En al-Ándalus también existió la idea de Reconquista
Ante la posible desaparición, en al-Ándalus se desarrolló un discurso de recuperación del territorio de fuerte sentimiento
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El 23 de octubre de 1086, algo más de un año después de la conquista de Toledo, Alfonso VI era derrotado en las cercanías de Badajoz por un ejército liderado por el emir almorávide Yusuf ibn Tashufin. Esta batalla, conocida en las fuentes árabes como al-Zallaqa, «la resbaladiza», por la gran cantidad de sangre con la que se impregnó el suelo, fue caracterizada en las crónicas islámicas como un acontecimiento en el que Dios salvó a los musulmanes de perecer, y a partir del cual haría que al-Ándalus retornara al islam. Otro mes de octubre, pero ahora de 1238, Jaime I de Aragón conquistaba la ciudad de Valencia.
Dos literatos locales, Ibn ‘Amira e Ibn al-Abbar, lloraron copiosamente por la pérdida de la ciudad y, con tristeza y resignación, describieron sus emociones al tener que abandonar «su patria» ante la conquista cristiana. Sin nunca olvidar su tierra ni dejar de escribir sobre ella, ambos murieron exiliados en el norte de África. Estos dos ejemplos, que indican la existencia en al-Ándalus de una idea de recuperación del territorio frente al avance de los reinos cristianos y de un vínculo emotivo de los andalusíes con la tierra que les vio nacer, contradicen uno de los elementos que tradicionalmente ha conformado el paradigma de la Reconquista, es decir, el discurso ideológico consolidado en el siglo XIX que alega que la nación española es producto de una guerra multisecular contra los ilegítimos invasores islámicos. Este elemento no es otro que la afirmación de que los musulmanes, a diferencia de los cristianos, no desarrollaron sentimientos de identidad colectiva ni territorial, lo que impidió tanto una defensa eficaz de al-Ándalus como la creación de una idea de recuperación del territorio perdido. Las fuentes árabes dicen otra cosa.
El inicio del fin del califato omeya de Córdoba a principios del siglo XI supuso la paulatina división del territorio andalusí en poderes políticos de carácter local, los llamados «reinos de taifa». La hegemonía andalusí cesó y comenzó un periodo caracterizado por la lucha entre las diferentes taifas así como su estratégica alianza, cuando no sumisión, a los reinos cristianos, que comenzaron a conquistar diversas plazas. En contextos de amenaza, como el aquí descrito, las identidades se refuerzan, y eso ocurrió en al-Ándalus, donde se comenzó a explicitar un importante sentimiento de apego a la tierra. Si bien este fenómeno se puede encontrar ya en época omeya, será a partir de la percepción del peligro cuando más se subrayará en textos como la «Epístola del mérito de al-Ándalus» del cordobés Ibn Hazm –famoso autor del «Collar de la paloma»–, quien se identificaba con un territorio andalusí glorificado.
Este discurso se intensificó ante el paulatino proceso traumático de pérdida territorial –acentuado a partir del siglo XIII– y ante la necesidad de emigrar, consolidándose una retórica en la que al-Ándalus se estaba convirtiendo en un paraíso perdido. Así, el ya mencionado Ibn ‘Amira decía de Alcira, su localidad natal: «El lugar de mi nacimiento ha visto desde entonces abatirse su estrella y aumentar su desgracia. Lloremos sobre un paraíso».
Pero estos sentimientos y lamentos no vinieron solos. Junto a ellos se desarrolló un discurso de recuperación del territorio que se condensa muy bien en la expresión «¡Que Dios la haga volver al islam!», enunciado que, en sus diferentes variantes estilísticas, es muy común encontrar en la producción textual árabe sobre la Península Ibérica a partir, sobre todo, de finales del siglo XI. En él se condensa, por un lado, el deseo de recuperar una tierra que se está perdiendo, al-Ándalus, y, por otro, una concepción providencialista del devenir histórico que compartían cristianos y musulmanes. Y este ideal de restauración de al-Ándalus aparece también en los textos puesto en boca de diversos actores históricos. Por ejemplo, nuestro protagonista en Zallaqa, Yusuf ibn Tashufin, habría dicho que su único propósito para atravesar el Estrecho era devolver a los musulmanes toda la tierra de la que se habían apoderado los infieles.
La identificación del mundo árabo-islámico con al-Ándalus, y el discurso de su recuperación, ni siquiera terminaron con la caída de Granada en 1492. Más allá de las reivindicaciones territoriales del minoritario «terrorismo islámico», esta noción sigue por ejemplo muy viva, de manera retórica, como modelo cultural y civilizatorio idealizado mediante el cual superar los retos del presente. Así lo expresó, en 1990, el intelectual sirio Muhammad Kamil al-Khatib, imaginando al-Ándalus como un lugar de fusión de pueblos y religiones: «Soñemos con el día en que el mundo entero se convierta en un solo Ándalus».
Javier Albarrán es profesor de la Universidad Autónoma de Madrid