que me sorprendía incluso a mí, pero en ocasiones te preguntaba cosas realmente estúpidas».
Desde «Honor de cavalleria», Cannes ha programado las películas de Albert Serra (con excepción de su ópera prima, «Crespià», y de «Història de la meva mort», que ganó en Locarno) con devota regularidad. Una de las dos bestias negras del director catalán –la otra es las series de televisión– es el cine español. Cuesta poco tirarle de la lengua: «Es absurdo hablar de identidad nacional cuando nos referimos al arte. “Pacifiction” es una película con mayoría de capital francés, con actores franceses, pero el equipo técnico es catalán. En mi mundo, la etiqueta “cine español” no tiene ningún sentido», explica meridiano.
Es fácil encontrarle hermanos de sangre a Albert Serra, pero muy difícil buscarle figuras paternas. «¿Cómo puedes parecerte a Lav Diaz, a Ulrich Seidl, a Apichatpong? Son únicos, nadie puede imitarlos. Si me preguntas sobre personajes que me han marcado, nunca te nombraré a un cineasta. Pienso en Dalí, en Karl Lagerfeld o en Michael O’Leary, el CEO de Ryanair. Qué tío», dice con una sonrisa de satisfacción. Este incrédulo periodista le pide que repita el nombre, por si acaso le ha fallado el oído, y él, con un entusiasmo casi infantil, saca su móvil para enseñar una foto de una zona de su biblioteca con seis libros de O’Leary. ¿Por qué? «Es un tipo que siempre ha hecho lo que le ha venido en gana riéndose incluso en la cara de sus clientes».