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«Pistol»: las balas perdidas del punk según Danny Boyle

Disney+ estrena el 8 de septiembre la nueva serie del director de «Trainspotting», un «biopic» sucio y deslenguado sobre el auge y caída de los Sex Pistols
Descripción de la imagenTHE WALT DISNEY CO.

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Anarquía, guitarras rotas y letras sangrantes. La historia de los Sex Pistols, una de las bandas más importantes de la historia de la música contemporánea y masa madre del género punk, se ha contado en multitud de ocasiones. Lo intentó el maestro trasnochado Julien Temple con el documental «The Filth and the Fury» en 2000, y unos años antes el mismísimo Gary Oldman se había puesto en la piel del más polémico de los miembros del grupo en la inclasificable y romántica «Sid y Nancy» (1986). Aquellos intentos, eso sí, carecían de un alma propia. Se limitaban, en el mejor de los casos («24 Hour Party People», la película de Michael Winterbottom sobre el mánager de la banda), a replicar el consabido mantra: anarquía, guitarras rotas y letras sangrantes, pero con una tendencia a la veneración que rozaba por momentos lo pueril. Eran películas, al cabo, hechas por fans del grupo.
Lejos de cualquier intención didáctica, Danny Boyle («Trainspotting», «Slumdog Millionaire») estrena el 8 de septiembre, en Disney+, su propio acercamiento al germen del rock sucio. ¿Qué ocurre cuando la biografía de uno de sus miembros, el «reformado» Steve Jones, pasa por las manos del director más inherentemente punk del panorama británico y se reescribe a ojos de Craig Pearce, guionista de «Moulin Rouge»? Algo tan alocado, tan divertido y tan inconscientemente punk como los seis episodios de «Pistol».
«Acostumbrado a trabajar en los proyectos de Baz Luhrman, que normalmente llevan una década desde la idea hasta el estreno, este proyecto se movió bastante rápido. Recibí el encargo de adaptación de la biografía de Jones hace unos tres años», explica a LA RAZÓN el propio Pearce, uno de los mejor colocados para ganar el Oscar al Mejor Guion Adaptado por su trabajo en «Elvis». Y sigue: «Desde un primer momento entendí las memorias de Jones como una fábula, no como algo estrictamente real. Por suerte, Danny (Boyle) también lo vio así, y a esa idea sumó la de la identificación. La generación de Jones y la de Boyle es una muy concreta, que tuvo que abrirse camino en el arte a pulso, sin apenas formación académica en la disciplina en la que acabaron triunfando finalmente», explica convencido.
Una esvástica “isabelina”
Así, entre «riffs» dantescos, guitarristas que no sabían tocar la guitarra y letristas que no sabían leer, «Pistol» recorre el auge y caída de uno de esos fenómenos que, por su influencia, parecen mucho más largos de lo que en realidad fueron. Con apenas un solo álbum publicado, la vida de los Sex Pistols bien podría acotarse como banda entre 1975 y 1978. Lo vertiginoso es aprovechado por Boyle y Pearce para trasladarnos a la época más convulsa de la Bretaña del siglo pasado: «Dios salve a la reina» era la sucesión de sintagmas, pero los hechos pasaban por huelgas masivas, violencia policial y terrorista en Irlanda y un desencanto generacional que encontró rápido desahogo en las nuevas drogas.
«La gente le da demasiadas vueltas a lo icónico de los Sex Pistols en un tiempo en el que lo importante era provocar. Generar reacciones. Es famoso el uso que hicieron los Pistols de la esvástica, invirtiéndola, pero pese a la explicación que da Jones en el libro, creo que simplemente buscaban generar ruido alrededor de su imagen», opina quitándole hierro político Pearce.
En esa intención de despertar a las masas, hacerlas salir del letargo pre-thatcheriano en el que se habían sumido a mediados de los setenta, Boyle encuentra oro. No solo es capaz de definir claramente a las dos cabezas «pensantes» (aunque limitadas) del grupo, el mítico Johnny Rotten y Steve Jones, sino que también se las arregla para pintarnos de verdad la escena musical del Londres cochino y hediondo del que limpiamos todavía los lodos a base de «power chords» y baterías de puro plato: «No creo en la objetividad. Ambos podemos ver la misma silla, pero nuestra silla será distinta según el nivel de fantasía o de sustancias estupefacientes que llevemos encima», explica Pearce sobre las pequeñas licencias que se toma la serie y que, gracias a la extraordinaria fotografía de Anthony Dod Mantle, parecen en realidad costanillas de buen gusto.
No en vano, por «Pistol» también se pasa su infame mánager, Malcolm McLaren, Chrissie Hynde, luego fundadora de The Pretenders y pareja de Jones durante años, o Vivienne Westwood, la mítica diseñadora que exportó el punk más allá de las islas. El propio Julien Temple tiene una aparición en la serie y hasta hay espacio para The Banshees o Jordan, musa setentera a la que aquí da vida Maisie Williams («Juego de Tronos»). Es quizá su rostro el más conocido de un reparto que, siguiendo los designios de Boyle, ha querido jugar con rostros frescos, ignavos respecto a la generación de sus padres y sin cargas emocionales respecto a un patrimonio musical que sigue moviendo millones de dólares.
Más allá del “amor” entre Sid y Nancy
«Me molesta profundamente que se acote el relato de los Sex Pistols a la tragedia de Nancy Spungen y a la sobredosis de Sid Vicious. Ese no es el espíritu del punk. Lo que queríamos con la serie no era venerar la figura de Sid, pero sí mostrarle como una persona real, en constante batalla con sus demonios desde que era un niño. Como guionista, me apasionaba la historia de Nancy, desde su ascenso en el club de fans hasta su horroroso final, pero quería que la serie sirviera de homenaje a lo inteligente que era. Eran dos almas dañadas que se acabaron encontrando y, más tarde, se destrozaron la vida. No hay nada de ‘‘glamour’’ en eso, no hay nada de punk. Solo unos niveles extremadamente feos de violencia y toxicidad que había que mostrar», explica Pearce sobre el trágico romance.
Pagados los costosos derechos de las canciones y con el beneplácito de Jones y sus memorias, Pearce explica cómo se tomó Johnny Rotten (en la actualidad, defensor número uno de Donald Trump) la noticia de la nueva serie: «La odió desde un principio. Le invitamos a la sala de guion, al rodaje y al estreno, y no quiso venir a nada. Pero, sin embargo, todo lo que hemos hecho en la serie nace del respecto. Nos guste o no, Rotten es un genio de la música. Y sobre todo, fue el más valiente del grupo, el que estuvo dispuesto a romper más barreras políticas, discursivas y estéticas», confiesa el guionista.
Aunque el aspecto estético, de cuento de hadas y absenta ,de «Pistol» pueda espantar a los más puristas, esos que desean ver por enésima vez a Sid Vicious con el «pico» colgando del brazo, lo cierto es que la serie reconstruye todos los momentos icónicos de la banda a la perfección y, de paso, nos invita a adivinar personajes mucho menos radicales: chavales simples y simples chavales que llegaron a tener el Reino Unido a sus pies. De ahí el «desgarro final» del que habla Pearce respecto al último episodio de la mini-serie, y de ahí también el cuento de precaución que es, al estilo de su guionista, la fábula definitiva sobre las balas perdidas del punk.